miércoles, 7 de septiembre de 2011

LA PROMESA DEL SEÑOR


Una tarde alegre, bulliciosa, pasmada de gente, de catervas en movimiento, de tumultos vanagloriando a su Señor, a su Taytacha, dando muestras de gratitud, de fe; ¿A quién?…al Señor de Ccoyllority.
Lucio, adolescente con escrúpulos, con ideas tiernas. Ukuko enamorado de la vida, de su creencia y de su Hermelinda, iba bailando sin cansancio, con entusiasmo, con amor. Valoraba participar en este acto, sabía que era la segunda vez que venía y por lo tanto demostraba sabiduría, perfección, quería hacer lo mejor posible, amilanaba al grupo, al entorno, a lo natural, al Apu; en fin a todo lo que él considerase pureza. Jactabase de ser bueno, bondadoso y aunque el ampuloso cuerpo pertrechado en formas diáfanas figuraban belleza en su manera de bailar; sus brazos relativos, maniatados por el traje, por el cuero, por su rostro tapado, aligerado por el sudor, por el olor; mostraban siempre su alegría infinita. Su mirada perspicaz a cada paso que daba hacían que viajase en un esmero paternal, en lo que le habían enseñado, en lo que la familia le había inculcado…!Fe al Señor!. No cuestionaba la ley de la vida, ni ponía en duda la divinidad del Apu guardián. Él entendía cuando caminaba por montañas, por fríos amargos, por noches iluminadas, era por el Señor.
Lucio, Paucartambino por naturaleza, luchaba por ese cariño al Señor, por esa idolatría enraizada en su corazón. Estarían bien cojudos aquellos que intentasen cambiarlo. Él prefería la paz, la risa, la bulla, el escándalo; no tenía porque preguntar, él acataba su convicción, su realidad. Y cuando le tocó entrar por segunda vez al templo, en él se destapó el pasamontaña que tenía puesto, en él aprecio la mirada de su Señor y el palidecer de su conducta, de sus ojos negros que dilataban las cejas ralas, y las pestañas proclives al sol serrano; a aquella frente pálida y oscura, pintada de un color especial, enjuagado de sudor facial, de sudor puro, más sus labios rezaban y cantaban, mientras su epidermis morena en confusión con su nariz a la incaica se mezclaban en ríos de llanto placentero, ¡Mordaz!.
Lucio pedía en su mente al Señor, que no lo alejasen nunca de su Hermelinda y luego peticionaba vida, más vida, alegría en el pueblo al que pertenecía, paz y más paz, compasión y finalmente perdón. Los pasos muertos se fabricaban y las luces de las velas avisaban ser testigos de sus inquietudes, de sus miedos y de esas lágrimas mixtas, bióticas, llenas de energía, de pureza. Lucio caminaba de nuevo con pasión, con atisbo. Era perla negra en aguas de amor porque así lo entendía él, poco le importaba el foráneo, el metiche que irrumpía en su que hacer, en su pasión hacia el Señor. Cómo cuando apareció Luis Jiménez, joven estudiante de la ciudad, de la sociedad moderna, de aquella que se resigno y no pudo resistir el embiste occidental. Traía interrogantes por resolver, cuestionarios por desarrollar y un poquito de fe, de todas maneras sufriría su primera vez, su primer viaje, cansado, tragando polvo, caminando de madrugada y queriendo llegar pronto. Luis Jiménez participaba en un trabajo de investigación e ignoraba introspectivamente el verdadero valor de la visita, lo hacía por la Universidad, un poco por la tradición familiar y más por los amigos y el deseo de satisfacer su curiosidad. Trajino cuatro horas y para él ya era un infierno, llegó al templo y ni siquiera lloró, vio al Señor y le hizo entender que le sentía respeto, admiración y que había valido la pena peregrinar sin causa real, tan diferente al del ukuko. Buscó sus pecados, sus lamentos y malos actos, pero era tan grande el bolso en los que los traía que decidió enterrarlos en el Apu guardián con el consentimiento del Señor quién acepto la promesa a través de sus naciones, de su gente, de sus verdaderos feligreses:
- Corre no más hijo y ojalá te des cuenta de mi pueblo, vuestro pueblo.
Luis Jiménez percibió los pasos defectuosos de las demás gentes, de sus compañeros de estudio, del atolladero de la puerta y del látigo del Celador, iba tomando experiencia real de lo que significaba y del papel que desempeñaba hasta que observo al ukuko más bailador, más entusiasta en una danza lejana, decidió seguirlo, fotografiarlo, mirarlo como niño a un juguete nuevo mientras que él continuaba danzando, atimorando con su látigo, con su voz delgada y chillona, con su soberbia al discurrirse en metódicas coreografías, era un dilipendista de actuaciones, que cuando subió a recoger su pedazo de hielo, siempre pensaba hacer llegar a casa un poquito de agua sagrada, imaginaba repartir a los suyos: a papá, a mamá, al tío, …a Hermelinda, porque era agua del Señor y como tal la promesa se haría un pacto de hegemonía, un tratado natural.
Lucio continuaba en su tiempo perdido, en lo atemporal que significaba peregrinar hasta estos linderos, rompía todo estrecho racional con lo mundano de las sociedades modernas.
- ¡Qué estupidez sería eso!.
Se decía a si mismo, cuando veía involucrarse a extraños en su territorio, cuando los presentía con otros atuendos que no eran como el de él. Intuía que eran ajenos, pero los comprendía porque el Señor era de todos y de todos siempre sería. Lucio aglutinaba sus movimientos con criterios de entendimiento, sin saber que Luis Jiménez lo observaba detenidamente; recordó cuando el abuelo Faustino, Celador de antaño le había contado: que cuando el estuvo de guardián en la capilla al lado del Señor, en aquellos tiempos, un hombre de aspecto Wiracocha, muy blanco, había llegado al templo y acercándose al Señor para rezar, otro individuo de características pobres en su andar, en su ropa, en su vida, más pobre que el pobre de los pobres también se acerco al Señor, se confundieron y empezaron a rezar juntos, sin confrontaciones, sin adulaciones. Sólo el reojo era menester de cuidado. Mientras que el hombre de tez blanca entraba en reflexión, el otro murmuraba con angustia sus pedidos; justo en aquel momento el hombre blanco paró de reflexionar y alcanzo un poco de dinero al otro que sólo lo recibía atónito entre sus manos…como quien alaba la honra del Señor. Pasado un tiempo, el abuelo Faustino logró encontrarlo en las afueras del templo y le pregunto a dicho hombre:
- ¿Porque le había dado dinero al pobre?
Y este contesto:
- Le di para que no me lo distrajese al Señor en mis pedidos.
Lucio rememoraba en su fatigues, en su cansancio sobrio, todo aquel recuerdo que el abuelo Faustino le había contado, seguía adelante con el que hacer melodioso de sus cantos que cuando tuvieron que partir, partió con mucha más alegría, con pretensiones de encontrarse de nuevo con la familia, con los amigos y con su Hermelinda.
Mientras Luis Jiménez ya quería regresar a casa, subió al nevado porque todos subían, jugó con el hielo porque no le encontró otro sentido más agradable, entrevisto a personas donde sus preguntas no hacían otra cosa que tratar de revelar el porque peregrinar, no se daba cuenta de las infinitas promesas que el Señor estaba sujetando en su Santuario, los cuales eran la verdadera esencia de su existir. Pensó en lo arraigado de la costumbre, en las formas y maneras de las danzas, en los cantos, en las lagrimas y no hacía otra cosa que conjeturar y sentir pena y admiración por tan elemental corpus de convicción, él se preguntaba ¿Porqué venimos a estructurar investigaciones sociales?, si sólo debemos contestarnos a la pregunta: ¿Si existe una verdadera promesa del Señor? Analizaba rápidamente, y encontraba las motivaciones de cada uno en este mar humano, sintetizando; que los que viven realmente son los menos influenciados por el atropello occidental… ¡Si la Universidad es un aporte occidental!.
Consiguió difractarse entre todos y logró hablar con el Apu guardián quien le comunico que no se infiltrara tan torpemente con la benevolencia de su hipótesis, le dijo sospechosamente:
- Afirma lo que has captado y no hagas de este sublime peregrinar, mixtura hipócrita ni consolidaciones científicas, busca su esencia, su hipérbola de sabiduría, su enseñanza.
Horas después Lucio caminaba con más ansias que Luis Jiménez, como cuando tuvo que despedirse del Señor con la última mirada hacia su templo, hacia su pueblo, hacia su panorámica y portentosa significación, suspiro por convicción y le dijo: ¡Hasta pronto Señor!. Volteo la mirada y se le presento el camino hacia la casa, hacia el destino, continuaba con fe…que cuando llegó a casa tan enfeisado, las caras eran inciertas, los amigos se hacían los estúpidos, hasta mamá se hacía la tarada. ¿Qué había sucedido?. Y como los vientos se desplazan con facilidad así se desplazo la noticia de que Hermelinda había fallecido hace dos días y recién la habían acabado de enterrar, había agonizado algunas horas mientras él pedía en el templo la promesa al Señor de no separarla de su lado, todo era nefasto, incredulidad, ¡Estupor!.
Lucio corrió sin descanso a buscarla, a encontrarla, se atemorizo, no quiso creer, y a medida que llegaba al cementerio empezaba a sudar y ahora el sudor era de pánico, de pena, de duda. Entró en el campo santo y no lo podía creer, se resigno y empezó a llorar, a gritar. En su faz se mezclo el llanto del dolor y el sudor del sufrimiento, sus ojos negros pedían explicación, sus encorvadas fisuras de su piel morena no comprendían que sucedía y sólo sus manos agarraban sus cabellos mientras el agua sagrada que había traído del Santuario deshelaba en su tumba. No tenía pretensiones de culpa en su interior, sin embargo amenazaba su convicción, su fe.
- ¡Que mierda ha pasado!
Exclamaba sin justificación, y el silencio le insistía a volver al Santuario para que el Señor le explicase; ya que, aquí la gente ni siquiera le pudo hacer esperar viva a su Hermelinda. Salió disparado y no miró a sus coterráneos, empezó a caminar contra la voluntad de Hermelinda, no le importó la noche, ni sus padres, seguía caminando, pensando y recordando en los momentos en que Hermelinda y él habían planeado muchas cosas: en las tardes acaloradas a la orilla del río, en las cosechas de temporada, cuando el sólo la miraba y de mirada en mirada se enamoraron; cuando le siguió y le dio un beso a la carrera en el bosque y ella le sonrío tan llena de amor.
Seguía recordando, caminaba llorando y así fue llegando de nuevo a ver el horizonte del Santuario, ya no había gente, no había nadie, había caminado varios días y había descansado solamente para soñar con Hermelinda. Descendió al templo hecho mierda y con misericordia entre sus manos lloró y pidió explicaciones al Señor, siguió llorando mientras sus hermanos ya le estaban dando alcance, no consiguió parlar con el Taytacha y decidió subir al Apu guardián. Camino escondido, rápido, parecía escapar del mundo, del destino, se acerco a lo más alto de la montaña, donde sus fuerzas ya no daban y sólo pudo contemplar la inercia del cielo, ya no lloraba y con la mirada puesta en las nubes dibujo a su Hermelinda, a su amor, mientras se derrumbaba a un abismo, a un destino fijo, tal como el Señor se lo había prometido, nunca se separarían y tendría que morir para estar junto a su lado, pero en ese momento alguien le dio una mano, se la alcanzo pausadamente, sin fuerzas en sus brazos; era Luis Jiménez, estaba borracho, delirando, había buscado la verdad en exceso y termino siendo castigado por el Apu guardián. Los ukukos de diferentes naciones lo habían azotado cada día por sus terquedades, algunas señoras le habían alcanzado comida para sobrevivir y a nadie le interesaba sus conversaciones con el Apu guardián. Logro salvar la vida del ukuko a quien había admirado y ni se recordaba a que había venido al Santuario. Sentado en plena altura del Apu, Luis Jiménez acaricio la pena de Lucio, después de un largo tiempo tendido en la nieve al borde de un abismo, consiguieron intercambiar algunas palabras, Luis Jiménez le dijo:
- ¿Que ha pasado ukuko llorón?
Y Lucio contesto:
- Se murió mi…
Y comenzaba a sollozar. Luis Jiménez no entendía y le volvió a decir:
- ¿Quién se te ha muerto?
Y el contestaba llorando:
- Se murió mi Her-me-lin-da.
Así que Luis Jiménez empezó a intrigarle el mundo de aquel ukuko; le hizo entender que lo lamentaba y que lo sentía mucho, mientras Lucio consentía con la cabeza agachada y entre palabras cansadas le dijo:
- Me hubieras dejado morir.
Y Luis Jiménez asustado le contesto:
- Que te pasa waiqui, no confías en la vida y sus pruebas.
Entonces Lucio lo miró detenidamente y con ojos llorosos y a medio cerrar, lo examino, lo analizo y después de hacer una detallada equivalencia de sus prendas, estragos, diferencias y similitudes le confirió la siguiente pregunta:
- ¿Tu me podrías dar un ejemplo tan similar al que me esta sucediendo? … cuando de pronto se muere alguien a quien adoras, a quien la vida te presento y te enseño que serían felices por todos los tiempos.
Y Luis Jiménez contesto:
