miércoles, 7 de septiembre de 2011

WANKAR Y TINYA



El no podía ser desconsiderado, después de todo era un amigo y le tenía fe a su lealtad. Me dijo una vez que su situación estaba bajo el dominio de su mundo interno, un mundo que él mismo no entendía pero que trataba de llevarse por las buenas. Yo no era bueno para subjetividades ni mucho menos para dar consejos, aún así le hable de Freud, un tipo que me había caído bien y a quién había depositado grandes esperanzas en el campo que más me preocupaba: el sexual.
- ¿Porqué te vistes de negro?- Le pregunte;
Y el me contesto algo aturdido, con el ceño fruncido y los ojos volando como daga hacía mi.
- Y a ti que mierda te importa...
Me quede comtemplandolo después del giro que hizo con su cabeza hacia el vacío que prefería observar y de la respuesta algo fuera de foco pero totalmente encajada para la impertinente observación que le hice, que tal vez debí hacer hace tiempo, y le dije:
- Bueno, yo nomás preguntaba.
Estuvimos sentados, observando la delineada construcción de la calle que se extendía para el sur, que iba formando un callejón empedrado y súbitamente alardeaba de estilos casi coloniales. Dejamos de tocar las guitarras y nos dejamos sentir una vez más con el frío triste y con el viento helado que chocaba a nosotros sin atenuantes.
Él me miro extrañado y comprendió que necesitaba de una disculpa que no me lo daría pero que era suficiente insinuarla, y de nuevo esas manos delgadas arremetieron al torso de la guitarra explosionando en vuelos tanto poéticos como libertades denunciadas. “si el sonido dice ser melodía, el zumbido no sería más que mi expresión estúpida de sentir la vida, soy consciente del discurrir, corriente abajo, dentro del espiral que se pierde conmigo, cuando busco algo que no sé que es.”.
Se detuvo un instante y me dijo sin voltear ni moverse.
- ¿Cuándo hiciste el amor por primera vez?
- Cuando tuve nueve años....- le conteste.
Y nos reímos a grandes carcajadas que las guitarras cayeron como bolas de nieve y que nos apresuramos a cojerlos un poco extasiados por las circunstancias. No puedo decir que la pregunta también hubiese merecido una aventada de madre lo cual lo analice por un par de segundos y concluí que yo no era un atolondrado ni un reprimido sexual, así que le conteste con la sinceridad que me embargo ese momento, es decir: la verdad.
Por lo general suelo mentir en estos temas pero creí que no hacía nada de malo diciéndole la verdad a un amigo que consideraba leal desde todo punto de vista. Así que; le conté lo justo y necesario:
Fue en el año de 1982, probablemente el mes de Junio y Julio cuando por ocurrencia de la familia se dijo que los niños dormirían en el suelo, tendidos en un par de colchones. Yo empezaba a dormir cuando sentí las manos de mi prima, me entro unos escalofríos de “pe” a “pa”. En un primer instante me dio miedo, pero claro, pasado unos minutos accedí más y más. Estoy seguro que ella tendría sus diez años y averiguar estas cosas a esa edad me parecía audaz por no decir impuro. Se podría decir que aquella noche perdí la castidad e hice el amor por primera vez.
Él se calló mirándome estampado por la conjetura de la realidad y la fantasía, y de nuevo soltó otra melodía en lo diáfano que sé comportaba la tarde. “Unos cascabeles suenan, a ritmos que la vida entiende, que el infeliz osa decir no, unos cascabeles suenan y no sé sinceramente como son”.
Intente acompañarle en Re menor, pero no pude y salte a otra nota que ahora no lo recuerdo bien. Nos dejamos llevar por el horizonte jaspeado y el celaje que se iba formando a nuestras espaldas, era aquél un cielo que entraba a una noche más, inédita para nosotros como otra cualquiera que aparecía y conjugaba con el frío una nostalgia melancólica, porque debo confesar que esto era un dialogo melancólico y a la vez estúpido. Estuvimos tres semanas en la inercia de construir aquella melodía que no nos salía, que era imposible y que se resistía a identificarse. Wankar y Tinya seguían sonando a pesar de lo hipócritas que eran sus altos y sus bajos. Wankar era mi guitarra española con un nombre, por demás: pendejo. En cambio Tinya sonaba más a hijo de lo profundo como su dueño me quería hacer creer. Era evidente que nosotros estabamos perdiendo paciencia y talento en estas tres semanas de exploraciones vanas pero que por otra parte, nos hizo compenetrarnos en el tema insano e impuro de la sexualidad. Romper los esquemas de la discreción fue una tarea difícil y colosal dada la incertidumbre que mostraba el que llevaba a Tinya.
