miércoles, 7 de septiembre de 2011

Cuando una noticia llega


Tengo dos noticias, una buena y la otra mala…
Y caía el agua, una lluvia patética, aquella lluvia que siempre cae en el momento menos esperado, cuando se va viajando encima de un camión cisterna, uno de esos transportes de gasolina o bencina que se tiene que tomar porque no existe otra alternativa. En principio la lluvia no aviso y se hizo constante después de qué Consuelo recibió la noticia, una noticia que le hizo decidir en minutos: “tengo que viajar”. Medios de transporte no existen cuando uno recibe noticias importantes, solo aparece opciones y esa opción es por lo general esperar al borde de la carretera, una espera que se transforma en esperanza, emoción, pues inmediatamente Consuelo viajaría, aún sin considerar que le acompañarían sus dos hijas, una de ellas en la etapa del deseo de caminar, la otra con la capacidad de entender que las esperas al borde de la carretera son largas, aburridas y a veces agotadoras, claro que, con una lluviecita la escena cambia, María Isabel adora las lluvias y se aventura a jugar con ella, camina y vuelve a dar la vuelta, mientras Consuelo a voz en cuello la riñe, la amenaza. María Isabel sabe que es refrescante la lluvia a temperaturas altas, ya conoce que el suelo evapora neblina, parece que respirase, pues vive en un lugar donde el aire es caliente, y a cualquier lugar que observa todo se hace verde, acompaña infinidad de sonidos, miles de movimientos, se siente un entorno vivo, sofocante a la vez, entiende que la felicidad esta en las lluvias de pocos minutos, de algunas horas. María Isabel aún desconoce el motivo del viaje solo ha escuchado a su madre decir: “Alístate nos vamos de viaje” y ella imagina viajar en un camión, sentirse apachurrada y a la vez emocionada de ver el mundo que la llevará por muchas horas a otro lugar más desconocido del que habitualmente suele caminar.
La noticia es precipitada y de carácter urgente, no es atinada a las expectativas de vida de Consuelo, ella ha comprendido que la noticia puede cambiar su forma de vida y el futuro de sus hijas y ha decidido viajar en un día de lluvia y prácticamente con la ropa puesta. Sus hijas: María Isabel que ya comprende las palabras y Soledad que aún no entiende las palabras acompañan una vez más su agotador viaje, algunas horas después de la espera al borde de la carretera con María Isabel empapada por la lluvia aparece por fin el transporte, un camión cisterna, Consuelo en su afán por detenerlo se atraviesa la carretera y permite que el conductor detenga el camión. Es un camión acondicionado a la carga de gasolina y gente. En este caso regresa sin gasolina y transporta pasajeros en su techo, no lleva nombre ni propagandas, es solamente un camión más en esta ruta. Entonces se produce el dialogo, Consuelo a varios metros de la cabina del conductor, con la lluvia que le resbala por el rostro, agarrando a su María Isabel con una mano y a Soledad atada a la espalda. En principio el conductor no acepta que Consuelo se trepe al camión con dos niñas pero ella insiste con lágrimas en los ojos acompañada de las miradas inocentes de sus dos hijas que no entienden que conversan, sin embargo asumen que mamá está llorando, finalmente el conductor accede, “espero que tu viaje valga el oro del mundo” y un rostro de felicidad se apodera de Consuelo que le ayudan a subir algunos pasajeros desde la parte superior, muchos de ellos van aprovisionados, cubiertos con plásticos, se siente el olor a plátano, de las naranjas y por ahí se acomodan las tres criaturas de Dios que titiritando y acongojados iniciaran un viaje, uno de esos viajes que ella suele hacer con frecuencia, como el otrora viaje que hizo embarazada de Soledad en otras circunstancias por supuesto que no era de una noticia. Es un viaje más que pocas veces se relatan solo se cuentan de boca a boca, solo se conocen por noticias cuando se desbarranca uno de esos camiones cisterna o camión frutero o de maderas o de ganado, menos de pasajeros.
Consuelo intenta atrapar un poco de sueño pero no puede, tiene que estar alerta de sus hijas, no vaya a pasar un descuido y por ahí se desborda, puesto que el camión cisterna no tiene barandas, cada pasajero tiene que sostenerse lo mejor que pueda del tubo principal que atraviesa la parte central de la cubierta del tanque, muchos de los pasajeros se amarran, se ajustan en cadena para no perderse en una curva peligrosa, pues entienden que no se caerán a no ser que se caigan todos por culpa del conductor o el camión, pues, así es el viaje por estas rutas, puedes estar amarrado pero terminan en el río o en un precipicio en un par de segundos, estas definitivamente en las manos del omnipresente, del destino, del conductor y de la lluvia que es constante que ahora revienta en la carita de María Isabel y que a ella ya no le gusta, ahora empieza a odiarla y entonces aparece la noche poco a poco, el horizonte se hace escarlata, rojizo, apabulla el viento con lluvia, se siente el vapor entre la ropa, se puede ver como el agua discurre por el techo del tanque del camión cisterna.