- Claro que tengo un ejemplo. ¡Porqué no! lo que te voy a contar no es un caso parecido, pero es suficiente para hacerte entender que yo también estoy en estos lugares por algo similar, y recién me di cuenta el día en que llegue.
Un día en el Cusco, cuando caminaba por un camino viguelado como alfombra árabe. Culebreado con censura ignominiosa, describía en mí desplazar mis penas, mis lágrimas, era el camino hacia el sufrimiento. Deseaba respuestas y no las encontraba; y fue así que llegue al mirador de San Cristóbal, en lo magnifico de su paredón, la busque, había momentos en que no se podía describir su magia, como aquella tarde sin celaje anaranjado, como aquel retoño de tristeza que yo iba dejando en ese espacio placido, tumbado a la deriva y a un costado de los muros del Colcanpata, eran mis recuerdos hermosos más el rencor del deteste, estaba flagelado por el tiempo, como lo estoy ahora, borrado por los amigos y amonestado por el retoño de mi imaginación, había hecho de mi caminar un cansancio obligado, perpetuo, como quien lleva la cruz a lo alto y desea dejarlo con reproches, estaba cansado y de mis maneras cobardes de respirar sólo se podía pensar en una pena, una lastima, un dilema; era yo que me había encontrado con mi reflexión, con mis preguntas y hacía de ellos un comienzo patético, un poema en vías de llorar, un retoño de tristeza en Agosto. En aquellos recovecos eximí mis suspiros frecuentes y me tocó descansar una vez que había llegado a mi lugar preferido, en el me desplome suavemente, tenía a mi lado derecho: la iglesia de San Cristóbal, lo conoces…!Verdad!.
Lucio asintió con la cabeza y seguía escuchando el relato de Luis Jiménez.
- …Pestañee un momento y de repente mis pensamientos se trasladaron a Wyñaywayna grupo arqueológico que pertenece al camino inka, a ese lugar imponente donde algún día entregue una botellita con siete piedritas en su interior, ¿No sabes a quién?; a ella, a mi esperanza de vivir. En ese lugar mimetizado con la naturaleza, con lo verde, con lo azul, con lo enigmático, mágico. Seguía viajando taciturnamente, expoliando mis palabras cada instante, como cuando le dije: te tengo un regalo y ella sólo me miro. Descubrí ante ella una cajita pequeña y era la botellita misteriosa. Que bello momento, ¡Qué lindo! Traslade de nuevo mis pensamientos e hice coincidir en mi fantasía el carácter imperfecto de su personalidad, tantos eran los pasajes que mis muecas y cambios interiores jugaban a los mórbidos deseos de disfrutar cada acto que recordaba; en los viajes, en la casa, en el día…allá en las caminatas de calle. ¡Qué melancolía! Respire profundamente y luego de un suspiro nostálgico cambie mi mirada para el lado izquierdo y mientras apreciaba las casas, mis ojos fueron desvaneciendo mis objetos de observación a un vacío, a un imitar de apasionado, a una cultura de enamorado en iniciación. Tuve que volver a reflexionar y así acudí a las siete promesas de aquellas siete piedritas en la botellita, cada una de ellas era diferente como el color que mostraban, cada uno era un paso para fortalecer ese amor. Recuerdo que cuando se las entregue nuestras caras se mezclaron en risas, en abrazos, en alegrías de eternidad; eran testigos: la naturaleza y la cultura, ¡Para que más! Me traslade en el tiempo y no se como llegue a aquel día en que había llorado por esa duda, por esa traición o por lo que fuera, no escatime preguntas ni respuestas forzadas, volví a suspirar y ahora era de tristeza. No aceptaba y de pronto llegaba el odio, jugaba un poco con el y luego la amaba. No quise inhibir en mis pensamientos el famoso olvido, el tan obligado olvido del pasado. Me retorcí de nuevo a otro costado en pleno césped pobre del mirador…
Luis Jiménez se detuvo un momento y tras una pausa le dijo al ukuko si se sentía bien y esté le insinúo sorpresa, admiración.
- Continúa no más.
Y le pidió un poco de su trago, quien empezó a tomar si control, todo estaba excelente y todo era hermoso desde esos lugares: panorama especial, vientos agradables, impresionante altura, el Apu guardián, el territorio del Señor, que más se podía pedir. Luis continúo con su relato.
- …Después empecé a llorar lentamente, gota a gota sin disturbios, en se llanto se perfilaba el amor y lo bello que habían sido esos momentos, me limpie la cara y sentí de repente un dolor en lo más profundo de mi pecho. ¡Qué sería! Pronuncie su nombre e hice en sus letras un viaje alegre en ese viento que me acompañaba, que giraba al lado mío, el viento era mi amigo como lo es en estos momentos para nosotros en este lugar; quien más te podría entender…!Bueno! Aparte del Taytacha y el Apu.
Entonces Lucio reacciono y le dijo:
- Para mi el Taytacha y el Apu no son amigos. Ellos son nuestras luces, nuestros dioses.
Luis Jiménez confundido le contesto:
- Espera un momento, todavía no termino y veras porque creo que para mi son mis amigos ahora y porque antes no lo eran.
…Luego continúe con tristeza, con mi pena, me empecé a deprimir, a buscar en la soledad un retoño de recuerdos, me decía a mismo: viviré un momento y un pequeño momento nada más para recordarla, pero que hago con mi vida después, ya no será como antes, nada será igual, me volveré estúpido, seguro siempre pensaré en ella. ¡Qué mierda voy hacer! Todo era indecisión, problema interno, problema sentimental, hasta pensé que era un problema mental. Pasaron los minutos y descubrí algo interesante, no quise recordarla más, decidí ponerle un alto a tan abrumadora percepción. Me senté y con las fuerzas de la pereza mire al horizonte, al cielo pacifico, busque a Dios y aunque la ciencia no lo crea y tu ukuko no me lo creas. ¡Lo hallé! Seguía hipnótico con la mirada puesta hacia el infinito, hacia el oleaje de sus puertas que Dios los había abierto, llegue a penetrar en su luz y bebí de su entender, confesé mi culpa, mi duda, seguía caminando en su casa blanca y por fin pude hablar con Dios, nos sentamos en asientos de piedras blancas, tan similar a este lugar. Tomamos chicha celestial con tragos de la comprensión, pasamos por las etapas clásicas del borracho de la ciudad moderna. Primero calentamos cuerpo, luego pasamos a los chistes, más tarde a la historia y a medida que el cáliz etílico se hacía preponderante llegamos a la etapa filosófica, pero nos dimos cuenta que los ángeles estaban al acecho y decidimos parar y pasar al tema del amor y para que llegamos a ese tema, nos pusimos a moquear, a llorar como niños extraviados, yo lo hacía por ella y él por el mundo entero. ¡Qué ironía! Dejamos de llorar y me dijo: de que continuase viviendo, para que hacerte hígado y propenso a los ataques cardiacos, continua con tu vida, has de ella una historia, un mito, algo que sea un reto para el mundo, que traspase los valores superfluos, que llegue más allá del bien y el mal, que censure el estúpido tiempo, que sea sonrisa para aquellos que te odian o te quieren, que sea alegría para aquella que te dejo o se fue sin decirte nada, no dudes de vivir, sólo vive y vive el momento así como un segundo hace un minuto después de tildar sesenta veces sin que nadie le joda…De pronto un ruido dulce, melódico; eran los silbidos de un par de tortolitos que habían estropeado mis conversaciones con Dios, los observe y para eso Dios ya se había marchado, supongo que tenía cosas que atender. Me esforcé por pararme y con tambaleadas y baladas me hice frente a las lecciones que había recibido. Las lagrimas ya habían secado y los vientos me avisaron que descendiese a la ciudad, miré nuevamente al horizonte y sólo pude encontrar frases como: ¡La frustración a la mierda!, la depresión ¿Qué es eso?, la soledad que se vaya a descansar. Quise buscar a Dios y no sé como volví a ver la botellita con las siete promesitas, ya no eran piedritas sino promesitas que tendría que hacerlas a la persona indicada, y cuando tuve que partir escuche una voz interna; algo así como: “oye cuando nos mandamos otros tragos”… y yo caminando conteste: “el próximo retoño”. Me pare un momento y dije: “¿Qué?” no sabía quien era, me confundí y ahora que estoy acá recién lo comprendo, ¿Sé quien es?
- ¿Qué piensas tu ukuko?
Y Lucio contesto:
- Pienso que estas loco, sólo un idiota puede pensar que Dios se emborracha y que esta dentro de uno, ¡Es una locura! Y no te lo digo porque estoy ebrio sino porque el Taytacha es suficiente, completo y extraordinario, él te comprendería, te aconsejaría y el Apu te estaría cuidando para que no hagas sandeces. Por eso es que lloró y me emborracho, porque sé que el Señor así lo quiere, espero su benevolencia, su decisión.
Un momento y ambos tuvieron que cansarse de discutir, dejaron de llevarse la contra, cedieron a la razón, a lo hipócrita que es la religión cuando hace de nosotros un suplicio de orden moral. Conversaron de la inconsistencia de sus vidas, de lo opuesto de sus pensamientos, de las coincidencias que la vida les había deparado a su edad, de aquellos amores que no podían ser, de los pueblos y al final la ebriedad los hacía reír, abrazarse, llorar. Luis Jiménez le decía: “Que su pasamontaña estaba sucia y que su color blanco era negro como su piel”, a lo que Lucio le increpaba con: “no molestes macta de la ciudad.”
El sol se iba ocultando entre los nevados y los vientos eran cada vez más fuerte, pero para ellos era indiferencia total. Luis Jiménez se puso de pie y explico al mundo entero el porque el Taytacha y el Apu guardián eran sus amigos, pero Lucio no le quiso escuchar y al levantarse resbalo precipitadamente cayendo al abismo, se fue como un silbido arrastrado, como una mirada de mujer inocente, su cuerpo iba rodando mientras Luis Jiménez descendía desesperado, rápido. Lucio seguía cayendo hasta que paro en un lugar muy lejano. Cuando Luis Jiménez llegó a su lado trato de auxiliarlo, lo abrazo fuerte hacia su pecho y le dijo:
- No te mueras ukuko.
Trataba de aliviarlo, quería que hablase, pero él no reaccionaba. Continúo acariciándolo como si fuera su hermano de toda la vida, como si lo conociera de todo los tiempos, comenzó a llorar con fuerzas, con dolor y le dijo:
- Si supieras que la promesa del Señor fue para mi conversar con el Apu guardián hasta que llegase un ukuko alegre, bueno, sin ideas atrofiadas y no sabes que lo encontré, que eras tu…! Por favor no te mueras!
Cuando de pronto Lucio reacciono, llevaba el pulso lento, la respiración dificultosa, sabía que iba a morir y le dijo:
- No se tu nombre.
Y volvió a cerrar sus ojos. Luis Jiménez le contesto:
- Me llamo Luis.
Y sonrió con mucha felicidad de verlo vivir, de sentir su esencia, su credibilidad, a quien más podría confiar aquella duda de su Dios interno, de hacerle entender su promesa con el señor, de su juventud en pleno proceso de cambio, lo miro tan lleno de amor que le dijo:
- Y tu ukuko ¿Cómo te llamas?
Dejo que respirase y le tomo del rostro, confundió sus manos entre la desollada piel y el sentir de su promesa, y fue cuando Lucio le contesto difícilmente:
- Luis, yo me llamo Lucio y sabes: el Taytacha y el Apu guardián han fijado mi destino y yo sólo estoy cumpliendo con la promesa, así debe ser y así será, no cambies las cosas. Tu continua con tu vida y si algún día descubres al Dios interno entonces házmelo saber en este lugar, entiérrame aquí, déjame con el Apu guardián y llévate mi pasamontaña blanca, vuelve con el cada año… y ya no llores, no llores más…
Murió en sus brazos con amor sabiendo que Luis Jiménez lo había comprendido, dejo en sus pensamientos una tarea por cumplir y un deseo por realizar. Luis lloró y a cada lagrima le impregno pasión, lo enterró y empezó a explicarse el porque del Taytacha y el Apu, comprendió que Lucio no cuestionaba la ley de la vida y que él si lo hacia, se despidió de aquel lugar con respeto. Dejo atrás muchas enseñanzas que ahora se le ve a Luis Jiménez en las canciones de los ukukos, en las ceras de las velas, en las lagrimas de la gente ante el Señor; en el interior más profundo de una persona cuando busca a ese Dios interno que no es otra cosa que sus miedos, sus convicciones, su fe.
Por eso cada fecha que se celebra la peregrinación hacia el Señor de Ccoyllority, el Dios interno de Luis Jiménez se confunde con el no cuestionamiento de la ley de la vida de Lucio, son medallas opuestas del Señor, son estrellas equivalentes y son fuerzas andinas que los jóvenes buscan cada día y cada día lo van encontrando.
Un remanso de tiempo y el adiós de Luis Jiménez se hacía sempiterno, dulce, miro el Santuario desde muy lejos y grito: ¡Gracias Señor!, ¡Hasta pronto Señor! Y en ese paisaje hermoso las figuras de Lucio y Hermelinda corrían, reían y levantaban las manos despidiéndose de Luis Jiménez. Un adiós que se hacía natural. Volvió la mirada para su camino y en su alma llevaba la fe del Señor y la seguridad del Apu guardián simbolizado en aquel pasamontaña color blanco. Blanco porque iba a ser de un Capac Colla, un ukuko enamorado del Señor y sus convicciones; en su interior una voz le decía: “cuídate Luis, adiós, ya nos volveremos a ver…adiós.”
¡Era su Dios interno!.
Willkanina 1998