No me arrepentí de la confesión que le hice, se podría decir que nos ayudo a resquebrajar el helado espíritu de la sinceridad entrando cada vez más al complejo dirimir de nuestra ansiada melodía, aquella melodía que buscamos por más de veinte días.
En un momento se me ocurrió buscar una quena y mientras Tinya sonaba encegadamente, mi quena reventaba y una vez más nuestras palabras eran melodías que se entre mezclaban en el entorno nuestro. El dialogo era musical hasta casi perfecto, con ritmos inocentes que asemejaban una melodía de viento atravesando campos en plena tarde.
- Yo crecí con problemas familiares. Mis padres solían tener discusiones que más tarde se convertían en atropelladas formas de discutir y terminaban golpeándose. La peor parte siempre la llevaba mi madre.
- ¡Qué pena!.- me acongoje a decirle.
- Todo este espectáculo lo presencie desde los cuatro años, tal vez tres años. La última vez que vi esta situación fue hace dos años cuando mi padre después del hecho se largo a otro país.
- Bueno que puedo decirte.- Le dije.
Debí guardar la quena, escondiendo la melodía que ya sonaba a caliente estremecimiento de lo que buscábamos hace tres semanas.
Los cabellos negros rebotaban con la ventisca y aquél verde blando de sus ojos me ahogo de sobre salto cuando volteó la gorra de béisbol hacia atrás y dejo los lentes oscuros en una de las piedras de alrededor.
- No te conté estas cosas porque creí que no era necesario.
Lo miré con el ceño hacia arriba y la expresión de admiración más natural que me salió. No le conteste al instante porque preferí encender un cigarrillo que había encontrado en el bolsillo izquierdo de la casaca y que había pensado fumarlo en intervalos de canción a canción. Fue rápido que vi el encendedor prendido con una llama de fuego que volaba hacia el oeste, que se resistía a perderse y que aproveche para prender mi cigarrillo. Habíamos tendido las fundas de las guitarras en la afloración rocosa en la cual estabamos sentados. Un montículo de formaciones geológicas, rocas de origen marino que formaban un paisaje carstico. Un lugar apacible y tranquilo, preferido por nosotros gracias a la soledad que se formaba en las tardes de sosiego de esta ciudad. Mi cigarrillo desprendía ceniza y humo dibujando figuras inexactas de gases en el horizonte, luego pasaba el cigarrillo a mi amigo que exhalaba un poco y caricaturizaba su entorno como sacerdote indio en ceremonia. Nuestro silencio hablaba más que nuestro léxico, gritaba y discutía más que nuestras miradas. Debo suponer que nuestras tardes solitarias de composiciones musicales eran encuentros con el viento y el frío, con la gente que se desplazaba a cierta distancia, algunos apresurados, otros cansados, por ahí, niños jugando, persiguiendo una pelota pequeña color blanco con hexágonos en su envoltura. Mientras Wankar y Tinya descansaban en nuestras piernas, mientras la soledad se hacía más compleja, más histérica. Probablemente en esos momentos era donde la inspiración aparecía, donde no se necesitaba de palabras, ni de diálogos y sólo uno se dejaba llevar por la tarde vespertina, por el contubernio de la sociedad, por la hipocresía de la vida y entonces las ideas afloraban y los pensamientos se construían y buscaban respuestas perdurables a incógnitas que estaban clavadas supuestamente en nuestro ser. Mi amigo y yo no teníamos mucho que decirnos porque la expresión musical lo decía todo, aclaraba todo, limpiaba egoísmos y nos enfrentaba a buscar respuestas, a plasmar respuestas en melodías que necesitaban ser expresadas con versos, quizás con prosa, ¡no lo sé!. Sin embargo Wankar y Tinya seguían quietecitos, admirados por el silencio que los asustaba, porque está de más decir; que ellos deseaban ser parte de esta vida, no entendían compartir cigarrillo tras cigarrillo, no entendían el humo blanquecino que pululaba en el ambiente. Ellos deseaban integrarse a la soledad mediante ritmos, sonidos, decían ser la alternativa a la vida, la alegría incrustada en corazones ajenos, porque ellos no tenían corazón, ellos eran parte del corazón de sus dueños, ellos eran parte de sus sueños, de sus ideales. Un órgano más en esta interminable vida biológica. Wankar y Tinya no perecerían por su paciencia ajustándose a un rincón del cuarto oscuro o entre las piernas de sus dueños tarde tras tarde. Wankar y Tinya pasaban a formar parte de las lagrimas, los problemas, la idioteces, los ideales de sus propios dueños, pero a la larga eran instrumentos musicales y nada más.
El cigarrillo desaparecía como aroma vicioso y las cinco de la tarde grillaba en nuestro lugar preferido por tres semanas más. Wankar y Tinya volvieron a sonar, sonidos prolongados, chillidos rascados, cambios bruscos. La sincronización de acordes que se acoplaban al libre pensamiento, por fin esa melodía añorada por veinte días. Una melodía huidiza, dulce a la vez. Nuestra melodía no se mostraba fácilmente, era misteriosa, tenía caídas y luego se vaporizaba en timbres suaves, austeros, algo tímidos. Nosotros sabíamos que lo habíamos encontrado, nuestras miradas se cruzaban a cada instante y comprendían la emoción del momento, comprendían que nuestros problemas se identificaban en la melodía huidiza, no necesitábamos de explicaciones. No podíamos creer en consejos de papá o de mamá o en los deseos de volver a trabajar, ni siquiera nos podíamos imaginar que habíamos dejado el trabajo por el relax urgente, por la búsqueda de valores perdidos. Con toda sinceridad el dinero y el amor habían llegado a tomar iniciativa en nuestras vidas cuando no debía ser así. Nosotros sabíamos eso, sólo que no lo decíamos a raja tabla ni con llanto mesurado, mucho menos nos metíamos unos tragos para calmar la inconsistencia de las cojudezas que nos pasaba. Para que comentar que la familia era creación estúpida de la civilización, por un momento matriarcal y ahora patriarcal con signos monógamos por demás una sandez religiosa, que lo comprendí cuando me pregunte el porqué mis padres se habían separado, y cuando escuche decir a mi amigo que su padre se había largado a otro país. Yo no necesitaba hablar con un psicólogo. Nosotros necesitábamos dialogar musicalmente para poder encontrar una respuesta, una respuesta con características terapéuticas, donde no buscábamos psicólogos, padres, amores, maestros, etc., sino la verdad que nos ocultaban, porqué ellos ni siquiera se daban cuenta de la mentira verdadera. Total nuestra melodía no tomaba valores opuestos como la verdad y la mentira, no creaba categorías sociales, ni teorías, ni leyes, ni huevadas materiales o rigurosas. Nuestra melodía ablandaba el instinto artístico, la mente artística, aquél segmento que sólo los artistas pueden entender, aquél tiempo que no sé paga, que no tiene precio, que el arte no concibe en cifras ni en abrazos. Nuestra melodía correspondía a sentir el llanto, la soledad, la respuesta urgente, el amor, etc., todo junto, un coherente propio y complejo. Wankar y Tinya no nos reprochaban por ajustarles las cuerdas, por sonar en sus cajones y dibujar en sus trastes los acordes necesarios que revivían los golpes que mamá nos diera, que ellas nos dieran, que el trabajo nos dio.
Esta tarde quedará grabada en el capo traste y en las huellas rasgadas de cada segmento entre traste y traste, entre disonante y disonante de Wankar y Tinya.
Lo necesario que debe ser gritar cuando se debe gritar y hacer música cuando se debe hacer, debería ser el lema de libertad para esta ocasión, pero no fue así porqué nosotros estabamos calladitos, apagados en los labios, sólo era menester la melodía que habíamos construido llevándose minutos preciosos que no volverían.
Mi amigo y Yo nos observamos en silencio y sabíamos que los problemas estaban resueltos. Ya no sería necesario correr tras las faldas de mamá o los pantalones de papá, ni ir a dar vueltas por la casa de ella a quién supuestamente amaba y por quién derrochaba tiempo a montones, no iría a embriagarme con alcohol ni con juegos estúpidos…
Algunos amigos podrán preguntarse: ¿Cómo es que lo hicimos?. Fue muy fácil les diría. Por ejemplo, estamos de acuerdo en que yo soy un idiota haciendo poemas de amor inspirados en alguien que no me ama y que probablemente ni me quiera en muchos años a la redonda, sin embargo; la satisfacción espiritual esta en no darle a ella mis poemas, está en glorificar los poemas al concepto trillado del Amor. Es decir; es mejor sacrificarlo en el altar del Amor, el Amor que es de todos: de las piedras, de los ríos, del cielo, de mi familia, de Dios, del infinito, de la onda de radio que viaja a mis oídos, del timbre de mi voz que suena a medías cuando lloró, cuando suspiro y apaga mi pensamiento. El amor es supra estructural, es un nicho más dentro de la escala de la vida, no es solamente de alguien para alguien. Imaginemos que mamá es así, porqué siente amor hacia mi, sacrifica su amor en términos biológicos, en su vida que podría ofrecerla, a su manera, a su forma, con sus métodos, con sus conversaciones dirigidos al progreso, el ente material. Dime tu: ¿Qué mamá no quiere que su hijo viva mejor que ella?. Exceptuando los casos raros que por su trascendencia no tendrían porque encajar acá.
Ahora la melodía que sigue sonando y que aún no tiene letras afirma que escuchemos sin dramas, sin prejuicios, sin leyes divinas, sin conceptos ultra modernos, solamente escuchemos y luego de haber callado, decir: Te amó mamá, gracias mamá, sabremos entender que por fin pude escuchar. No obstante entiendas el objetivo, el fin, lo que tu sabes y lo que ella no sabe, o sea la diferencia.
Por otro lado, el problema sexual es guaja aparte, es una guadaña envuelta en manteles que vuelan hacia la experiencia de nuestros amigos y de nuestra atrofiada mente. Yo ame a muy temprana edad y no me arrepiento de decirlo, no me aventajo a tantos otros escritores que se iniciaron con prostitutas o masturbándose. Yo los dejo ser, porque cada uno sabe que de niño amar, es vivir, es traspasar el libido, es amortiguar con creces lo que en el futuro vendrá. Yo ame de niño y de joven valore amor más que un agarre. Mi amigo sabe perfectamente que mientras esta melodía dure, yo no seré un hombre justo ni completo porque vaya uno a saber cuando sé es justo y completo, de repente cuando habiendo valorado la magnitud del amor que se inicia de niño se ve como modelo tipo: la pareja eterna, perfecta y sin defectos. Yo no voy contra los modelos, porqué nuestro melodía no podría considerarse perfecta para darnos respuestas a pesar de haberlo buscado por tres semanas, a pesar del consentimiento de Wankar y Tinya, otrora sería el caso. ¿Quién me dirá que la música te da respuestas? ¿Quién dirá que es modelo?. ¡Solamente nosotros! No estaremos equivocados. Mi amigo y yo sabemos que amar va más allá del bien y el mal, va más allá de modelos y ejemplos. Yo amaré cuando me de cuenta que estoy cumpliendo con sacrificar al amor, la melodía que ahora despotrica y educa, carajea y llora, admira y se pregunta… todo junto. Tanto Wankar y Tinya lo entiendan así, así ellos nos serán importantes como materia, nos serán indispensables y reemplazables, tanto así como lo queramos nosotros.
A final de cuentas, porqué nosotros tenemos que buscar respuestas en tardes de otoño, no sería mejor vivir con sufrimientos, con amnesia, con insomnio… y nuestra melodía dejo de sonar.
Busque otro cigarrillo y mi amigo me dijo:
- Me largo de este mundo.
Y yo le conteste.
- Si quieres te acompaño.
Nos fuimos corriendo al puente, observamos a Wankar y Tinya un instante, por cierto estaba quietecitos, dimos la vuelta y saltamos…
La muerte nos rechazo por e-nesima vez y salimos del agua a solucionar primero, el problema de Wankar y Tinya que se los estaban llevando unos mierdas. Corrimos tras esos tipos, mojados hasta las botas, dejando huellas de agua a doquier, con las casacas embolsadas de agua, figurándonos payasos por los pasos desaliñados y el sonido de las pisadas.
- Oye ladrón deja mi guitarra.- Grite
Cuando el ladrón imbécil se tropezó por voltear y al caer, Wankar caía y yo volaba encima del ladrón empotrado de agua, exprimiendo en la cara del sinvergüenza golpes que él me los rechazaba y en algunos casos me contestaba.
Mientras mi amigo hacía lo mismo metros adelante. Nos dimos una trompada de “pe” a “pa” que resultamos heridos, sólo recuerdo que ciertas personas nos separaban, a la vez que yo sangraba por la boca y mi amigo no podía caminar. Llegamos al hospital con fracturas que no fueron producto de la golpiza con los ladrones, sino de la caída del puente. Mi amigo tenía roto un pie y yo varias costillas que habían comprometido los pulmones. Sin embargo. Wankar y Tinya salieron ilesos y seguían a nuestro lado, cama a cama, cuando de momentos nos observamos y empezamos a sentir la melodía huidiza. Wankar y Tinya sonaban solitarias y las letras de la canción aparecían volando en nuestro pabellón de cuidados intensivos. Mi amigo había sufrido múltiple fractura y yo también, de esto nos enteramos por la melodía que sonaba y cuyas letras cargaban:
En un instante, el vacío de mi vida;
Me devolvió a la insensata realidad,
Yo por ayuda y tu por ciego,
Irnos dé este mundo…
Somos niños estúpidos,
Y madurar no esta como fin,
Esta como soberbia y ofensa…

Willkanina Diciembre 2002

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