Una vez más Consuelo se siente ir al abandono y decidí pensar en la noticia, en el ayer, en el día que el Padre de María Isabel y Soledad se fue, cuando a ochos meses de embarazo de Soledad, el señor innombrable empujo la puerta de palos de la cabaña donde vivían, hizo temblar el techo de calamina y ramas de planta de plátano y dijo: “Carajo me han dicho que ese hijo que esperas no es mío” y Consuelo anonadada y con una risa de segundos no le tomo importancia considerando que llevaba varias botella de agua ardiente encima y que esa actitud ya se había repetido miles de veces, mejor corregimos: millones de veces. El innombrable se acomodo a la mesa que era la única que estaba al borde de la cama, junto a lo que Consuelo intento agrupar: cama, cocina, comedor y sala en un cuarto que hoy en día es el tamaño reglamentario para la construcción de un servicio higiénico en un condominio modesto y urbano. La bulla se apodero cuando María Isabel despertó, un ambiente grotesco de Padre ebrio, Madre embarazada en lagrimas y risas, hija con gritos de: “No pegas a mi mama” se dibujaban en un fresco selvático, apaciguaba el alcohol y el deseo de irse de aquél ser humano calificado como el innombrable que se fue encima de su mujer pidiendo satisfacción y según él: Amor, pues ella apenas se movía y entre tanto alboroto y caídas de platos de plástico, cucharillas y veles viejas, Consuelo quedo inconsciente, entonces el innombrable tomo conciencia y se entono a la normalidad, “a la mierda….mejor me voy” tomo algo de ropa mientras veía a su hija atónita a lado de su madre, después de minutos abrió la puerta y se fue.
Consuelo lloraba mientras recordaba y ahora lo hacía encima de un camión cisterna, ya iba cesando la lluvia y aparecía el frío, aquel frío típico, el frío que penetra en los huesos, el que hace temblar y a veces maldecir, la carretera se hacía sinuosa con pendientes cada vez más elevada y se notaba que pronto se dejaría la selva y se tendría que cruzar la cordillera, llegar a la parte alta, donde se observa los nevado y se necesita de mucho abrigo, entonces empieza a brillar a los lejos algunas casitas, casi imperceptibles y el viento ahora es helado y todos los pasajeros a la intemperie se alistan para soportar lo que será temperaturas por debajo de cero grados, todo va cambiando, el aire se hace más denso, el sonido es cada vez lejano, el silencio se acompaña con el rugir del motor y la inestabilidad del camión cisterna es perceptible, se siente en cada curva, en cada giro, a pesar de ir lento, se siente como si uno fuese en un bote sin motor, viajando a la deriva, tambaleándose de un lado al otro, así viajan Consuelo, María Isabel y Soledad, esta última intentando dormir después del llanto previo, esta abrigada y protegida solo queda que le atrape un sueño de aquellos que uno no recuerda, como su caso, Soledad nunca vio a su padre, de ahí su nombre, su madre enfatizo al momento del parto: “si es mujer se llamará Soledad, pues no conocerá a su padre”. Soledad captura un sueño y su madre se siente aliviada de poder a travesar la zona alta con la nena durmiendo mientras tanto se pegaba una pestañada muy abrazada a su hija María Isabel y sueña una vez más en aquellos días en que se sintió amada por el hombre de su vida, aquél que le dibujo el cielo en plena selva tupida donde si estás perdido ni el sol avisa tu orientación, se habían conocido en un lavadero de oro, ella era cocinera oficial y él un peón más de este negocio, entre la rutina del almuerzo y la cercanía al lugar donde viven las cocineras, él la ubico, la cortejo rápidamente, la siguió al río y la atrapo por la espalda, ella ya conmocionada por sus manos gruesas y su mirada de felicidad se dejo llevar por sus ojos negros, el cabello ralo y oscuro, su piel casi oscura, definitivamente no era amarillo, en cambio ella poseía en su voz una entonación grave, parecía tener un tic en la garganta es por eso que a veces hablaba con una peculiaridad que le solían decir: “la ronquita”, ella dijo: “que te pasa” en el instante que él ya lo abordaba y le decía que estaba enamorado de ella, algunos días más y parecía que el destino había decidido contemplar la unión de dos personas por el amor, aquel amor que se arremolina en el río, con juegos inicialmente y después con zambullidas de pasión, es rápido como la corriente del río, es salvaje como el sonido lejano del río, es vibrante como el reviente de sus aguas en las rocas, es furioso como los sonidos de las piedras que arrastra el río, es furibundo como las calmadas aguas a la orilla y hace eso que dice ser amor lo más sublime y a la vez apremiante en un pliego de tareas, los futuros planes. “”Nosotros nos vamos de acá Consuelo” y ella respondió: “¿A dónde?”.
