miércoles, 7 de septiembre de 2011

ES HORA DE QUE TE HAGAS HOMBRE


Hoy día, me levante para ir a buscarte. Recordaba de ti, los ojos achinados, pequeños y bastante oscuros. Tus cabellos estaban ensortijados cuando te vi de muy cerca, la piel tersa y tu forma delgadita se adueñaban del viaje, aquél viaje que hicimos. Un viaje largo.
Hoy salí a las calles de esta ciudad para tratar de encontrar alguna coincidencia con tu sonrisa, tus palabras, tus historias pero me di cuenta que una vez más perdía el tiempo. No es fácil ubicarte. ¿Dónde estarás?
Hoy siento que te quiero, que te extraño y me es vagabundo, tortuoso a veces ¿Dónde te busco? No sé. Tampoco sé porqué nunca te pedí tu nombre, porqué te fuiste rápido, no sé porqué escapabas y ahora que reflexiono y recuerdo creo que fue por lo que te conté, ese secreto, ese misterio, el tema ése. No es que lo haya hecho de mala intención, por el contrario, lo hice para compartir lo que nos sucedía indistintamente. Recuerdo que íbamos juntos en la parte trasera de un taxi, en esta ciudad que es horrible, que a veces ya no soporto. En un principio mirabas por la ventana y luego hablabas mucho, me comprometí con tu conservación. Aún así me quede sin el nombre. ¿Cuál será tu nombre? Comencé contándote que yo había venido a esta ciudad por inercia, como traído por el viento. Mi padre viajaba en un taxi por el centro de la ciudad e hizo detener el taxi para de un puntapié en el trasero arrojarme a la intemperie, o sea, a esta horrible ciudad, caí al piso caliente, duro y amargo, y en aquél momento unas lágrimas caían en mi rostro y sentí que el piso era caliente. Como era de madrugada no había gente, no caminaban como lo hacían por la mañana y por la tarde, esa gente que vi después por un día entero esperando a mi padre, esperando su vuelta en el mismo lugar, pero él no volvía ni tenía intenciones de volver porque al momento del puntapié escuche su voz que decía: “ya es hora de que te hagas hombre…” y caía al piso caliente, todo estúpido, mientras el taxi se alejaba y yo lloraba de libertad. Me quede sentado un día entero y el viejo no regreso, para ese momento ya sabía que estaba frente a un edificio y una plaza, una plaza que le llamaban “Parque Universitario”. Camine por las calles dando vueltas en forma cuadrada para no perderme y volvía al lugar donde caí por primera vez arrojado por ese viejo de mierda. No deseaba ir tan lejos, así que ubique una casita abandonada cerca de otra plaza. Me acomode en mi nueva casa aunque no lo hacía solo, venían a ésta, orates, ladrones, borrachos, etc. Todos utilizábamos nuestra casa como un alojamiento, que no era de cinco estrellas obviamente, pero ahí estaba, siempre disponible. Esta casa tenía dos pisos, una sola entrada que te comunicaba con una amplia sala y un baño. La parte superior estaba destruida, muchas veces se podía ver la desintegración espontánea, como todas la casa viejas, coloniales le dicen por acá. Aún hoy se puede llegar al segundo piso mediante una escalera.
En la parte posterior del baño existía una puerta que nadie abría, porque dicen que es peligrosa. Yo lo intente los primeros días que estuve alojado y no pude.
Acomodarse a esta horrible ciudad no fue difícil, seguí caminando en cuadrados y ubique un hospital muy grande que no quise dar vuelta, continué en línea recta y encontré trabajo, un trabajo de cargador, porque ahí vi los dos grandes mercados que jamás he visto en mi vida, trabajaba gritando, ayudando, a mi no me gustaba robar porque no era de correr, era más estático, así que deseche ese trabajo, lo mío era cargar por un tiempo, luego vender papas, volver a casa después de un buen caldo de gallina. Yo tenía doce años y estuve ahí hasta los quince y fue a esa edad que conocí a Luis Jiménez. La primera vez que lo vi, yo iba al trabajo de madrugada como de costumbre y el estaba sentado en la plaza, la otra plaza que no era el “Parque Universitario”. Luego lo volví a ver a la semana siguiente y al mes también, así nomás un día me abordó y me dijo: “tu vives en la casa aquella” y me lo señalo con un de los dedos de su mano derecha. Yo le conteste: “Si”. Me di cuenta que no era de acá, no era de esta ciudad de mierda, creo que era de mi ciudad. Sus ojos negros, la mirada pensativa con su cabello ralo dibujaban en su rostro un deseo escondido. No era alto ni fornido, más se parecía a mi con la diferencia que yo llevaba una ropa de mierda y el estaba acurrucado de papeles. Me dijo: “De quién es la casa”. Y yo le conteste: “de todos”. “¿Cómo es eso?”. Me pregunto. Como estaba con el tiempo apremiado le hice comprender que cualquier persona iba a la casa y podía utilizarlo bajo ciertas reglas nada más y si el deseaba podía ir. Así que me despedí y me fui para el mercado. Al regresar encontré a Luis Jiménez dentro de nuestro alojamiento, como a nadie le importaba, lo único que hizo fue extender una especie de frazada que el llamaba “bolsa de dormir” y que a mí me gustaba mucho. Había tomado un pequeño rincón y aparentaba ser un desposeído más, un desilusionado social, un arquetipo de lunático sapiens. Así lo creían los otros por verlo con tanto papel en su entorno. Algunos creían que era un abogado, otros que era un erudito. Yo no le preste mucha atención, sino fuese porque había indagando acerca de quién era la casa. Luis Jiménez buscaba algo y eso si me hacía cómplice porque yo también deseaba abrir la puerta que se encontraba en el baño. No estuvimos mucho tiempo sin decirnos algo hasta que él hablo: “Cómo se abre la puerta esa” y medio a entender que se trataba de la puerta que estaba en el baño. Yo le dije: “Qué puerta”. Y el me volvió a decir: “la puerta que todos tiene miedo a abrir”. Yo me asuste, no conteste, por lo que me hizo entender que yo sabía algo y que callaba. Se acerco a mí sin amenazas y me mostró unas figuras. Yo lo observe muy detenidamente y parecían ser hombres con faldas, algunos cargaban objetos, a esos los reconocí rápidamente porque yo también llevaba objetos de la misma forma. Tenían unas faldas con cuadros incrustados al borde. En realidad creo que eran fuertes, tenían mi color, mis ojos, mi rostro, mi cabello tan largo como el mío. Así que le pregunte: “¿Oe cómo te llamas?”. Y él me contesto: “Luis Jiménez” “¿Y quiénes son?” pregunte estirando la mano abierta hacía las figuras.
-Son incas- Me dijo
-¿Y dónde viven?- Le pregunte, y él estallo en risa y admiración.
-¿No sabes quiénes son los incas?- Me dijo. Y yo le conteste: “NO”. Sinceramente pensé que los Incas vivían en un lugar cerca de mi ciudad, aquella ciudad que recuerdo vagamente. En realidad era un pueblo pequeño. Había casa que no era como las que hay en esta horrible ciudad, tampoco tenían los techos que hay en esta horrible ciudad, mucho menos gente como esta puta ciudad. En mi ciudad había animales por todo lugar, en cada casa, en cada calle. En mi ciudad había cerros que rodeaban con su manto verde y su cielo azul los campos de cultivo. Un río que sonaba con alegría y el viento que acariciaba mi rostro cada día. Nada comparable con esta huevada de ciudad.
Luis Jiménez después de reírse e ir a buscar más figuras se acerco nuevamente a mi y me hizo conocer donde vivían los Incas. Un lugar incomparable, un lugar que rasga el cielo, que grita al tiempo, un lugar donde se mueve la vida con astucia, con rebeldía. Había montañas que cruzaban las nubes, miles de personas que parecían cantar, una ciudad que Luis Jiménez me dijo que se llamaba Cusco y que él era de allá. A mí me gustaba el Cusco, lo veía imponente, todo de piedras alineadas, rectas, curvas, había inmensos palacios, había animales que Luis Jiménez me dijo que se llamaban Llamas y que lucían muy lindas cuando en hileras atravesaban caminos empedrados.
- ¿Oe Luis, en Cusco viven los incas?- Le pregunte y él me contesto
- Por supuesto. Yo soy un inca- Me dijo.
- Así- Le conteste admirado.
- Seguramente que yo también soy un Inca, le volví a replicar. Y el volvió a reír.
Luis Jiménez me explico que los Incas existieron hace mucho tiempo, vivieron en la ciudad de Cusco y en todo un territorio que abarca varios países en la actualidad. Yo trataba de entender la explicación aunque no sentía interés por gentes que ya no vivían. Sin embargo, Luis Jiménez me dijo: “Los Incas todavía viven” “Así”, conteste yo, un poco anonadado, después de sentir muchas de las figuras en mis manos y de tratar de oler el papel donde estaban dibujados, le dije: “y donde están en estos momentos”. Luis Jiménez, pensó varios segundos y me dijo: “viven en todas las ciudades de nuestro país”. En vista que yo mostraba cierta incredulidad atine a comentarle que un viejo, el más antiguo que vivía en esta casa murmuraba que viven más personas tras la puerta del baño que ellos denominan “momias”. Fue en ese momento que Luis Jiménez deseaba conocer al viejo que murmuraba eso, pero este viejo ya no estaba, había enloquecido y termino mal, le hice entender a Luis que nadie creía en esas cosas, así que le pregunte: “¿Qué significa momias”? y él me contesto: “Incas”.
Aquella noche, después de la conversación que tuve con Luis Jiménez no pude dormir, me iba de un lado para otro en mi rincón, giraba y volvía a girar al ritmo de los ronquidos de los vecinos de habitación y en un momento dado soñé, soñaba que entraban tres Incas con atuendos deslumbrantes a un patio iluminado, sus pasos eran lentos y a veces cansados, las miradas firmes, relucientes al sol y sus gestos engalanados de candidez, daban vueltas por el patio hasta que el detente los petrifico y las gentes que aparecieron de un momento a otro los observaban con asombro y pena, algunos lloraban y gritaban, otros caían al piso e imploraba en un idioma que no comprendía pero que me sonaba familiar. Todo se desenvolvía en estruendos y llanto, todo crispaba dolor y más dolor, yo mismo sentía un escalofrío que adormecía mi cuerpo y en un instante, cuando caminaba por el patio, cuando unos ojos me interceptaron sentí que caía y caía y más allá del horizonte de aquellos ojos, pude ver mi rincón donde yo dormía y entonces desperté asustado, me levante y trate de buscar a tientas a Luis Jiménez, pero no lo hallé y me dio pánico, busque la puerta y al abrir sentí la brisa de la madrugada y el sonar de los automóviles, sentí el aire de esta enclenque ciudad y empecé a caminar pensando en el sueño, caminé distraído y en un determinado instante llegue al lugar donde el hijo de su madre de mi viejo me dejo abandonado, me siento y trato de sentir el piso caliente, trato de buscar las lagrimas derramadas de hace tres año pero no lo halló. Sólo el sueño me tranquiliza y me arrastra a preguntas que no puedo ni plantear.
Pasadas las horas vuelvo a la casa vieja y me doy cuenta al entrar que estoy ante un patio, el patio de mi sueño, el patio donde dormíamos muchas personas, sólo que ahora todos están asustados porque algo está sucediendo y es que Luis Jiménez entro al baño y quedo petrificado. La policía apareció en nuestros rincones, están que destapan todo, están que arrojan todo y mis compañeros de casa están escapando asustados. Yo despistado me voy caminando a mi trabajo.
Días después, el patrón del puesto del mercado me hace señas con los dedos y me indica que vaya hacía él. Luego de mostrarme unas fotos en un periódico me dice: “Oye paisanito, ¿Tu no vivías en esa jato?” Y yo le conteste: “Si”, y él me dice nuevamente. “¿Y qué paso?” y yo sin importancia le contesto: “No sé”.
Pasaron los años y conocí al camionero Luis Incaroca, que me devolvió al tiempo pasado, no pude contener la curiosidad por el nombre de este señor, pues ya había conocido a un Luis que incluso me dijo que era Inca, así que el día que llegó, lo tome por sorpresa mientras descansaba y esperaba la apertura de la puerta de control del mercado, le dije sin miedo: “Oiga Luis”, ¿Ud. De donde es?” y él soñoliento me contesto: “No jodas, ¿Qué hora es?”. Yo no conteste nada. Sin embargo, en vista que había interrumpido el sueño de Luis Incaroca, este me dijo: “¿Qué mierda te pasa?”, “que no ves que estoy durmiendo”. Yo arrepentido le conteste. “disculpe”. A los segundos transcurridos, Luis Incaroca me dijo: “Y bueno ahora que me levantaste ¿Qué quieres preguntarme?”. “Bueno, ¿Yo sólo quería saber de donde es Ud?”. Le dije. Luis Incaroca me observo, frunció el ceño y dio un bostezo que arrojo un aliento a mil diablos. Luego me dijo: “Y tu pa que quieres saber eso”. Yo dije: “pura curiosidad, es que hace años conocí a un tal Luis y me dijo que era Inca”. En ese instante Luis Incaroca se acomodó en el asiento de su camión de forma tal que quiso concentrarse en mis palabras y me dijo: “¿Cómo dijiste?” “Es que conocí a un Luis que decía ser Inca” “Uhmm, carajo, así, suena interesante, sabes yo soy de Huancayo y yo soy el único Inca en toda esta puta ciudad, eso que te quede claro”. Por lo menos este hombre era sincero, porque en todo el mercado siempre le decían: “Oye Incaroca a, ¿Cómo vas a dar tus granos verdes?”. Así que le creí, y le pregunte nuevamente: “¿Y cuántos Incas hay en todo el país?”. Y este señor se echo a reír y me dijo: “Oye huevoncito”, dejo un momento de hablar para dar unas muecas y soltando un aire con un suspiro estremecedor, continuo diciendo: “ahí carajo, lo que te voy a decir es pa ti nomás, en todo el país hay tres Incas, mi padre, mi hijo y yo, ¡la paras!”. Y yo no la paré, porque en ese momento recordé el sueño y los tres Incas que vi. Así que me hice a un lado del camión y me retiré. En eso, Luis Incaroca, me gritaba: “Oye huevon, no te pensaras ir, después que me has despertado y de que la conversación se hacía interesante, oye, oye...” mientras reía acongojadamente.
Aquél día empecé a caminar sin dirección y haciendo caso a mi yo interior me acerque a la casa donde Luis Jiménez había muerto petrificado, sólo que a él lo hallaron petrificado en el inodoro. Entre sin miedo a la casa, volví a recordar el patio, no había nadie y sentía un airecito calmado e incipiente, las piernas me temblaban a la vez que abría el baño, y mi sorpresa fue mayor al no encontrar un baño, todo estaba destruido y viejo, las ratas habían hecho su hogar por aquí, no obstante; la puerta estaba intacta como el primer día que lo vi. Mis manos deseaban abrir la aldaba y en el transcurso de minutos ya le echaba fuerza bruta hasta que la puerta cedió. No vacile en entrar porque algo me empujaba a averiguar que en esta ciudad no solo había un Inca camionero, sino varios, así que en la penumbra entre, el palpito de mi corazón que se aceleró y el tanteo de mis manos en la oscuridad, de pronto se encendió una antorcha y mis ojos inmediatamente se cruzaron con los ojos apagados de un Inca, un Inca sentado; rodeaba su cuerpo unas preciosas mantas que brillaban como el Sol, sus cabellos escapaban y trataban de ocultar sus labios, la piel de sus rostro estaba marchita pero intacta. Yo insistí en acercarme y lo contemple tan apretado que mis ojos se llenaban de lágrimas cuando recordaba el sueño de hace dos años, cuando los vi caminando. Sentí una lástima y en mi corazón algo se estremecía, algo extraño me hacía girar y me encontré con otros dos Incas, en total eran tres señores, tres miradas y no exactamente me vi con Luis Incaroca abuelo, Luis Incaroca hijo, Luis Incaroca nieto, no, los tres Incas adjuntaban la esencia del poder que ostentaban y que seguramente muchas personas lo sentirían si estuviesen junto a ellos. Mis manos trataron de percibir esa esencia, pero algo me decía que no estaba preparado, todavía no me había hecho hombre. Regrese apresuradamente con dirección a la puerta y salí y la jale, me asegure de que no se abriese fácilmente. Luego en la calle empecé a caminar y una vez más después de cinco años llegue al lugar donde mi padre me arrojo de un taxi diciéndome: “Ya es hora de que te hagas hombre, carajo”, recuerdo todavía como se acomodo el cuerpo, me tomó por la espalda, abrió la puerta derecha y me dio un puntapié en el las cuatro letras que hasta ahora siento el dolorcito todavía. Recuerdo, que él estaba borracho igual que el conductor del taxi. Me senté una vez más en ese lugarcito y lloré, no me importaba la gente, no importaba nada, en eso, dije: “Carajo, déjate de huevadas, ya es hora de que te hagas hombre” y me subí a un taxi que la gente disputaba por tomarlo, gane un lugar y me acomodé pensando en que ya era hora de hacerme hombre, iba a buscar el lugar adecuado y me acomodé pensando y así nomás estaba sentado al lado de una chica preciosa, una chica de ojos intensos, mi cuerpo temblaba mientras ella miraba el vacio de la ciudad con las luces que intermitentemente rayaban nuestros cuerpos. Luego de una pausa y escuchaba el parloteo de conversaciones que iban y venían espontáneamente, yo escuchaba y escuchaba, de repente de un momento a otro pensé: “es hora de hacerme hombre”, entonces le dije a la joven: “Disculpa amiga, tu sabes a donde va este taxi”, giro su cabeza, luego en aptitud de quien te está tomando el pelo empezó a reír y me dijo: “¡Es una broma no!” y empezó a sonreír. Yo le dije: “NO”. Ella me miro serenamente y me pregunto: “¿Qué no sabes a donde va este taxi”? Esta pregunta que lo hizo en tono alto provoco en el entorno de los que viajaban en el taxi unas sonrisas a tal punto que el conductor me dijo: “¡Joven sabe a dónde va cierto!” y yo le dije: “No exactamente pero quiero viajar en un taxi” y todos reían, incluso la chica de ojos pequeñitos, fue así como empezamos a conversar, ella me hizo el itinerario de la ruta, me hablo de los lugares, de su familia, de lo que estudiaba y como veía que le prestaba atención me dijo: “Y tú qué haces”. Yo mire al entorno y todos me observaron al mismo tiempo, así que después de esas miradas metí la pata y conté todo, todo acerca de los Incas.
Han pasado dos días y siempre espero en el lugar de siempre, o sea, en aquél lugar donde escuche: “Es hora de que te hagas hombre, carajo” me acompañan las miradas de los Incas y el deseo de volver a verte.
Willkanina 2006

1 comentario:

  1. se siente lo espeluznante hacerce hombre..hacerce mujer... y lo sientes en la piel... me encanta...willcanina..

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