LOS DIOSES DE LUIS JIMÉNEZ



Un día Miércoles cuando las actividades laborales comenzaban a todo dar en el Cusco, y cuando Luis Jiménez iba tomando su pobre combi para desplazarse a la Universidad, las escenas conmovedoras de la comunidad proletaria y allegados se deslumbraban en la parte interna de un colectivo urbano con capacidad legal para once pasajeros pero donde realmente entraban veintidós.
¡Avenida de la Cultura!, ¡Universidad!, ¡Aeropuertuuu! Gritaban los boleros, la bulla era constante y todos los boleteros tenían pinta de cholos a punto de ser uno más del montón. Luis Jiménez abordo una de las combis y el bolero le dijo: “al fondito hay asiento”, “una arrinconadita señora”; donde la gente le iba contestando: “que tienes, no somos animales”, y el bolero contestaba: “adentrito entran cuatro”; obviamente que se estaba refiriendo al asiento de la parte posterior donde Luis Jiménez iba acomodándose a su manera entre pretextos y atolladeros. Logro sentarse y su humildad lo aterro al descubrir como la gente viajaba con estropajos y poses estrambóticas, tanto se imaginaba Luis Jiménez que su mente atrofiada por el espectáculo televisivo imagino como el señor Juan Galvez viajaba con un trasero en la cara, la señora Lucha con el tufo del borracho López, el fercho morboso afanado en poder agarrar con disimulos las piernas de su pasajera mientras manipulaba la caja de cambios, ¡Qué tal pendejo!
Luis Jiménez hacía realidad sus preconceptos, más aún, cuando en frente suyo observo a una niña con moco saliente, tan sucia, tan linda; sus cabellos desordenados jugaban con el fondo de su faz y aquellos tiernos ojos buscaban coyuntura con aquel zapatito destruido y embarrado de suciedad que no se sabe como conjugaban con su manito izquierda, tan apretada, tan inocente; observaba a todo el público y desde ya, sabía que ella era el espectáculo. La señora Lucha o sentía pena de ella o el tufo del señor López le hacía sentir pena de todo, y el señor Juan Galvez que al margen de las dos nalgas que empapaban su rostro y tan salado él porque eran las nalgas de un viejo mecánico, se daba su tiempito aún para ubicar a través de sus lentes a la niña con moco entrante, ora saliente ora entrante y de seguro le debió dar pena.
Luis Jiménez quiso desaparecer, sin embargo; los colores, la velocidad, las miradas acusadoras, cautivadoras, la bulla del bolero lo transfirieron a decirse: “hace dos años dude de Dios y me negué por cuenta propia, ahora pienso que tenía razón. ¿Porque Dios crearía semejante espectáculo? El señor Juan Galvez es empleado del Banco de Crédito y cada día viaja con dos nalgas en su cara, todo apretado en la combi, todo puntual, todo proletario, no se con que ganas va a trabajar. La señora Lucha es ama de casa y seguro que iba a un lugar donde no había otro significado que vivir por vivir, así todos tenía algo que hacer. Y cuando el borracho López despertó dijo: “¿Dónde estamos?” y por ahí un niño contesto: “en la combi”. El borracho López observo por la ventana más cercana atravesando su mirada por el rostro desviado de la señora Lucha y digo desviado por semejante caricatura de guarapero que mostraba y que con unos ojos de fondo rojo oscilaba en querer saber donde estaba ubicada la combi, al darse cuenta que no era su paradero continuo jateando.
No es que Luis Jiménez se escapase de la costumbre citadina, por el contrario formaba parte de ella, su figura debilucha mantenía su energúmeno pensamiento, punzante y sutil que lo embabosaba todo, el mismo interior de la combi, el tronar de la puerta corrediza, los hedores, el espectáculo de la niña del moco asustado; hacía aparecer explicaciones de cada mermuja pintada y configurada en el incentro del medio rural, urbano o transporte urbanístico, o como mierda lo llamen, total mierda era cuando las personas viajaban como animales. No se cansaba de ser el criticón, ni el conciliador de las manifestaciones que ocurrían, ni cuando subió el quelete de Lucas de su habitual paradero, el muy docto se sentó en un insignificante lugar que un niño escolero había dejado vacante, se acurruco y entre pedos y carajos, asintió a sacar su libro de excusas matemáticas, según el aprovechando el viaje, que cagón era, el critico humillador se dio cuenta y no critico, sino espero la subida de la Linda, quien subió después que bajo de la combi los rezagos del borracho López, puntal a la chamba, “borracho pero puntual que mierda” decía el conciliador, espero a la Linda pero no aguanto y vomito ideas hostigadoras acerca de Lucas el intelectual. “como va a estudiar en la combi o es que aprovecha todo el tiempo o es un trome/capo/ o ¡puta madre no sé!”.
Linda subió tan delicada, todo ella, y no subió sola, abordo con ella su amiga Yuliana, quien le gano la caseta, junto al chofer; otro día de suerte para este enclenque que junto con el quelete avisaban ser el espectáculo opuesto de la niña del moco aullante, que para entonces había utilizado su manito derecha para limpiar el símbolo y el actor de su pequeñuela vida, “que linda carajo, palabras me faltan” decía Luis Jiménez, /el critico/el humillador o el arribista social. Escucho decir a la Linda: “hay que tierna eres” y el no entendió, analizo por un instante y aseguro que le había contestado a Yuliana pero era una respuesta que de ternura no tenía nada, no encontró asiento y agacho su cuerpo apoyándose donde podía, no había quienes apresurados a su figura osculaban internamente y calateaban a la pobre con ojos eróticos, el humillador paso a la defensiva, de desvestirla con sus ojos a vestirla con sus pensamientos y contemplarla, “que lujo verte mamita” decía, cuando de pronto el frenazo de la combi asusto a todos, el mierda del chofer casi se pasa una luz roja, tuvo que retroceder y enfilarse con otra combi en cuya parte posterior decía “Señor tu eres mi guía” y más abajito los nombres: Katherine y Rocío.
El analista observo detenidamente y pensó resquebrajado que ese gil debía tener un Dios pero los nombres. ¿Qué son los nombres?. ¡Ah! debe ser los de su esposa e hija o hijas.
El criticón recordó cuando estuvo en la ciudad capital que en la parte posterior de una combi asesina llevaba el acertijo: “un año bien trabajadito y me quito”, y este día confirmo que el huevon de Lima tenía la chamba como a Dios y a su tierra natal como su nostalgia.
Luis Jiménez se desvelo en su letargo de reminiscencias y volvió en si cuando la combi continuo; la Linda que con sus cabellos castaños adormecían a todos, menos al quelete de Lucas. Ella seguía como foco central de las miradas.
- Banco de Credito.
- grito el “wigzazapa” del bolero.
Y el plebeyo del señor Juan Galvez amojonado en la parte posterior de la combi contesto:
- ¡Baja!
Felizmente el trasero del mecánico había girado y ya no lo tenía aturdido, las gentes se movían a como podían y querían ganchar asiento a como placían. Primero las damas pensó el criticón y no fue para tanto que Linda logro sentarse justo frente a la niña de huellas en la nariz, huellas de un moco serpeante y dulce. El criticón se volvió juez al darse cuenta que el zapatito hueco amenazaba con manchar el impecable Blue Jean de Linda; esos ojitos lindos de la niña trataban de manejar la situación pero Linda mostraba miedo y a veces asco. El criticón tomo entonces su carácter de humillador y humillo a la cojuda de Linda, “que tal raza ni siquiera me la felicitas a mi niña del moco sabroso y del zapatito guerrero” “que tal concha”, y entre frenazos y aceleradas de la combi, la niña del cabello más hermoso y desordenado cayo encima de Linda que de Linda paso a ser mierda de Linda y ¿Porque mierda de Linda?. Porque abuso brutalmente, arrincono, se amargo, la maldijo con su mirada y con su risita de pendeja; y la niñita del zapatito hueco volvió a su lugar con el miedo de un moco que quiere entrarse a su casa lo más rápido posible.
El humillador quiso intervenir, dos asientos atrás no significaban nada y las palabras: “disculpe señorita”, tan sublimes, tan cándidas destruyeron la bulla del momento, convirtieron al lugar en el dialogo de un ángel con el demonio que paralizo el movimiento de la combi, suspendiendo en el aire una respuesta o lo que venga; Linda no contesto, sólo atino a acomodarse y limpiarse a costa de sus ojos acusadores que no dejaban de pertrechar a la niña.
Luis Jiménez penso segundos y obtusamente se estrello con la imagen del Señor de Ccoyllority, estampa cincelada que iba balanceándose en la parte superior de la ventana delantera, dejo las hazañas, dejo al criticón, al analista, al humillador y tomo muy en serio al Taytacha, se sumergió en el histórico viaje que hizo, en el peregrinaje de pecador que había hecho y en el interesante encuentro que había tenido con el Apu guardián, mezclo su incipiente concepto de Dios y fue cuando se dio con la sorpresa del “no Dios”.
Luis Jiménez atareado a cuatro paraderos de su final, de su encanto de viaje, de sus espectáculos satíricos, asomó por picapiedra al “no Dios”, dijo entre pensamientos: todos las gentes viven su destino, asumen su destino, niegan su destino, son actores de su destino y yo voy observando los destinos de estas gentes…”con que derecho”.
Arcaicamente estaba considerando la posibilidad de resignarse a un Dios que uno mismo creaba.
La fiel chamba para el señor Juan Galvez y el borracho López era su Dios, a él, ellos se arrodillaban, a él le cumplían, lo adoraban y no lo hacían por iniciativa, sino por necesidad, por los suyos, era sus destinos, su convicción aterradora de no morir y de vivir como asimilado citadino, su “no Dios” respectivamente eran las nalgas y el trago; mientras el Dios “saber más” para Lucas era su meta, su conciliación académica, su deseo de beber rigor y dejar atrás la fe, su “no Dios” era la cúspide de la intelectualidad, una cima muy en boga y avara. Para Linda su Dios era vivir como papacito y mamacita mandaban, toda liempiezita, toda finita, toda cojudita, cumplir con las exigencias que la sociedad brindaba, un “no Dios” tan similar a las “mejoras de nivel de vida” que los politiqueros gritan y pregonan. Linda no asumiría ni siquiera a dar una definición de un verdadero Dios. ¿Que gente tan insignificante?. La que merecía salvarse era la pulcra niña de los ojos inocentes, de la piel sucia y pura, del moco amigo, porque era el moco quien le entendía, era su Dios, su “no Dios” era toda la puta gente que lo observaba, puta porque afianzaban su vida a criterios que se venden y se venden como leyes sociales, leyes divinas, leyes cojudas que el sistema los desplaza para todos los variopintos, los del montón.
Luis Jiménez utilizaba al máximo los destinos ajenos para llegar a un Dios, a ese su Dios que era su mirada humilladora, su critica, su análisis; su Dios era una cagada mental que lo iba pudriendo en refinados toques psicológicos de observador, su “no Dios” era pensar en Dios como filosofo en quiebra, como fercho que grita al grifero serrano: “macta carajo a que hora vas a despachar” sólo por gritar y garantizar su autonomía.
Faltaban dos paraderos, y en el detente de la combi, mientras subía un tombo (espectáculo aparte) y bajaba el viejo mecánico; las combis se enfilaban, se clacsoneaban, se puta madreaban los ferchos. El arcaizador de dioses observo lunas afuera el mundo interno de otra combi, otras dudas, otros dioses y otros “no dioses”, sólo que la bulla cotorrera del vecino, era la música de la combis, música que era el himno de los empleados del transporte urbano, era su identificación, su vida, su “no Dios”, su Dios como todos ya saben: “el colque”. Por suerte en la combi de Luis Jiménez no había música, no había chicha, cumbia, salsa; otrora sería la feria de destinos, ni el Taytacha Ccoyllority estaría a gusto, trataría de buscar un “no Dios”, porque su Dios era, son y serán los elementos insignificantes que se desplazan en todas las combis urbanos, rurales, metropolitanas…
- Universidad
Grito el indígena protegido por indigenistas.
- ¡Baja!
Se escucho el parco delirio de Luis Jiménez, quien tomo su mochila y entre cansancio y pisadas, bajo, descendió, escalo un peldaño más y la niña de la manito “paspha” y las chapitas rosadas atendió a mirarla sorprendida y no porque fuera algo extravagante, sino porque el Patrón San Sebastián iba subiendo a su encuentro de rutina cada año, y el imbécil de Luis Jiménez iba tapando sus mejores ángulos.
- ¡Apúrese joven!
Una voz machacaba el ambiente y buscaba su “no Dios”.
Willkanina 1999

UNA CUCARACHA EN EL BAR


Un cascabel entro en mi cuerpo
Y su veneno te enveneno...
Yo dormía entre dos mujeres, una hermana de la otra aunque no lo aparentaban, ¿Y cómo es que dormía con ellas? Exactamente no los sé, tampoco me inquietaba la idea de hacer algo con las dos, no era alquimista, ni era mago, mucho menos mujeriego, sólo entraba en la cama con poca ropa y me acomodaba entre las dos.
Dicen que se llamaba Luisa, obviamente el nombre no me indicaba nada, la cara con aroma a palabras estúpidas y esos ojos pequeños ajustaban una idea de lo que Luisa iba hacer para mi, meses después: una mujercita que ondulaba en la vida con mordaz atadura a trabajos forzados que venían y luego se iban, tal vez motivo suficiente para tropezarme y tras ardua diligencia entrometerme con su cuerpo casi de hombre, casi de animal. Aquella vez tuve que navegar de sur a norte ante un sol sofocante y ante un calor hecho sudor, trabaje con el viento a mi favor tanteando con mis manos el mar que se hacía cálido y a la vez agresivo, fue entonces que en la zozobra de mi popa sus aguas salinas se confundieron con el gusto de saborear el deleite de sus puntos, de sus ángulos, de las curvas quemantes, de chapuzones y buceos en una carnada vibrante y ahí nos encontramos a gritos bajos, a chillidos.
Después de esa noche, las cosas cambiaron, su carácter me terminó confundiendo, su carajo se mezclaba con mí guapeo interno en aquellas noches donde la trituraba cuando su posición no era la adecuada y su daga me hinchaba las pupilas de pasión. Debo confesar que nunca pude amar a Luisa, los hechos lo demostraron después cuando llegó a nuestra vidas Lorena, ella era la niña vivaz, la ignorante, la perjudicada por la tela a cuadros que cubría sus piernas, aquella tela que volaba a discreción de su cintura, aquella tela que pude agarrar con todo aquello que formaba, las escaramuzas que brindábamos a las espaldas de Luisa en un determinado momento no pasaban de inocentes agarres a serios chapes, lo cual ya me preocupaba por el dilema de una película a doble función; a Lorena tampoco la amé en el sentido cabal que representa esa palabra, la disfruté a siniestra, a verbo pendejo, no importaba su pubertad, su madre a punto de morir, su padrasto o aquél huevon que lo buscaba porque a final de cuentas era mía y de todo el pueblo; y hablando de cuentas, estas fueron apremiantes al final de una temporada donde yo era estudiante y donde ya no tenía donde dormir, más que cobijarme en un deposito.
Yo no era un vago, vagabundo tampoco, mucho menos fornicador o como Bukoski dice: “follador no soy” sólo un pretexto y un detalle de la sociedad que me hizo así. Estudiaba Matemáticas y Física en aulas vetustas con docentes que tenían pantalones de tela polystel, decían ellos: “...que esto no es el colegio, es la Universidad”, a voz baja que ni yo lo escuchaba. Mi profesor de álgebra abstracta me hizo volar y no deje de volar aquel semestre ni el siguiente cuando lleve un curso con el futuro rector de la universidad, eran unos viajes que superaban la grifa o el pasto barato, olor a tiza a rancio cigarrillo, a miradas asustadas por temor a aterrizar, a cogerse de los asientos, ajustarse los cinturones de seguridad y escuchar a través de los anunciadores: estamos arribando a nuestro destino: Análisis Matemático.
Estuve tres años en el asunto cuántico, el electromagnetismo, el análisis real y metí la pata muchas veces al no hacer caso a los anunciadores, terminaba estrellado, volcado como camión en rutas serranas, herido por la presión de los teoremas, de los espacios topológicos, del límite que terminaba en integrales y operadores haciendo de mí un peón de la termodinámica y cosas así hasta que no aguante y zafe a la calle, al empleo y a Luisa y Lorena las conocí y sólito me cague.
El día que navegue en el cuerpo de Luisa, era un vil costo social, una enmienda del párrafo abierto, trabajábamos en un hostal donde supuestamente yo era el administrador, sin embargo yo administraba cada rincón del cuerpo de Luisa, cada piecita de su piel me era entregado en cada rincón en cada cuarto, en cada cama, ahí la conocí a ciencia cierta, ahí dejé las matemáticas y la física, ahí entramos a joder el tiempo y a decir que administrábamos el hostal, el personal, los pisos, los baños, a eso llamábamos funcionar en cualquier lugar, dejé mis pasiones empotradas en las paredes de ese hostal, mis objetivos de vivir, mis emprendimientos de capitalista, todo se fue en ese puto hostal. De la Universidad ya me había olvidado y de mis amigos sólo el recuerdo brillaba cuando aparecían por el hostal, que por supuesto esta demás decir que no sabían nada, menos que yo funcionaba todos los días con Luisa a quién ni le prometí amor, ni le prometí el oro del mundo, sólo agarrábamos y punto.
Pasaron varios meses y me dio ganas de estudiar, así que decidí volver a la Universidad, esta vez a otra facultad, no más a las Matemáticas, ahora deseaba estudiar Negocios, conocer el mundo de los negocios, el mundo cultural, el tiempo libre y el excedente económico, eso llego a mi tan igual como llegó Lorena, con el desliz de los vientos, con la risita pendeja y el cabello a medio maltratar, buscando respuestas de academia, pisando cuadrados de ironía, donde se encontraba con cuanto pendejo se le cruzaba en el camino. Era de esperar porque yo esperé, ingresé a la Universidad y zafé del hostal para irme a vivir a un cuarto junto a Luisa y Lorena, creo que fui un idiota al aceptar eso, porque tuve que trabajar a doble ritmo. A Luisa como siempre la calateaba cuando Lorena estaba en el colegio y entrábamos en salsa picante hasta bien entrada la tarde cuando volvía Lorena, ahí fue donde no pude navegar con dos flotas, tenía que hacer la finta y quedarme con Lorena por cualquier motivo, en un principio la invite a sentarse junto a mi, hablando de Algebra o Química no recuerdo bien, las sonrisas venían y las manos empezaron a tallar, la incline muy suavemente en lo ancho de la cama, mientras mordía delicadamente su cuello desnudo, busque desesperadamente el botón de su pantalón y al encontrarlo lo zafe de su lugar para luego proceder con el sierre, baje despacio mientras cambiaba los mordiscos hacia el contorno de su quijada, sentía sus manos asustadas entre mis brazos y no le di importancia porque así es este asunto, continúe en la lucha por zafar ese pantalón de su lugar y lo zafé poco a poco, me encontraba con la flor a piel caliente, latiendo a mil por hora, tocaba sus piernas muy despacio y sentía no sé qué, fue en esos momentos que atrapé sus labios a punta de besos y yo ya estaba encima de ella como ave carroña a su presa, sentí todo su ser en mi alma, la niña viviendo como mujer, deslice su interior en lo profundo del vacío y la fui consumiendo como fuego voraz, a ritmos básicos, taciturnos y moribundos. Días después las escenas se repetían con regular intensidad, utilizaba el mismo verbo y conjeturaba promiscuas ideas de holgazán, todo iba viento en popa, hasta que me traslade a otro barrio y decidí abandonar la putería. Todo tenía que cambiar, casa nueva, gente nueva, barrio nuevo y vida nueva, pero no fue así, porque la cojuda de Lorena seguía viniendo y quería que se le siga aplicando cierta dosis de droga sexual, yo tenía que hacer malabares para no sacrificarme en las piernas de esta ninfómana, pero no podía, caía ahogado en el mar de sus encantos, en aquellas playas de inhóspitos lugares, desafiando a los vecinos, a los barcos mercantes, al periscopio del capitán, para caer atado a su tapar lleno de comida, a sus esperas de dos a tres horas junto a la lluvia, no sé que le daba de interesante a esta situación, si Lorena no era más que una joven sin dinero, sin sencillez ni poca vergüenza, ajustada a la puta sociedad que ni lo vio nacer, porque ella nació en el campo, al lado de grillos y luciérnagas, donde crece el mango y la naranja, ése era el sitio ideal para seguir su vida, sin embargo Lorena no lo quiso así, se vino para la ciudad y empezó a fornicar conmigo a morir hasta que conoció a otros pendejos y poco a poco se fue alejando de mi.
Y a todo esto que decía Luisa, esta mierda aparentaba no saber nada ya que por lo general siempre estaba fuera de la ciudad, yo sabía que fechas volvía y planeaba todo para lograr una encamada perfecta, al son de las velas, de la música y de un verbo barato; yo proseguía con mi estrategia y poco a poco cedía, le desataba el pasador del zapatito izquierdo, luego del derecho y así sucesivamente llegaba hasta sus tetitas que brillaban a mis ojos y que decían a mis dientes muerdeme. Muchas veces gritaba esta flaca por el placer que le causaba mi jugueteo con sus tetitas pero en otras ocasiones ni importancia le daba, y eso era lo que me llegaba altamente, decía siempre “tu eres mi hombre” mientras la tenía entre el cielo y el infierno, terminada la fiesta la muy pendeja daba rienda suelta a su vida cotidiana, a sus gringos que ya había conocido y a los celos que estaban bien fundados porque así nomás llegaron los días en que tuve que dormir con ambas mujeres.
Era yo un visitante nocturno que dejaba pasar las horas para decir: “me quedaré a dormir porque me pueden asaltar” y ellas decían: “quédate”, así fue como entre en aquella cama y pude al fin agarrar, dos piernas diferentes y dos situaciones ambivalentes. No podía dormir, porque mientras volteaba ahí estaba la oportunidad de pecar y bueno pecaba con audacia, media vuelta después y el pecado ya era comida de cada día. Despertaba y decía “que mierda estoy haciendo, esto no sucede ni en las grandes familias”, total aquí no había amor. Ellas decían no saber nada; semanas después la cojuda de Lorena ya no me daba pelota y la puta de Luisa estaba saliendo con un Alemán, la mande a la mierda, porque conocí a Linda, ella sí me desubicó, en ella vi a la mujer de mi vida, a la madre de mis hijos, estuve prendado desde aquél día que entre al restaurante donde trabajaba como cocinera, como empleada explotada, pero para mi era mi diosa, la mujer encarnada a mis costumbres, su cabello ralo, delgado figuraban en mis sueños, sus labios finos y rojitos soplaban un elixir místico, hipnotizaba mi cuchara contenida de ravioles, de legumbres, de idioteces azucaradas que viajaban en mi cuerpo como corriente eléctrica, cuando mis ojos sólo lo observaban. Aquél detalle del cucharón, del fuego azul y del mandil a cuadros, no podía apartármelo de mi mente, encajaban en él como ladrillo a la pared.
Linda era relinda, aquella piel blanca, aquél lunar cerca al labio superior me eran posesionantes, magia de querer amar o violar, a Linda le tuve que entrar en conversación mediante papelitos, panfletos de chiquillos templados, que ella fue aceptando... se había enamorado de mi y yo que era un feo de mierda, un flaco wañu-wañu, no sé que encontró en mi porque yo ni le dije que era sabio o ajedrecista. Entramos en contacto gracias a su cuñada, eso significaba que Linda tenía su machete y yo iba a ser el amante o el terciador, el punto equidistante del triángulo que se iba a crear y para Navidad el triángulo se formó a punta de lágrimas y caricias. La primera vez que le zampé un beso fue en su propio cuarto, en ese momento queríamos arremeter con el tiempo, el cielo, la mierda, deseábamos destruirnos o paletearnos a no poder, pero esto era infidelidad en su propio hogar, burla al futuro marido que no era yo, sino un pobre huevon que era taxista, él era el cachudo, el cornudo y yo era el que se la manejaba, el que le daba amor a siniestra, el que deseaba empujarla a su cama y decirle acá lo haremos para que mejor me recuerdes y dejes a ese cabrón y después zafemos de este lugar, de este pueblo y mandemos a la mierda a todos porque lo nuestro es amor y nada más que amor.
Y no fue así porque Linda era delicada, muy discreta para decidir si cambiaba el ritmo de su vida o no, así que la pasamos bien durante todo el Verano hasta que la puta de Luisa se apareció un día en mi cuarto y me dijo acompáñame a mi casa y yo lo acompañe para meterme en su cama y rebuscar lo perdido, nos dispusimos a enmendar errores, decirnos que si, que no, que la vida es así, pero eso era falso porque lo único que deseábamos era meternos unos agarres y nada más, así que yo iba en serio con Linda y con Luisa le sacaba la vuelta como un puto ordinario, que buenos tiempos aquellos, darme por entero a una persona, pensar en ella, sentir que la amaba, pero al final esto no funcionó porque Linda no podía separarse del pata ése, lo amaba y la relación de nosotros iba cayendo como torre de iglesia en pleno terremoto. Linda me dejó y parte de mi corazón se fue con ella, me lo arrebató sin que yo pudiera hacer algo. Así que decidí buscar consuelo y volví con la mierda de Luisa y nomás se aumento como yapa la tal Lorena, me volví a perder entre estas dos criaturas y a mi Linda ya no la busque porque me rechazó en reiteradas oportunidades, no me odiaba sino que lo nuestro no podía ser, porque ella estaba embarazada.... Dice que iba a tener un bebe del huevon ése y yo dije espero que seas feliz y ahí nos vimos, chao.
Volví a las andadas de siempre, a Linda me costo perderla, unos tragos tras otro, lagrimas, cantos, ¡qué no escribía por ella! Pensaba que la tenía a mi lado pero era falso porque estaba con su marido y yo con la realidad de enfrentar noches tristes, y como un clavo saca a otro, me volví a entregar a aquél mar inestable, a aquella piel tenue, a sentir que Lorena me iba dejando como perro mojado por la lluvia y que Luisa se hacía una vez más la cojuda hasta que al final quede sólo, no tenía suerte con nadie y mis recuerdos fueron entregados a Linda. La soledad que arremetía cuando estaba con una multitud, con un bullicio excesivo mientras yo estaba perdido en mis encuentros con Linda, en aquellos días en que engañábamos a la vida y total yo la amaba y solamente era un agarre para ella, eso es lo que más pica me daba.
Recuerdo entonces que estaba pagando la factura de tanta putería, estar simultáneamente con cuatro personas no era para un galán mucho menos para un santo y así dicen que me pueden dar clases, que clases me darían esos cabrones...
Así fue que apareció Katy, pero con ella solamente avance hasta las tetitas, aquellas que parecían de mamá, le di un beso mientras estabamos en un trabajo de investigación, me atracó y no duramos ni un mes porque me salió con la misma cantaleta que todas: amaba a otro y una vez más caí en la porquería de siempre, que mala suerte tengo, así que a la mierda con Luisa, con Lorena, con Linda con Katy. Me quede sólo y empecé a recordar. Mi vida fue constantemente un circuito de pasajes, de volver atrás para disfrutar y fue cuando Linda me estropeó todo y me dejo estúpido, no quise recordar por mucho tiempo y así me fui alejando de todo, de aquellas caricias tiernas encegadas de calor, de tanta ternura, de aquellos ojitos que iban de negro a color cielo nocturno que dicho sea de paso me dejaban desorbitados entre la maleza de un bosque y la intriga de tanto chisme. Aquella vez que me empapo de besos, de sentir su piel cuando el infierno estaba detrás de la puerta, de creer que yo la amaba porque eso era lo que sentía, los días que después fueron meses y sus besos que después fueron droga para mi, entender que éramos mundos diferentes como niños de siete años al son del amor inocente diciéndole ¿Porqué no nos vamos? Y ella que me contestaba....
- Salud carajo, entonces toma un trago que la vida tiene sorpresas, sorpresas tiene la vida... Y la chupa continuaba...
Y ella seguía dentro de mí hasta que la mierda de Luisa me dijo que se había encontrado con su alemán y terminé por joderme completamente. Así que lloré como un cojudo durante varios años y dije ¿Qué mierda es el amor?
Y ahora que lo pienso bien, amar no es Amar como lo entendemos nosotros los varones, hijos adorables, casa, dinero, felicidad, amantes, besos perdidos, tragos, chapes de la mierda, llantos, carajos, basura, perros, ja ja ja, ji ji ji, etc, etc...
Amar es.....
- ¡Oye ya no jodas con tu historia y sigue chupando ya!
- Salud mierda
Y yo dije
- Salud mierda aunque mal paguen
Y comenzamos a cantar en coro


Espero que tu amor
Presienta que aún estoy
Enamorado yo de ti
Una vez más

En silencio te amaré
Escondido en un rincón
Aunque no existe entre los dos
Algo que es amor

Y me quiero enamorar
Una vez más
No puedo creer que yo de ti
Y fue ahí donde la cague
Aún sigo enamorado...

- Oye que mierda te pasó, esas no son las letras,
- Este huevon carajo ya se va a poner a moquear, ¿Para que lo traes...?
- Es que pensé que ya estaba en onda,
- Cual onda cojudo, mira ya esta en las mismas,
- A la mierda nos cago la chupa, imagínate si hubiésemos traído hembritas... No, con hembritas es otra nota,
- ¡Cual otra nota!, mira ya esta hecho,
- ¿Qué esta haciendo?
- Esta buscando el número telefónico,
- Que ¿no dirás que la va a llamar?
- Más bien dirás a cuantas piensa llamar... pero al final no llama a nadie.
- Y yo dije mientras observaba y señalaba: Oigan miren una cucaracha en el bar
- Y todos se cagaron de risa, no serás tú....

Willkanina 1999

TOGA



Cuando yo tuve razón de ser, sentí en mis especiales sensores auditivos la palabra Toga, así me habían bautizado y así me consideré por los días que me tocó vivir. La primera vez que me lave la cara lo hice con tal insinuación que intuí algo familiar y por supuesto natural. La primera vez que chillé fue porque necesitaba alimentos y no sé hasta ahora que estoy a punto de morir, cuando me di cuenta que tenía amigos que más me maltrataban o que según ellos jugaban y me acariciaban. Tenía que adaptarme y así me hice de la idea que mi vida era algo concomitante con el entorno de un par de habitaciones, una casa llena de inquilinos, una dueña que si no estaba muerta era porque Dios no lo quería y de aquellos sus hijos que no encontré palabras para nombrarlos, sin embargo desde mi último aposento les diré mierdas, ya que mierda es una locución natural que escuche mencionarlo a Venedicto, que total también era una mierda. Venedicto fue el comprador que un día me arrancó de las entrañas de una vendedora de animales en la avenida del Ejercito y que termino por separarme de mi madre. Sinceramente ya no recuerdo donde nací, sólo sé que mi vida comenzó en una casa ubicada en Tambo de Montero donde había un niño momificado al cual veneraban como a santo; yo lo visitaba, lo olía y al rato me volvía a ir sin que él se diera cuenta; recuerdo muy bien el parecido a un mono fraylecito: la carita hundida, las líneas rajadas como redes de pescador a lo largo del encuentro entre frente y cuello; a veces me daba pánico, más aún cuando decían que era milagroso y que lo llamaban niño compadrito. Paso el tiempo como suele pasar y niño compadrito y yo fuimos grandes amigos, entre velas blancas y negras solíamos jugar, yo saltaba y el calladito y tranquilo como siempre, a pesar de todo yo lo comprendía pero Venedicto y Luis lo consideraban como cualquier cosa más, así lo manifestaban y así se cagaban de risa cuando el tema del niño compadrito inundaba la habitación de tres por cuatro metros donde encajaban un camarote estilo Luis XV de dos piezas, armazón de madera con tallado hecho a torno, dos colchones lengua de gato, frazadas que no calentaban, sino que por el contrario enfriaban a uno, en especial a mi, motivo por el cual decidí dormir entre los brazos de Venedicto aunque el sinvergüenza me mandaba hacia sus patas, o como lo escuche decir a él: anda hacia las perras, Toga, y yo frustrado entre las perras de un segundo piso de camarote. Recuerdo perfectamente que éste camarote estilo Luis XV, tenía la desventaja de deshacerse, se deshacía como castillo de naipes, primero se caía una madera, luego otra y al final terminabas empelotado entre las maderas que servían de párante en forma vertical, el colchón en forma de “v”, las frazadas entre mezcladas como larva apachurrada; cada vez que sucedía esto era una risa para el que se caía, otras veces escuche decir a Luis: “que mierda pasa”, y fue donde intuí que cada vez que sucede algo anormal debemos decir mierda, ¡Lo más natural!. Luis dormía en el primer piso y como dije que el camarote estilo Cachina-Luis XV se desarmaba por completo, muchas veces también ocurría lo mismo con el segundo piso en el cual casi siempre dormía yo. Es decir caía Venedicto como balsa en catarata, de paso caía yo entre la oscuridad y las perras de Venedicto, el colchón, las maderas que servían de soporte, todo ello encima de Luis quién a su vez caía junto con nosotros al helado piso de cemento, el primero en gritar era yo, obviamente salía disparado mientras Venedicto y Luis se reían o no salían de su asombro. Todo era naturalidad, volver a levantarse, arreglar el castillo de naipes y dormir, lo que es yo me acurrucaba entre la computadora y el televisor blanco y negro que se mantenían calientes no se porqué. Como dije anteriormente el cuartucho de tres por cuatro metros a las justas nos cobijaba, comía lo que me traían y cuando tenía oportunidad escapaba por la ventana, fue así como conocí la casa, los demás cuartos y al niño compadrito, aquél amigo que seguirá allá y que ya no lo volveré a ver; estaba familiarizándome con todos, inclusive con Elizabeth vecina de Luis y Venedicto, quien también me alimentaba con mucho cariño y a quién encontré una vez debajo de Fidel, muy pegados, no tenían ropa y supuse que estaban haciendo ejercicios físicos porque sudaban mucho, tarde fue mi pesar cuando en la casa de la calle Fierro, Fidel dijo: este Toga nisiquiera me deja violentar bien, a uno lo pone nervioso, así que recapitulando podría decir que Elizabeth y Fidel estaban en plena violencia, pero eso a mi me tenía sin cuidado porque desde ese día vi tanto violentar que se me hizo común, no obstante debo admitir que ahí aprendí el concepto de violentar.
Pasaron días y fue cuando conocí al primo Julio, él jijuna llegó y armo una de las grandes a eso de las cuatro de la mañana, traía en sus manos dos tragos, según él su Jean con Jean, no lo habían dejado entrar y tuvo que discutir con el dueño de casa, eso yo ya lo había presentido pero como estaba entre las perras de Fidel no pude dar un estirón dado el grado de intoxicación que emanaban esas susodichas perras, antes que me olvide debo confesar que Fidel es un amigo de Luis y Vendicto, más conocido como el amigo moreno, quién se involucro con nosotros desde que llegó de Quillabamba. Bien, como les iba contando, el primo Julio a quién lo conocí ese día, experto en deshacer ilusiones y poner las cosas bien claras al estilo capitalista, armó un escándalo y uno bueno, razón por la cual nos arrancamos con zafuer de la casa de Tambo de Montero, tal como lo dijo él: primitos no pueden estar viviendo en este lugar, no dejen que los humillen. El dueño de casa, la esposa del dueño de casa, los hijos del dueño de casa, nosotros, la madrugada reventando en el horizonte, el frío razante que entraba al tocuar, más las caras extrañas a medio despertar de vecinos que no entendían que sucedía, todo eso nos invito a salir de la casa de Tambo de Montero donde había un niño compadrito o un mono disecado, ¡No sé!, tal vez, Clorinda se confundió o el Dr. Escobar lo confundió, ¡No lo sé!, lo único que sé, es que el primo Julio de enorme corazón, como de enorme barriga, de cabeza en forma de huevo, semipelado, quién aún abrazaba entre sus brazos la última botella de Jean con Jean, dijo: primitos mi baño es más grande que esta huevada, y yo pensé, nos arrancamos con zafuer a un depart, porque de que nos largábamos nos largábamos y con zafuer. Vi caer el monitor de la computadora, los tres tomos de Historia Universal, vi el estirón del brazo que sostenía el Jean con Jean contra la puerta que no se quería abrir, sentí las palabras obscenas en mis oídos frágiles, oídos que ya no eran vírgenes, percibí el temblor en los labios de Luis, las sandalias que volaban a un rincón, los cabellos parados de Venedicto, sospeche que sucedía una pelea, ósea algo anormal y por lo tanto: ¡Qué mierda pasa! A las seis de la mañana nos estabamos trasladando al departamento. El primo Julio me atrapó y me introdujo en una bolsa, después me enteré que era un kanguro. A las trece horas yo deambulaba en un cuarto más grande, cuatro por cinco, cinco por cuatro, hasta ahora no lo sé, sólo recuerdo que el camarote estilo Luis XV estaba hecho mierda, las cajas desordenadas, abiertas: desprendían ropas, libros, hojas, menos comida; volví a reconocer terreno por espacio de dos horas, caminaba de aquí para allá y de allá para acá, después dije: “aquí hay gato encerrado”, y como suele suceder, volví a ver a Luis, un día después a Venedicto, una semana después al primo Julio. La primera vez que salí a explorar la parte externa del cuarto me sorprendí porque había más gente esparcida en cuartos, acurrucados entre techo y pared, entre patios y baños, una casa de barrio, urbano, estúpido, miserable, cagón, negación del concepto progreso o el absurdo del modernismo. Mi primera curiosidad era ver con que tipo de gente iba a tratar: un borracho en el diez, una viejita que caminaba como si pisará un hueco a la larga la dueña de casa que Dios no se lo quería llevar, una vendedora de comida, una familia que estaba compuesta de padre, madre y una hija, un viejo que a nadie le caía bien, un zapatero, un ladrón, otro borracho, dos estudiantes, varios violentadores, una violentadora, Luis, Venedicto, el criminal y yo, un inocente testigo, chantajeado por la vida, por la rutina proletaria mientras los violentadores hacían de las suyas, mientras la noche se hacía especial, mística, tal vez mítica, algo vagabunda, algo obsoleta.
Erase una vez una casa ubicada en la calle Fierro, donde habían varios borrachos, varias familias, varios ladrones, varios violentadores, varios cojudos, varios jijunas, varios perros y un servidor llamado Toga. Erase una vez una casa de tres patios, tres departamentos, dieciséis cuartos, tres empleadas, ocho niños, un criminal que me sacaba la mierda cuando entraba a joderle por comida.
Erase una vez una vieja dueña de todo una casa que estaba ubicada en la calle Fierro donde tenían a un hijo borracho, cojudo y ladrón, y donde fuimos a caer gracias al primo Julio que un día vino a la casa de Tambo de Montero y nos saco de ese lugar, según él porque su baño era más grande que el cuarto que teníamos y porque se acurruco en una esquina y se puso a moquear como niño de seis años como viejo borracho abrazando su trago que él llamaba Jean con Jean y que después de dos horas de lamentables sucesos me introdujo en un kanguro y me hizo caer en la casa de la calle Fierro.
Pues, mis días comenzaron a pedir de boca, una escapadita por acá, otra por allá, un encuentro con el criminal, otro encuentro con el violentador y de repente un encuentro con la violentadora, la diosa del bajo mundo, la omnipotente, la regalada al placer, aquella quien atenazaba con sus piernas, con sus manos, con su boca, con su pensamiento, con su mirada, aquella quien salpicaba en precoz amor, en música de infelicidad, aquella quien me traía comida de lujo, a ella yo la adoraba, yo la admiraba, me acercaba, como un susurro, cuando su hombre la tenía contra la pared, contra el suelo, caminaba con mirada altiva alrededor de ellos, cuando el brillo de sus ojos se perdía entre el aroma macho, entre el latido y el suave desliz de manos que viajaban de norte a sur, y aquél chillido que no era de perro ni de gato sino del interior escalofriante de dos mundos que se agotaban, para no redundar mucho, ¡De una violencia!.
A veces no entendía porque la gente vivía como vivía; por mi parte comprender la vida se limitaba a comer, dormir, levantarse y volver a buscar comida para comer, por realizar estas actividades naturales por supuesto fui atrapado por un pendejo que me introdujo en su mochila y que no me dejo alternativa para huir. Me vi pues, en una situación incomoda, revoloteando en la oscuridad de la inseguridad, me pregunte
¿A dónde me llevaran? Y tras dos horas de miedo fui devuelto a la luz y al blando suelo de una nueva casa, sentí que me querían agarrar, jugar conmigo pero yo tenía un pánico interno. ¿Dónde estoy? Alguien me alcanzo comida, entonces dije: “por lo menos me darán de comer estos cabrones”; todos eran varones a excepción de la madre que gritaba desde el interior de un habitación hecha de adobe: ¿Qué están haciendo? Logre contar cinco cojudos, indumentaria que pertenece a la gente que tiene poco dinero, es decir; zapatillas viejas, rotas y apestosas; las chompas y polos viejos y desteñidos; la piel que va ennegreciendo gracias al sol, al agua, al trabajo con el barro y al derecho de raza, bueno yo no era racista, ni siquiera entiendo el concepto cabal de la palabra raza, será por que en mis genes el cromosoma raza va de la mano con la supervivencia. Me pongo a pensar y ahora que lo recuerdo ni me viene ni me va cuando veo a otro como yo, negro, jaspeado, amarillo, blanco o quizás moteado como el que vi en aquella casa, una hembra moteada entre blanco y negro, la mire y me hice el cojudo. Los muchachos me habían dejado libre en un patio donde existía más agua y más barro que lugar seco, así que tuve que buscar mis chances para encontrar un lugar ideal. Subí al techo y divise toda la ciudad, susurre a la tarde y cavile en mis dueños reales aquellos que estarían preocupados o no; en ese momento tome la decisión de irme, tendría que hacer mi viaje de noche y de día descansar en algún lugar hasta llegar a la casa de la calle Fierro. ¡Adiós! Le dije a la moteada y me arranque, no me contesto y a mi me dio igual que me respondiese o no; atravesé un par de tejados y comprendí que estaba en la montaña observando la ciudad y que por más que no quisiera observarlo ahí estaba, alumbrándose poco a poco mientras la noche se hacia mítica, lo curioso fue verme ahí, reposando, era gigantesco, un Toga en la ciudad, era mi ciudad y de los míos, un Felix domesticus city, una ilusión ante mis ojos; conseguí llegar al final de la manzana, donde existía un letrero que decía AA.HH “Camino al cielo”, lo pasé y deje de estar en el camino al cielo para tomar el camino a mi ciudad, hice un receso en el próximo techo de la siguiente casa cuando escuche el motor de un camión que me causó pánico, siempre le tuve miedo a esas cosas andantes, me di cuenta que había cruzado una pista, y fue cuando me encontré con la realidad de cruzar muchas pistas, otros camiones, otros carros más pequeños, aquellos que no te respetan y te atropellan y te dejan en un rincón de la acera, destripado o desventrado, ¡Qué voy a hacer!. Descanse el resto de la noche y al día siguiente seguí descansando, trate de caminar por el cobertizo de madera de una casa vacía y con la comida que estaba por ahí, caminando. Así que manos a la obra; las ondas alfa concentraron mi atención en la comida, me hice cazador y cazador fui ese día porque de algo tenía que vivir para continuar el retorno. Continué por la margen izquierda de los tejados vecinos y me fui a tropel, sin hacer ruido, conseguí llegar a otra pista y a no percibir ya la ciudad porque a ella había entrado y no tuve miedo porque era mi ciudad, reajuste mi sentido de orientación y me adentre a los techos más altos, así estuve dos días entre mescolanza y peleas con perros, entre comida insípida y el deseo de volver con Venedicto y Luis, allá en mi casa, cuando por inercia caí en un lugar donde había bulla, música chicha, tecnocumbia, botellas de cerveza en todo lugar, grupos de amigos y amigas en mesas diferentes, meseras que se parecían a la violentadora y que supuse si podían darme de comer, entonces quise quedarme a entender el aroma a caos y la negación de la felicidad aunque debo confesar que escuche palabras como: “oye diviértete”, y si esto es diversión porque Toga no podía divertirse, será porque no entendía el concepto práctico de diversión. Ese día me hice muchas preguntas que los deje en ese lugar semi oscuro, con música movida, donde se movían las gentes como estúpidos interiorizados gracias a neuronas que ya entendían que es eso, un pasito por acá, otro por allá, una mano mañosa, una sonrisa que aceptaba la mano mañosa, un beso comprometedor, unos cuasi amantes, caricias que seguían al beso comprometedor de los cuasi amantes que ese día recién se conocían, aquellos besos sabor a chela, unos murmullos en la oreja y luego una escapadita al apartado de atrás donde una cama inestable era testigo de violencias no denunciadas, donde hombre y mujer deshacían ilusiones y al rato se miraban las caras para preguntarse el nombre y apellido, que si tienes hijos, que si tienes tiempo el sábado en la tarde, de quién es ese gato que tanto nos observa; bueno señores y señoras, yo soy Toga un inocente observador de la diversión en su máxima expresión, y como vine me fui, volví al techo nocturno de mi ciudad, aquella plagada de sociedad o de suciedad, noctambule como estrella fugaz y como luna llena entre nubes, feline con paso erguido, mirada altiva entre vértigo y frío, entre whisky y bricheros; mi rumbo no era nostálgico sino conmovedor con mi vida, aceptar mi destino con la gente era irreal, pero no podía hacer nada para remediarlo, estaba en mis genes y estaría en los genes de los próximos togas, ni siquiera en la reunión de togas al cual asistí se acordó algo, sólo hablamos de fidelidad al amo, cazar con astucia y punto. Recuerdo que en aquella reunión conocí a un amigo egipcio, le decían egipcio, por aquellos orejas que se mandaba y por su color especial, también era medio peladito, lo cual no tenía importancia para mi, platicamos bastante como para decidir una salvajada, o sea, irnos al campo a cazar, y aunque no lo crean nos fuimos al campo a cazar, bosque aquél donde conocimos a un amigo negrito, que al tiempo que nos íbamos conociendo, nos iba contando que el logró cazar a un hombre y nosotros admirados escuchándolo y preguntando ¿Cómo?, y el continuaba explicándonos que fue sencillo, después que su carro atropello a su novia, él hizo todo lo posible por cruzarse en su camino y dejar la maldición de que si se te cruza un gato negro en el camino es señal de mala suerte y así lo hizo, se le cruzo en su camino cuando este hombre lo esquivo y fue a dar al barranco. Yo lo entendía perfectamente y el egipcio lo felicito pero lo que me pregunto es si realmente el hombre de ese auto no lo quiso atropellar porque ya había atropellado otro gato, es decir; la novia del amigo negrito y quien sabe si su corazón no estaba herido y con cierta culpa de responsabilidad, hasta creo que dijo en algún momento, ¡Qué pena carajo!, ¡Cómo lo pude hacer!, y en esta ocasión no quiso atropellar a un gato más, sino esquivarlo y parar en el barranco y así cumplir el dicho anteriormente mencionado. El egipcio y yo anduvimos por una semana más y volvimos a la ciudad, nos despedimos sin darnos dirección porque esa palabra no se entendía en nuestro lenguaje. Cada día presentía llegar a la casa de la calle Fierro, después de estar en una tienda, luego en un hostal y finalmente en un restaurante por fin pude encontrarme con “Lobo”, el perro de la casa de la calle Fierro, lo reconocí pero en vista que nos llevábamos mal, lo único que me quedaba era seguirlo; la idea no prosperó, la razón fue que él se movilizaba de día y yo escogía la noche para los traslados, ante tal desilusión emprendí mi viaje nocturno por una noche más, por aquellos techos altos, cuajados de colegas peleadores, levantados al cielo estrellado donde me vi muchas veces, estaba en todo sitio que estoy seguro de que esta tierra era mía antes que estos hombres, yo era histórico, infinito, era cultural y era dios, no sé porque ahora soy mascota, más de una vez tuve que sortear mechas y discusiones, lluvias que me empapaban y me dejaban empelotado, otros días tuve que guarecerme en huecos de palomas. El día llegó cuando ubique al criminal caminando, por la acera de una calle, aquella calle era por fin la calle Fierro, porque el criminal pertenecía solamente a la calle Fierro, estaba yo en los techos del frente, del lado opuesto a la casa de la calle Fierro, así que empecé a maullar pensando que Venedicto o Luis me iban a escuchar por aquél balcón, así fue y así los vi desesperados por tratar de atraparme con palos grandes, la idea no tuvo buenos resultados, tampoco me atreví a dar un salto, pense quedarme observándolos una noche más, sino fuera porque Luis empezó a caminar por la calle en dirección sur y yo lo seguí, entró a una casa, luego salte y lo volví a ver, luego quise ir corriendo hacia él y me encontré con un perro de mierda que me corrió encima y me dejo colgado en los cables eléctricos, mientras Luis y Venedicto corrían por mi vida, y yo que sentía que mi vida se iba en el hocico de un perro, pero Luis alcanzó al perro y lo saco del lugar, me atrapó y fui feliz, fui inmensamente feliz, con cierto pánico, miedo de volver a casa y no acostumbrarme, de traerle ratones muertos a Venedicto y Luis pensando que son gatos viejos, tal como lo hacen todos los gatos de estos tiempos; me compraron un pollo al horno y dormí como en casa. Después de la felicidad que muy bien también lo sentían Luis y Venedicto, sentí que ya era un maltón de vida y caminaba de nuevo en el patio donde estaba la violentadora, aquella mujer que no cambio nada, todo seguía igual, ciertas diferencias, minúsculas por supuesto, como ver el televisor de la vecina en el cuarto del hijo de la dueña de casa, las casacas de Luis y Venedicto en el cuarto del hijo de la dueña de casa, sospeche que había cierta amistad, cierta preocupación por darle todo a este señor que no era otro que el ladrón que se estaba llevando todo a su cuarto y luego al baratillo y luego al bar, porque el era el borracho, el ladrón y el criminal que lo vi aquél día en el cuarto de la violentadora. Había entrado por comida, y lo había encontrado cerca a la filmadora que por casualidad lo encendí, ella me tomo del cuerpo y se puso a bailar conmigo frente a la cámara filmadora, momento en el cual entró el criminal y ella se asusto y le dijo: que mierda pasa, y el criminal lo arrimo al rincón, le empezó a pedir dinero y ella daba a entender que no tenía y que ya no lo aguantaba, así que se fueron a las manos mientras la filmación se hacía exquisita, los actores continuaban en escena y mi reina termino en el suelo echa añicos, sangraba por la boca y respiraba con problemas, el criminal se fue dándome patadas que me dejaron en condiciones nada buenas, motivo por el cual ahora escribo a través del zapatero, aquél que me lee el pensamiento y me acaricia y a quién le digo todo lo que me paso. La violentadora murió un viernes de Primavera y un lunes estaba yo agonizando, agarrándome de la sexta vida que ya la había dejada atrás, la filmación quedo y me lo traje en la boca para que pudieran ver Luis y Venedicto, ellos no lo vieron, lo sobre filmaron encima y la prueba se perdió en el olvido, mi reina se fue y mis esfuerzos fueron por las puras.
Los policías llegaron el Martes, cuando una vecina denuncio que algo olía mal en el cuarto de la violentadora. El criminal no se apareció durante una semana, tiempo suficiente para inclinarnos por un sospechoso. La tarde de ese Martes se hacia oscura, amilanante con el sosegado clamor de la inocencia que se impartía en caras de vecinos asustados. La noche de ese Martes, me cayo como dedal al dedo, porqué tuve la oportunidad de conocer al zapatero Diego, y en vista que ya no podía aguantar el equilibrio de mi cuerpo caí en lo recóndito de sus cajas viejas, en aquellas cajas polvorientas y cúbicas, llenas de zapatos por reparar y por desprender dinero, fue ahí donde me encontró Don Diego y me recupero de la maldad establecida por el criminal, nuestras miradas se extrañaron y se reconocieron conduciéndonos a que ya nos conocíamos de antaño; posiblemente habíamos sido amigos en la Segunda Guerra Mundial, allá en el fallido intento de la toma de Montecasino o antes de la abdicación de la corona de Napoleón, eso sí, en algún lugar de Italia. Nosotros sabíamos que éramos amigos y como tal me dio una mano y yo le di una pluma para que relatase el homicidio de la violentadora; el escribía de noche, entre la diez y las doce era su momento de inspiración y entre las diez y las doce yo sufría de dolor, me parece que tenía un tumor donde me comenzaba la cola y otro en mi pecho, sin dejar de lado las cicatrices de mi quijada, yo sospechaba que se me estaba formando pus o materia en mi cuerpo, algo crecía dentro de mi y no era exactamente un toguita, si no algo blanco, así que me fui con las pocas fuerzas recuperadas al cuarto de Venedicto y Luis, quienes asustados trajeron medicamentos para animales, me atraparon y entre: “¿Qué mierda le han hecho?, seguro se ha peleado con una gata”, trataron de curarme, me extrajeron toda la materia habida y por haber, me hicieron chillar, me pusieron yodo, me introdujeron en la boca ampicilina como si fuera un soldado abatido por balas del siglo XX, me hicieron tantas cosas que yo caí desmayado y empece a soñar, soñaba como niño bueno, como si no tuviera heridas en el pecho ni en la cola; caminando en el techo principal de la casa de la calle Fierro, observando la luna blanca, blanquita como el rostro de la violentadora, señorona como ella, vivaz y llena de amor como aquella luna, estaba yo apretado entre el frío que no sentía y el viento que se iba de este a oeste, había vivido lo suficiente como para preguntarme si la vida terminaba así y en vista que estaba en un letargo sempiterno, las respuestas se fueron dando, ¿Qué si debo creer en mis amos? No debo creerle ni las mentiras; ¿Qué si debo ser mascota? No debo ser mascota a no ser que los genes ya hayan sufrido un proceso de domesticación y entonces ya no se puede hacer nada; ¿Qué si no debo ir a buscar comida a otro lado porque es posible que termine mal? Si. No debo ir a otro lado pero eso no se puede evitar ya que la comida se busca, así como el hombre lo hace cada vez que va a trabajar para luego convertir el trabajo en comida, él busca, es decir; busca comida. ¿Qué si no debo creerme Dios? Bueno, pienso que si debo creerme Dios, entendiendo por supuesto que dios puede creerse cualquiera, ya sea animal, ya sea persona, ya sea, no sé. Lo que yo debo entender es que Dios no es como el hombre lo entiende, el puede crear dioses, lo que yo hago es creerme Dios, no necesito crear, para qué, no tiene sentido, es mejor ser Dios, siempre y cuando dios sea un concepto de omnipotencia, ser supremo o algo por el estilo, es por ello que una vez trate de decirle a la violentadora “la diosa del bajo mundo” y fue en mi pensamiento donde quedo grabado, donde fue creada para mi, donde estará siempre ella, linda, prosada a mi ritmo, delineada por el ojo de un hombre, por ojos que yo no podré tener, porqué quién sabe podría convertirme en hombre o cojudo o tal vez un esclavo de aquella figura, de esos cabellos infernales, ensortijados a mi aire, a mi ambiente donde yo aprendí a decirle diosa. ¿Qué si debo decir que es un gato? Yo les contestaría que ser un gato es ser un toga, o sea; un ente viviente que observa el mundo que para él es pequeño y que si quisiera vivir una vez más como gato él no lo aceptaría porqué tiene sus motivos de ente viviente, de animal supraracional, de ser que circunda en el élan natural de la naturaleza, en la inmortal FELIX domesticus City y en la novelesca carretera de la vida de una mascota, lo verídico sería no quejarme pero que puedo hacer si me encuentro en un sueño, y en el puedo hacer lo que quiera, en el puedo disfrutar de lo no trivial, de lo antisuperficial, de lo seco en palabras bonachonas. Mi sueño es el camino a la séptima vida, allá donde no entienden Venedicto ni Luis porque ellos después de que se dieron cuenta que me desmaye, se asustaron y se preocuparon más; a Luis se le ocurrió decir: “parece que no debimos darle ampicilina” y Venedicto contestando: “y para que le has suministrado, ya lo mataste”. Luis me agarraba entre sus chompas y Venedicto alzaba los medicamentos del suelo. Tomaron asiento en la cama y plantearon sus nuevas hipótesis acerca de mis golpes. ¿Qué si las heridas del TOGA tenían que ver con el crimen de la vez pasada? Y por qué no, imbéciles... Y yo empece a reaccionar como quién quiere avisar, afirmar lo que estaban sospechando, investigar y llegar con el criminal. Deje de soñar y sentí hambre; Venedicto me trajo algo de pollo estrujado como quién lee mi mente, como si fuera Don Diego, él que escribe estas líneas por mi, aquél zapatero que le dio pena verme y que dejo el martillo y el clavo para tomar la pluma y clavar letras en los zapatos de la vida, él si asumía mi defensa post mortem, en medio de su taller, en medio de sus zapatos que querían volver a los pies de sus dueños, zapatos de la violentadora, del viejo aburrido, del niño Perez, del criminal, ese zapato que me había creado heridas, ese zapato era mi verdugo, era el hacha del hombre, el revolver en manos inhiestas del criminal. Don Diego se deshizo de esos zapatos porque sabía la culpa que tenían, así como Venedicto y Luis se deshicieron de los prejuicios y las burlas, de la mentira y el drama de verme jodido, por eso fue que Venedicto levanto el video de ocho milímetros en cinta magnética y pensó unos segundos: “para que trajo este vídeo el toga”, los segundos se volvieron eternos y empezaron a alistar sus papeles, la computadora, el procesador de videos, se enlistaron para ir a la caza del criminal, para entrar en batalla y a través de circuitos y softwares buscar la respuesta, estuvieron discutiendo, negociando ideas y sabían que yo los observaba, que yo resistiría si fuera preciso hasta el final con el único fin de aportar, de indicarles como fue la primera patada, el primero puñetazo, yo les diría porqué el criminal no se llevó la filmadora y se fue como vino, yo sería el testigo más recalcitrante, defendería a mi diosa del bajo mundo a ultranza, es más, diría que el homicidio estaba premeditado, que ese mierda era un ladrón y que tenía pruebas, pero ellos estaban horas en el asunto de recuperar imagen, de arreglar los campos electromagnéticos de la cinta y ver las perturbaciones de la superposición hasta que lo lograron y al observar como la linda, o sea, la violentadora bailaba, y luego bailaba conmigo, veían como yo la llevaba de derecha a izquierda, como mi brazo apretaba el desliz del vestido azul, como mis bigotes jugaban con su rostro, como yo la alegraba y la entendía; Venedicto y Luis seguían observando, la tierna escena de unos eternos amantes en pensamiento, de aquellos amores no denunciados, porqué eso éramos, unos tiernos amantes no amantes, tiernos asesinos de la pena, éramos la pareja imperfecta pero casi perfecta si no fuera por el pequeño e insignificante detalle de que yo era un Toga, un devastado por el trajín del destino que nos suele tocar, es decir; desaparecer y volver a aparecer con mil aventuras en la espalda, esa pequeñisima diferencia hacía que no pueda ofrecerla nada a mi diosa; no le ofrecí nada y nosotros seguíamos en nuestra danza, en el reír y el deleite de sentir su cuerpo. Así me observaban Venedicto y Luis cuando escuche decirles: “está es la flaca que mancó”, y entonces sucedió lo que tenía que suceder, el mierda entró y el resto es historia, sólo que Luis dijo: “agarra ese vídeo Venedicto y vamos a buscar a ese mierda”; así que Venedicto me agarró y me llevó con el, volví a perder el conocimiento y fue en las manos de Don Diego cuando desperté y vi como Venedicto se acercaba a las habitaciones del criminal, el mierda salió fresco como una lechuga y yo deseaba que le dieran su merecido, deseaba arañarlo con mis pocas garras que me quedaban, como quería descudricularle ese cacharro de pobre diablo, sin embargo; Venedicto y Luis le dijeron que saliese porque en el patio habían preparado un televisor, así que el salió todo tranquilo porque no entendía, pero fue entendiendo cuando los vecinos se dieron cuenta que este era el criminal, el ladrón y el borracho que había acabado con mi violentadora; Don Diego tembló y yo estaba feliz porque podía morir tranquilo, muy a pesar de que no viera la sacada de mierda a este pichurriento; las voces empezaron a subir de tono, la dueña de casa dijo: “apaguen eso”, y el criminal dijo: “que huevada es esto, no jodan”, y fue cuando Venedicto se acerco y le dijo: “Oye jijuna y tu madre, vas a pagar lo que has hecho”, y le zampó un puñete en la cara y el otro contestó con una patada y Luis se arremetió entre los dos, el Dije que decía Cusco, llegó a parar en las manos del viejo aburrido, los botones de la camisa cayeron como perlas, los pantalones se entre mezclaron de polvo y sudor; y Luis dijo: “encima de matar a la flaca todavía pateas a mi gato”, “toma mierda”, “oigan yo no hice nada”, “no te creemos”, “saquenle la mierda”, “pisenlé la cara”, y la mamá del criminal decía; “auxilio”, “cual auxilio vieja de mierda, todo esta cerrado nadie te va ha escuchar, es más vamos a matar a tu hijo en tu delante porque eso es lo que se merece”, y ella dijo: “no, no por favor entiendan el dolor de una madre”, “cual madre vieja cojuda, este es un criminal, no solamente mato a la flaca sino a Eva, a Don Porfidio la noche del asalto, al extraño que vivía en San Blas, y para que te cuento”; los vecinos decían “debemos colgarlo de los huevos” y otros manifestaban, “mejor que se encargue la policía”, “que policía ni que ocho cuartos, le sacamos la mierda bien sacado y si aún vive, y quiere guerra, guerra tendrá”. Yo observé hasta donde la vista me ayudo, escuche lentamente las palabras, los gritos que ya no eran de Luis ni de Venedicto, ni tampoco de los vecinos, sino de Don Diego que reclamaba mis derechos de ciudadano, me tuvo en sus brazos hasta que el leve latido de mi corazón ya no dio más y senté la cabeza cómodamente, del resto no recuerdo nada, sólo sé que Don Diego, Luis y Venedicto me iban a dar un digna sepultura, eso sí esperando que no fuera al lado del criminal. Me fui un Domingo ocho de Diciembre a eso de las siete de la noche y sólo sé que viví un año y ochenta y cuatro días, los más felices que me tocó vivir, del resto sólo recuerdo mis andanzas por techos nocturnos, por bares intrigantes, por hostales donde pasaba de todo, por bosques que todavía uno puede ver allá en el Cusco, recuerdo también a mi amigo el egipcio, el negro, Fidel, Elizabeth, Venedicto, Luis, al primo Julio, Don Diego y a la Violentadora, la diosa del bajo mundo que me traía comida de lujo y que ahora nos encontraremos en otros tiempos pero ya no como tales sino como pareja perfecta, como amantes; recuerdo mi aires y mi ronquido, mi idea de Dios y el terco despertar de mis convicciones, pero lo que no recuerdo es cuando tuve la posibilidad de pensar, será desde el día que empece a jugar con el niño compadrito, el niño Marito, aquél amigo que se me apareció cuando cerré mis ojos para siempre, aquél que me dijo: “duerme tranquilo toga que Don Diego se esta encargando de todo”.


Willkanina 2000

UN LUGAR DONDE LOS MIEDOS DESAPARECEN



La primera vez que fui a un lugar como esté, estaba tan sólo que parecía una noche fría en pueblos lejanos. Aparentemente todo era alegría, todos se involucraban a tal punto que el contacto físico era común y hasta cierto punto aceptado. Recuerdo perfectamente que aquella fiesta era la de mi promoción, necesitábamos fondos para el viaje a Iquique y no se a quien se le ocurrió la gran idea de realizar una fiesta en el Salón Comunal de Recoleta. Aquellos días era para mi novedoso y vírgenes si es que la palabra encaja por supuesto, ya que regresaba de Lima y las fiestas que conocía allá no pasaban de observaciones a grupos de chicha que se presentaban en asentamientos humanos y en los cuales yo vivía. De todas maneras observando no me sentía solo, todo lo contrario, creía participar en las broncas que se desataban, en las chairas que dibujaban chuzos, en el ritmo de la cumbia cuyas letras delataban los casos de la vida y sobre todo de fortuitos amores o desamores. Pensé que al observar a las chicas me hacía hombre, más aún cuando tuve cierto romance con cierta flaca, siempre la seguía y está no esperaba minutos para ir a una de estas fiestas y yo siguiendo y todavía de afuerita y no se porqué. Felizmente pasaron los días y después de un arrebato me fui para el Cusco, ahora en la fiesta de promoción, si que me sentía solo y ya no era un observador, trataba de ayudar pero más hacía el papel de cojudo, sentía que la disciplina y el respeto no eran requisitos obligados, será porqué no entendía que es estar en onda….
Han pasado muchos años y cada vez que me encuentro en un lugar lleno de música, lleno de tragos, de mujeres destruyendo miedos y pasándola bien, creo haber comprendido porqué llamamos diversión a todo esto. Sin embargo no lo hago conocer a nadie, me lo guardo y disfruto a solas, similar a las lluvias que cuando caen, caen y caen nomás. En esta ocasión tuve la oportunidad de escuchar a un fenómeno, le decían Rossy War al extremo que el ritmo tan pegajoso amenazaba al más dócil y dogmático romántico y para que decir del rockero, todo era algarabía, todo era grito y hasta el llanto muchas veces se hacía presente, al margen de los veinte millones de personas que lo bailaban, todo era !Ayayai…carajo!.
La fiesta había comenzado hace buen rato, sólo que entre conversar o entrar de frente a la cuadrada casilla de baile se pasaban por dirimir los principios juveniles y dejar limpio el cuerpo para ser participe del reventón, uno tranquilamente podía bailar con el enemigo a distancias mínimas o con el amor de tu vida a espaldas pero lo que más me entretenía, era las filigranas de cada cuerpo con el ritmo de la bulla, algunos creían caminar en la Luna, otros disparaban brazos y piernas a un vacío donde el aire y las miradas era su límite, todo ello siempre bajo la tutela de un rock occidental o un grupo de rock literalmente agusanado por el libertinaje y la paz, francamente no me cagaba de risa porque yo también era uno más y no sé si la diferencia de observar o sentirse solo me hacía más estúpido. Por otro lado me costaba aceptar que la música fuese arte cuando su melodía incitaba a mover el cuerpo, a dar ritmo y armonía a tus brazos y piernas y por lo demás juerga era la última palabra.
A estas alturas ya había saludado a todos los que conocía, todos eran mis amigos; el de cabellos rizados fue el primero que me pregunto ¿Qué tal? Y el de polo blanco me dijo: “compadre ¿te estas divirtiendo?”, a lo que yo conteste: “bien, hacemos lo que podemos”. Lo importante era bailar para no estar sentado con un trago entre manos y conversando estupideces que desnuda cualquier cosa. Descubrí el ritmo de “You love”, de “Roxana”, de “Sultans of the Swing” y cada vez que metaleaba sentía la energía distorsionada y no solamente lo sentía yo, sino todos los idiotas, algunos tarareando, otros alucinando tocar baterías, tocar guitarras o simplemente saltar, mover el cuerpo como marioneta discordinada, y; entre Foreiner y Queen ya había logrado recordar los desmanes de los Gun’s & Roses y de AC-DC, lo peor del asunto era que los desmanes rockeros se gestaban aquí y aparecían en las fiestas de pueblos profundos y apretados de los Andes.
La amiga de blusas apretadas, la de ropa negra, la de cabellos lacios, aquella que más me gustaba no hacía otra cosa que gritar y joder a todos los presentes, el rojo-azul de las luces se entre mezclaba, el centelleó del blanco se empapaba entre nosotros, el humo ranceo y cargado ayudaban a sudar hipócritamente entre tanto trago que viajaba por vasos y laringes, espectáculo baconiano. Vi en aquella fiestita el cambio de ritmo, los famosos empalmes que de un momento a otro te llevaban del rock a la salsa o mejor aún, a Rossy War. ¡Qué tal pacharaqueada! Una vez más veías a tu amor imposible haciendo de las suyas, poniendo el esfuerzo máximo, veías a un Don Juan, arrinconando tal vez a tu mejor amiga. Pasaban los minutos y sentías los celos diáfanos, de aquellos que tus ojos no podía creerlo, de aquel chape que atinaba a sofocar tanta vergüenza, de aquellas manos que pasaban ligeramente los muslos, las piernas y quien sabe que más, ¡No podías creerlo! Pero era cierto. Dejabas el ritmo hueco del rock para en el merengue aburrido amargarte y tratar de llorar y tras una pausa dejabas sentir la mano extraña, el timbre pendejo que esta que te jode o muchas veces la risa amiga o la sonrisa alegre de tu amigo que no hace otra cosa que complicar y ser cómplice de aquellos celos, de aquel estúpido que nisiquiera lo quieres, sino que lo adoras como a Dios, pero sabes que se pasará, que habrá otras oportunidades, otras manos viajeras, otros ojos perdidos en tu sonrisa, total sabes que habrá y mientras eso que mierda, mejor seguir toneando, comprendiendo el ritmo cumbiano, el paso mejorado, lanzar por ahí la crítica respectiva, pero por otro lado también puedes observar a las parejitas estúpidas, a aquellas que brindan de amor, que hacen pleitesía a lo oscuro, te ganas un ratito tratando de ver que cosas hacen, ¿Si se miran? ¿Si se besan? Con ellos el espectáculo es aparte; y en vista que no puedes ver más, no sé si podrías hacer una excepción y me das una miradita a mi, a aquél que te observa como sapo de ciudad y como sapo de los andes, que dicho sea de paso piensa cojudezas. Piensa en observar las pinceladas que se crean en estos antros de perdición. Crítica todo a pesar de bailar como arbolito de dos años con vientos de Agosto, y no sé si te diste cuenta que lo mejor de todo es que estamos bailando hace buen rato y hace buen rato que he vuelto de aquel viaje en donde mi primera vez no cambia hasta ahora, y tu sigues con tus celos endemoniados, con tus lagrimas ahogadas, con tu pasito de nube tranquila, sabes que te estas dando valor, que estas destruyendo tus conceptos, tus principios y lo mejor aún, es que hace tiempo que puedo presentirlo, los presiento de todos los que están en mi entorno y no sólo de ti, sino también de aquél pata que esta a mi lado, de aquél que su flaca lo plantó y que a él ni le importa, también puedo presentir lo que le sucede al de polo blanco que en otros tiempos lo llamé místico y que ahora por amistad lo reconsidere y ya no lo insultó de esa forma, él es otro caso, siempre le gusta meterse uno de los buenos, siempre le gusta levantarse a una de las buenas, para él la vida tiene sorpresas, sorpresas tiene la vida… Pero sigamos, mientras todos se embriagaban, un ejemplo de morbo no esta de más: la amiga de la blusa apretada volvía estúpido a cualquiera debido a esas dos voluptuosidades que bailaban en un pecho isofacto de acuerdo a la estructura del observador, a algunos les costaba aceptar que estuvieran en el infierno, pero como veras tu sigues bailando a la deriva, estas contribuyendo a todo. Ahora no sé que sucedió y todos empezamos a bailar uno tras otro, ir de un lado para otro, parecemos niños jugando, parecemos idiotas riendo, a mi sinceramente me llega, ya no sé donde estas, ahora estoy con el de cabellos rizados y con la flaca de ropa negra, ya estaba empezando a cansarme y estaba pensando seriamente en sentarme cuando de pronto unos ojos no me lo permitieron, lo vi un instante gracias al brillo del foco de punto que por un segundo me lo alumbró, era ella, una loca que conocí no se donde, ¿No sabía que hacía acá? La vi utilizar uno de sus mejores pasos, la vi atrapar al de polo blanco, la vi como se lo almorzaba bailando y después me dije: “!achachau¡”…. “ya fue”.
Pasaron los minutos e intente un acercamiento a la de cabellos lacios, a la que sufría o disfrutaba, ¡No sé! Total, la cosa era que estaba un poquito lejos, entonces tuve miedo por un momento, no quería seguir a nadie, comencé a ser idiota aunque no lo soy, comencé a investigar la mejor ruta para poder verla, tome consciencia de que estabamos en el infierno, tuve discusiones internas entre mi yo y todos los compadres incentricos del psique, la voluntad exigía más consideración, el orgullo ni opinaba y el señor miedo se hizo el invidente, así que como no existía me dije: “a la carga”, esto sé estaba transformando en valor o en algo similar a la sinverguenzura. El valor tiene tantas caras que una de ellas parte del subconsciente humano, del interior juvenil, de aquél que pide a gritos vivir y vivir. Empecé a moverme, a dejar atrás el apasionante ritmo de Shakira, a olvidarme el pasito del estúpido, empecé a recordar la fiesta del día siete, aquél donde a tanta insistencia ella cedió, todo estaba legal, todo estaba a punto, habíamos avanzado esquina por esquina, trago por trago, mano a mamo, habíamos atrapado besos asquerosos y caricias paganas, seguíamos avanzando por el rincón de la oscuridad, por el pasadizo que se dirige al baño, por aquella puerta que estorbaba y que a tanto movimiento humano se abrió, íbamos entrando a un lugar sucio, apestoso pero digno para destruir miedos, todo iba bien cuando empecé a introducir mis manos y ella aceptaba con más delirio, toda estaba de maravillas hasta que salto y empezó a decir no sé que cosas, y yo le dije: “calmate” y la loca de mierda se puso a gritar, a llorar, yo tuve que arrancar rápido, veloz, salí disparado, tan disparado que ahora de nuevo me la vuelvo a encontrar en esta fiesta, sólo que ahora estamos de espaldas, no se da cuenta, ni sabe que estoy haciendo la finta de bailar por tratar de sentir su cuerpo, aquél que me fue negado, además mi objetivo era otro, ir tras la de los cabellos lacios. Trató de avanzar caleta y me sale muy bien, no sé donde lo aprendí, por fin me la sacó del lugar y por fin puedo contemplar a la de cabellos lacios que si sabe de Shakira, sólo que ya esta hablando con otro tipo, a él ya le dijo su nombre, a él ya le soltó su cabello, a él ya lo esta paralizando, ya le sonríe, ya lo mira, mientras que yo, a la mierda una vez más, bueno; mejor me doy media vuelta. Decidí abandonar la empresa, deje de bailar y al abrirme paso entre la gente me di un choque con la loca, quién me observó, me miró desdeñadamente y luego me sonrío, yo me quede “stone”, al darme vuelta, un tropiezo casual me llevó a pedir disculpas, el pata me miró y se da cuenta que era el tipo que bailaba con su ex flaca, no me quiso dar las disculpas, todo lo contrario me empujó y yo de nuevo le digo: “disculpa choche” pero era tarde, se pone bronco y me empieza a insultar, a lo que yo conteste: “suave compadre”, “cual compadre huevón” y se armó la grande donde yo zafo más rápido que apurado, ya que mi pata, el de cabellos rizados empieza a sacar cara y a repartir combos y patadas a diestra y siniestra, el de polo blanco también salta, hasta la loca lanza sus ajos y cominos, no se como vi el puñete al ojo de un pata, parecía lento, porque lo vi volando de un lado para otro, a mi sinceramente no me gustaba la peleas, trate de separar a estos giles, sentí el desplazar de una patada, el sonar de la camisa, la caída de un bulto que no era otra cosa que la espalda de un tío, sentí el descoser de un pantalón como la herida que se habría por culpa del valor, por culpa del miedo congelado, condensado como la bulla del caballo en un paraje de invierno, presentí un gancho en mi espalda y el tremendo alboroto que formaba un chupo de gente con piernas y brazos disparándose entre si, la música seguía como si nosotros bailáramos al ritmo de Shakira, tarde era nuestro pesar cuando al parar la música y prender las luces domesticas la bronca ya se disipaba y se sentía la tranquilidad, no pude ubicar a la de cabellos lacios ni a la loca, ¿Qué habría pasado? Más tarde continuaba igual que antes, como si nada hubiera pasado, yo por el momento estaba calmándome y tratando de buscar explicaciones a lo irreal, a lo creado por una sociedad, arranque con la reflexión acostumbrada: “de la culpabilidad” y termine estirando ideas a la margen izquierda de la barra o lo que quedaba de ella. Escuche los gritos de orden, “los vamonos de acá” ¿Qué huevada? Sin embargo mis pensamientos me obligaban a tener una nueva versión de lo sucedido, recordé que iba desplazándome en plena pista de baile, cuando me estrelle con un joven, luego las cosas se armaron y comenzó el asunto. Entonces comencé a deducir: que estas fiestas sí fueron creadas para algo, debió haber sido para perder el miedo y sacar el valor del interior, deshacer prejuicios y afectos de timidez, digo esto porque mis amigos allí no eran los mismos, sobretodo cuando el alcohol mermaba en ellos, algunos entraban en crisis psicológicas, otros daban rienda suelta a sus instintos, muchas veces las cosas acababan muy mal a extremos que en días posteriores las caras eran inciertas, los cuerpos eran cambiados, cada vez que ocurría esto una marca corría por la mente del amigo que había destruido miedos, al reincidir las marcas crecían y a los amigos ya no se les podían observar como antes, ya estaban marcados, ya estaban totalmente deteriorados o como científicamente se le conoce, “ya estaban alienados”, creían haber acumulado experiencia, valor obsesivo, crecían apresuradamente y soñaban con el dialecto derivado y las ganas de divertirse nuevamente, no sabían que alienaban su mundo interno, que perjudicaban su miedo, aquella virtud que tiene que ser amoldada para la convicción y luego para la fe, una fe inquisidora, una fe filosófica y no una fe cojuda como la que se da a la religión que papá y mamá te inculcan, no esa estúpida fe piadora o rezadora o misteriosa, todo lo contrario, es o debe ser una locura de fe punzante, que debilite las alienaciones, que debilite lo extranjero y amalgame lo autóctono, que identifique inocencia y no vértigo de tragos y sexo. Continuaba tratando de retocar mis pensamientos y la falta de ayuda me invitó a dejar este antro o esa casa, me sentí en un tiempo condensado a la oscuridad de un cuarto, parecía una mosca en tinieblas, una mosca atravesando la serpentina colgada, sólo que ella caminaba por el borde interno y plano tanto así que muchas veces miraba arriba mientras caminaba y miraba abajo cuando la ruta de la serpentina doblaba como tirabuzón o como hélice, la mosca continuaba toda racional, los jóvenes continuaban todo irracional, todo valerosos, ni la oscuridad, ni la música, ni cualquiera carajo los haría cambiar. Medité un poco más cuando me desplazaba a mi casa, resucite a la de cabellos lacios e hice que me acompañase platicando, conversamos demasiado que llegamos a las mismas conclusiones y a las acaloradas ideas de amar y odiar cuando existe un lugar donde los miedos desaparecen, nos despedimos con una sonrisa y cuando trate de entrar a la casa ella estaba ahí, única y callada, original y real, el silencio de la madrugada avisaba que la habían choteado y que papá seguro la estaría esperando con palo, la observe meditabundo, me detuve a su lado y no conversamos nada, en mis pensamientos le dije que ya me habías acompañado, que ya habíamos conversado, trate de acariciar su cabello y limpiar sus lagrimas cuando escuché a mi madre decir: “estas son horas de llegar”, “vas a ver ahora”, entonces nos agarramos de las manos y escapamos no sé a donde, seguro era un lugar donde los miedo desaparecen…


Willkanina 2000