Las horas avanzaban en el camión cisterna y la gente murmuro entre dormida de que se avecinaban una helada, así que la situación ameritaba precaución y preparación para lo peor. El conductor detuvo el camión y grito “todos están bien” y los pasajeros contestaron: “si”. Minutos después arrojo un par de frazadas, dijo:”se viene una helada cubran a los niños”. Por estas rutas el conductor suele llevar en la caseta o junto a él: a abuelas, abuelos, señoras embarazadas o niños con madres, lamentablemente en esta ocasión no había espacio para Consuelo ya todo estaba ocupado por enfermos y otros.
El viaje tomo una dirección todo hacía arriba, más lento y dificultoso, aquellas luces que aparecían horas antes se hacían más seguidas y los pasajeros dijeron que pasaba algo, “un accidente será, será el lodo” “¿Qué será?”, todos despertaban, todos se abrigaban y poco a poco se acercaban, aparecía ante ellos una cola de camiones, el primero de ellos inclinado y con las llantas hacía arriba, un camión de varios ejes atrapado en el lodo colosal de una curva, ahí donde el manante se hizo río y la carretera se hizo fango, se acercaron a la cola y se detuvieron, todos los pasajeros decían ahora tendremos que ayudar. El conductor se bajo de la cabina y se fue a ver el escenario, gente luchando contra la naturaleza, todos conductores y pasajeros, a la distancia, con herramientas, picos, sogas, patas de cabra, maderas, todos intentando acomodar palancas y planos inclinados en la parte posterior del camión hundido en pleno fango, Consuelo dijo: “Tenemos que ayudar” y frases así, quizás no revelen nada, pero las mujeres por lo general, preparan bebidas calientes y comidas para reemplazar fuerzas gastadas con lo que ellas ya sabían, atolladeros de camiones atrapados en montañas inhóspitas, por lo demás, Consuelo era una cocinera experimentada y podía hacer comida de la mismísima naturaleza. Minutos después regresaba el conductor con el diagnostico de la situación, “Tenemos que trabajar, sino, nos quedamos varios días acá, todos los varones a trabajar” se entendía que las mujeres poco podían hacer como no sea apoyar con bebidas calientes o ubicando arboles caídos para poder llevar y ayudar a salir del fango.
Todos se encaminaban y hacía caso al que posiblemente ya tenía horas ahí, especialmente al conductor del camión hundido, mas brazos remangados y fuerzas para poder empujar y poner maderas era la idea primigenia, cuadrillas de personas entremezclados en el fango, con las piernas hasta la rodilla sintiendo el frío de las aguas que corren por los lados del camión, otros, jalando al camión con sogas, otras personas listas para poder empujar al camión una vez que recupere su posición normal y que las maderas soporten el peso, pues hace buenas horas ya habían colocado piedras solo que estaba embalsamando más agua y era peligroso para el resto de camiones por lo que algunos desviaban el agua con picos y palas. Las bebidas calientes y los plátanos sancochados se pasaban de mano en mano y ahí Consuelo ayudaba, buscando más leña para el fuego, buscando yerbas para los mates, haciendo algo más variado como las yucas fritas con sal, pues había poco o nada de aceite para freír. Algunas mujeres sostenía el fuego en antorchas preparadas para la ocasión y los niños solo observaban como era el caso de María Isabel, asustada al lado de su madre, escuchando los gritos y las contra ordenes. Se tuvieron que esperar varias horas para poder ver en un momento especial como el camión hundido giraba por la parte delantera mientras la parte posterior estaba al aire, y en ese instante lentamente descendía a su posición normal, mientras cuadrillas de personas rellenaban con piedras la parte hueca, el camión se estabilizo y fue jalado más adelante donde ya se percibía otra cola de camiones en sentido inverso, todos apoyaron en lo que pudieron, y el conductor del camión hundido encendió los motores y tras varias pruebas la gente aplaudió en una noche alumbrada por fuego casero, después del problema, las personas volvían a su camiones y había que pasar el lugar previamente arreglado lentamente, en la mayoría de los casos, los camiones pasaban sin pasajeros.
El viaje continuo con más vueltas y apareció la primera ventisca helada y el frío que chillaba y los pasajeros del camión cisterna ya estaban titiritando nuevamente. Consuelo se imaginaba en la llegada del viaje, la noticia, no todo iba a ser en vano, tantos problemas pare viajar tenía que ser recompensado. Recordó el día que perdió la dirección, estaba envuelto en un plástico, amarrado con una pita, aquél día que lo extravío ella se trasladaba de una cabaña a otra y de la misma forma traslado sus lagrimas de un lado a otro por ese camino, por muchas veces que regreso no pudo hallarlo y con eso aprendió que la selva te puede esconder en un segundo la realidad. Pasaron varios años cuando por un intuición se aventuro a ese camino viejo y vaya ser el destino o la divina providencia que se encontró con la dirección y lloro desconsoladamente y de emoción, al día siguiente tuvo la noticia. Cuantos días pasaron, cuantas horas, por fin ya no estaría sola.
El viaje se hacía largo, parecía irse días , meses, no había cuando acabe y otra vez escucho su corazón, cuando en su niñez, cuando en su juventud, su ímpetu lo alejo de todo, recordó el día que murió su madre y ya no había motivo para seguir en aquellas tierras, recordó las mil y una noche de problemas que hizo en la ciudad y termino en la selva al mando de una cocina y sosegada por un peón, lloraba su destino y se hacía la pregunta.”¿Porqué me sucede eso?”
Consuelo se adueño de la noticia como a su mejor regalo, se hizo mil ilusiones, su felicidad le ayudaba a soportar el frío y ya había muchos días atrás que sus cabellos no eran castaños solo eran horquillados, que sus dientes se iban cayendo uno a uno, que sus ojos no conjugaban una sonrisa con sus labios. No había figura aquella que permitió zambullirse al río del amor, todo se deshacía y se hacía insoportable con sus atuendos cada vez más oxidados al olvido, harapos y trapos colgaban y cubrían a sus hijas, sin más que decir tenía esperanzas en la gran noticia, sentía algo en su corazón y esa intuición que nunca supo aprovechar estaba ahora latente.
El camión logro llegar a la zona más alta y comenzó el descenso rumbo a la ciudad capital, se lograba divisar con más regularidad más camiones, buses, carros pequeños y se sentía menos frío. El corazón de Consuelo latía mucho más y su emoción contagiaba a sus hijas a través de besos, en un instante suspiro, al recordar velozmente la primera vez que llego a esta ciudad y el motivo de su partida, el primer amor de su vida, aquel amor quiere olvidar, aquél amor que decidió suicidarse por una locura, entonces una tristeza se apodero de ella y otra vez las lagrimas que en una mujer no cesan fácilmente inundaron su rostro. Al momento, el conductor detuvo el transporte y dijo, “ya saben que no puedo entrar a la ciudad, así que tendrán que bajar en la próxima parada” y Consuelo alisto a sus hijas y la esperanza que espero al borde de la carretera varios días atrás estaba llegando a su encuentro por fin.
Consuelo no tuvo riesgo en dejar el camión cisterna, su amable conductor le dijo al momento de despedirse: “cuídese y atienda a esas niñas”. Empezó una caminata larga en una madrugada acondicionada a las estirpes de antaño, de aquellas almas que utilizaban estas calles para vivir en una sociedad más justa, menos globalizada e hipócrita. María Isabel, daba sus primeros pasos en una ciudad en la que había nacido pero no había caminado. Sus ojitos observaban a todos los lados, se agarraba tenazmente de su madre y se apropiaba de las angustias de ella, avanzaron varias calles, muchos minutos y después Consuelo tocaba la puerta de una casa, la noticia la había traído desde las entrañas de la selva, segundo después, un rostro envejecido atendía con una emoción extrema. “Ha llegado Consuelo”. “Tu hermano te ha estado buscando varias semanas, ha crecido esto todo un hombre” “cuantos años sin verte Consuelo” y ella contestaba, “¡creo que veinte años no!”. Y ella recordó al hermano que una vez se fue al extranjero, adoptado por una familia Inglesa, por fin regreso… La ansiedad se perfumo y el ambiente se hizo de flores, la figura fantasmagórica de la demacrada familia de Consuelo, con Soledad sacando la cabecita y María Isabel asustada a las piernas de su madre, cubiertos todos de trapos húmedos, olorosos, de colores brillantes se desparramo cuando Alejandro apareció con los cabellos parados y las pijamas puestas, las vio y se atrapo de todas tal cual esposo recupera a su esposa, tal cual madre abraza a su hijo en la larga partida, tal cual es sentido el amor entre dos personas…

Willkanina. Enero 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario