miércoles, 7 de septiembre de 2011

TOGA



Cuando yo tuve razón de ser, sentí en mis especiales sensores auditivos la palabra Toga, así me habían bautizado y así me consideré por los días que me tocó vivir. La primera vez que me lave la cara lo hice con tal insinuación que intuí algo familiar y por supuesto natural. La primera vez que chillé fue porque necesitaba alimentos y no sé hasta ahora que estoy a punto de morir, cuando me di cuenta que tenía amigos que más me maltrataban o que según ellos jugaban y me acariciaban. Tenía que adaptarme y así me hice de la idea que mi vida era algo concomitante con el entorno de un par de habitaciones, una casa llena de inquilinos, una dueña que si no estaba muerta era porque Dios no lo quería y de aquellos sus hijos que no encontré palabras para nombrarlos, sin embargo desde mi último aposento les diré mierdas, ya que mierda es una locución natural que escuche mencionarlo a Venedicto, que total también era una mierda. Venedicto fue el comprador que un día me arrancó de las entrañas de una vendedora de animales en la avenida del Ejercito y que termino por separarme de mi madre. Sinceramente ya no recuerdo donde nací, sólo sé que mi vida comenzó en una casa ubicada en Tambo de Montero donde había un niño momificado al cual veneraban como a santo; yo lo visitaba, lo olía y al rato me volvía a ir sin que él se diera cuenta; recuerdo muy bien el parecido a un mono fraylecito: la carita hundida, las líneas rajadas como redes de pescador a lo largo del encuentro entre frente y cuello; a veces me daba pánico, más aún cuando decían que era milagroso y que lo llamaban niño compadrito. Paso el tiempo como suele pasar y niño compadrito y yo fuimos grandes amigos, entre velas blancas y negras solíamos jugar, yo saltaba y el calladito y tranquilo como siempre, a pesar de todo yo lo comprendía pero Venedicto y Luis lo consideraban como cualquier cosa más, así lo manifestaban y así se cagaban de risa cuando el tema del niño compadrito inundaba la habitación de tres por cuatro metros donde encajaban un camarote estilo Luis XV de dos piezas, armazón de madera con tallado hecho a torno, dos colchones lengua de gato, frazadas que no calentaban, sino que por el contrario enfriaban a uno, en especial a mi, motivo por el cual decidí dormir entre los brazos de Venedicto aunque el sinvergüenza me mandaba hacia sus patas, o como lo escuche decir a él: anda hacia las perras, Toga, y yo frustrado entre las perras de un segundo piso de camarote. Recuerdo perfectamente que éste camarote estilo Luis XV, tenía la desventaja de deshacerse, se deshacía como castillo de naipes, primero se caía una madera, luego otra y al final terminabas empelotado entre las maderas que servían de párante en forma vertical, el colchón en forma de “v”, las frazadas entre mezcladas como larva apachurrada; cada vez que sucedía esto era una risa para el que se caía, otras veces escuche decir a Luis: “que mierda pasa”, y fue donde intuí que cada vez que sucede algo anormal debemos decir mierda, ¡Lo más natural!. Luis dormía en el primer piso y como dije que el camarote estilo Cachina-Luis XV se desarmaba por completo, muchas veces también ocurría lo mismo con el segundo piso en el cual casi siempre dormía yo. Es decir caía Venedicto como balsa en catarata, de paso caía yo entre la oscuridad y las perras de Venedicto, el colchón, las maderas que servían de soporte, todo ello encima de Luis quién a su vez caía junto con nosotros al helado piso de cemento, el primero en gritar era yo, obviamente salía disparado mientras Venedicto y Luis se reían o no salían de su asombro. Todo era naturalidad, volver a levantarse, arreglar el castillo de naipes y dormir, lo que es yo me acurrucaba entre la computadora y el televisor blanco y negro que se mantenían calientes no se porqué. Como dije anteriormente el cuartucho de tres por cuatro metros a las justas nos cobijaba, comía lo que me traían y cuando tenía oportunidad escapaba por la ventana, fue así como conocí la casa, los demás cuartos y al niño compadrito, aquél amigo que seguirá allá y que ya no lo volveré a ver; estaba familiarizándome con todos, inclusive con Elizabeth vecina de Luis y Venedicto, quien también me alimentaba con mucho cariño y a quién encontré una vez debajo de Fidel, muy pegados, no tenían ropa y supuse que estaban haciendo ejercicios físicos porque sudaban mucho, tarde fue mi pesar cuando en la casa de la calle Fierro, Fidel dijo: este Toga nisiquiera me deja violentar bien, a uno lo pone nervioso, así que recapitulando podría decir que Elizabeth y Fidel estaban en plena violencia, pero eso a mi me tenía sin cuidado porque desde ese día vi tanto violentar que se me hizo común, no obstante debo admitir que ahí aprendí el concepto de violentar.
Pasaron días y fue cuando conocí al primo Julio, él jijuna llegó y armo una de las grandes a eso de las cuatro de la mañana, traía en sus manos dos tragos, según él su Jean con Jean, no lo habían dejado entrar y tuvo que discutir con el dueño de casa, eso yo ya lo había presentido pero como estaba entre las perras de Fidel no pude dar un estirón dado el grado de intoxicación que emanaban esas susodichas perras, antes que me olvide debo confesar que Fidel es un amigo de Luis y Vendicto, más conocido como el amigo moreno, quién se involucro con nosotros desde que llegó de Quillabamba. Bien, como les iba contando, el primo Julio a quién lo conocí ese día, experto en deshacer ilusiones y poner las cosas bien claras al estilo capitalista, armó un escándalo y uno bueno, razón por la cual nos arrancamos con zafuer de la casa de Tambo de Montero, tal como lo dijo él: primitos no pueden estar viviendo en este lugar, no dejen que los humillen. El dueño de casa, la esposa del dueño de casa, los hijos del dueño de casa, nosotros, la madrugada reventando en el horizonte, el frío razante que entraba al tocuar, más las caras extrañas a medio despertar de vecinos que no entendían que sucedía, todo eso nos invito a salir de la casa de Tambo de Montero donde había un niño compadrito o un mono disecado, ¡No sé!, tal vez, Clorinda se confundió o el Dr. Escobar lo confundió, ¡No lo sé!, lo único que sé, es que el primo Julio de enorme corazón, como de enorme barriga, de cabeza en forma de huevo, semipelado, quién aún abrazaba entre sus brazos la última botella de Jean con Jean, dijo: primitos mi baño es más grande que esta huevada, y yo pensé, nos arrancamos con zafuer a un depart, porque de que nos largábamos nos largábamos y con zafuer. Vi caer el monitor de la computadora, los tres tomos de Historia Universal, vi el estirón del brazo que sostenía el Jean con Jean contra la puerta que no se quería abrir, sentí las palabras obscenas en mis oídos frágiles, oídos que ya no eran vírgenes, percibí el temblor en los labios de Luis, las sandalias que volaban a un rincón, los cabellos parados de Venedicto, sospeche que sucedía una pelea, ósea algo anormal y por lo tanto: ¡Qué mierda pasa! A las seis de la mañana nos estabamos trasladando al departamento. El primo Julio me atrapó y me introdujo en una bolsa, después me enteré que era un kanguro. A las trece horas yo deambulaba en un cuarto más grande, cuatro por cinco, cinco por cuatro, hasta ahora no lo sé, sólo recuerdo que el camarote estilo Luis XV estaba hecho mierda, las cajas desordenadas, abiertas: desprendían ropas, libros, hojas, menos comida; volví a reconocer terreno por espacio de dos horas, caminaba de aquí para allá y de allá para acá, después dije: “aquí hay gato encerrado”, y como suele suceder, volví a ver a Luis, un día después a Venedicto, una semana después al primo Julio. La primera vez que salí a explorar la parte externa del cuarto me sorprendí porque había más gente esparcida en cuartos, acurrucados entre techo y pared, entre patios y baños, una casa de barrio, urbano, estúpido, miserable, cagón, negación del concepto progreso o el absurdo del modernismo. Mi primera curiosidad era ver con que tipo de gente iba a tratar: un borracho en el diez, una viejita que caminaba como si pisará un hueco a la larga la dueña de casa que Dios no se lo quería llevar, una vendedora de comida, una familia que estaba compuesta de padre, madre y una hija, un viejo que a nadie le caía bien, un zapatero, un ladrón, otro borracho, dos estudiantes, varios violentadores, una violentadora, Luis, Venedicto, el criminal y yo, un inocente testigo, chantajeado por la vida, por la rutina proletaria mientras los violentadores hacían de las suyas, mientras la noche se hacía especial, mística, tal vez mítica, algo vagabunda, algo obsoleta.
Erase una vez una casa ubicada en la calle Fierro, donde habían varios borrachos, varias familias, varios ladrones, varios violentadores, varios cojudos, varios jijunas, varios perros y un servidor llamado Toga. Erase una vez una casa de tres patios, tres departamentos, dieciséis cuartos, tres empleadas, ocho niños, un criminal que me sacaba la mierda cuando entraba a joderle por comida.
Erase una vez una vieja dueña de todo una casa que estaba ubicada en la calle Fierro donde tenían a un hijo borracho, cojudo y ladrón, y donde fuimos a caer gracias al primo Julio que un día vino a la casa de Tambo de Montero y nos saco de ese lugar, según él porque su baño era más grande que el cuarto que teníamos y porque se acurruco en una esquina y se puso a moquear como niño de seis años como viejo borracho abrazando su trago que él llamaba Jean con Jean y que después de dos horas de lamentables sucesos me introdujo en un kanguro y me hizo caer en la casa de la calle Fierro.
Pues, mis días comenzaron a pedir de boca, una escapadita por acá, otra por allá, un encuentro con el criminal, otro encuentro con el violentador y de repente un encuentro con la violentadora, la diosa del bajo mundo, la omnipotente, la regalada al placer, aquella quien atenazaba con sus piernas, con sus manos, con su boca, con su pensamiento, con su mirada, aquella quien salpicaba en precoz amor, en música de infelicidad, aquella quien me traía comida de lujo, a ella yo la adoraba, yo la admiraba, me acercaba, como un susurro, cuando su hombre la tenía contra la pared, contra el suelo, caminaba con mirada altiva alrededor de ellos, cuando el brillo de sus ojos se perdía entre el aroma macho, entre el latido y el suave desliz de manos que viajaban de norte a sur, y aquél chillido que no era de perro ni de gato sino del interior escalofriante de dos mundos que se agotaban, para no redundar mucho, ¡De una violencia!.
A veces no entendía porque la gente vivía como vivía; por mi parte comprender la vida se limitaba a comer, dormir, levantarse y volver a buscar comida para comer, por realizar estas actividades naturales por supuesto fui atrapado por un pendejo que me introdujo en su mochila y que no me dejo alternativa para huir. Me vi pues, en una situación incomoda, revoloteando en la oscuridad de la inseguridad, me pregunte
¿A dónde me llevaran? Y tras dos horas de miedo fui devuelto a la luz y al blando suelo de una nueva casa, sentí que me querían agarrar, jugar conmigo pero yo tenía un pánico interno. ¿Dónde estoy? Alguien me alcanzo comida, entonces dije: “por lo menos me darán de comer estos cabrones”; todos eran varones a excepción de la madre que gritaba desde el interior de un habitación hecha de adobe: ¿Qué están haciendo? Logre contar cinco cojudos, indumentaria que pertenece a la gente que tiene poco dinero, es decir; zapatillas viejas, rotas y apestosas; las chompas y polos viejos y desteñidos; la piel que va ennegreciendo gracias al sol, al agua, al trabajo con el barro y al derecho de raza, bueno yo no era racista, ni siquiera entiendo el concepto cabal de la palabra raza, será por que en mis genes el cromosoma raza va de la mano con la supervivencia. Me pongo a pensar y ahora que lo recuerdo ni me viene ni me va cuando veo a otro como yo, negro, jaspeado, amarillo, blanco o quizás moteado como el que vi en aquella casa, una hembra moteada entre blanco y negro, la mire y me hice el cojudo. Los muchachos me habían dejado libre en un patio donde existía más agua y más barro que lugar seco, así que tuve que buscar mis chances para encontrar un lugar ideal. Subí al techo y divise toda la ciudad, susurre a la tarde y cavile en mis dueños reales aquellos que estarían preocupados o no; en ese momento tome la decisión de irme, tendría que hacer mi viaje de noche y de día descansar en algún lugar hasta llegar a la casa de la calle Fierro. ¡Adiós! Le dije a la moteada y me arranque, no me contesto y a mi me dio igual que me respondiese o no; atravesé un par de tejados y comprendí que estaba en la montaña observando la ciudad y que por más que no quisiera observarlo ahí estaba, alumbrándose poco a poco mientras la noche se hacia mítica, lo curioso fue verme ahí, reposando, era gigantesco, un Toga en la ciudad, era mi ciudad y de los míos, un Felix domesticus city, una ilusión ante mis ojos; conseguí llegar al final de la manzana, donde existía un letrero que decía AA.HH “Camino al cielo”, lo pasé y deje de estar en el camino al cielo para tomar el camino a mi ciudad, hice un receso en el próximo techo de la siguiente casa cuando escuche el motor de un camión que me causó pánico, siempre le tuve miedo a esas cosas andantes, me di cuenta que había cruzado una pista, y fue cuando me encontré con la realidad de cruzar muchas pistas, otros camiones, otros carros más pequeños, aquellos que no te respetan y te atropellan y te dejan en un rincón de la acera, destripado o desventrado, ¡Qué voy a hacer!. Descanse el resto de la noche y al día siguiente seguí descansando, trate de caminar por el cobertizo de madera de una casa vacía y con la comida que estaba por ahí, caminando. Así que manos a la obra; las ondas alfa concentraron mi atención en la comida, me hice cazador y cazador fui ese día porque de algo tenía que vivir para continuar el retorno. Continué por la margen izquierda de los tejados vecinos y me fui a tropel, sin hacer ruido, conseguí llegar a otra pista y a no percibir ya la ciudad porque a ella había entrado y no tuve miedo porque era mi ciudad, reajuste mi sentido de orientación y me adentre a los techos más altos, así estuve dos días entre mescolanza y peleas con perros, entre comida insípida y el deseo de volver con Venedicto y Luis, allá en mi casa, cuando por inercia caí en un lugar donde había bulla, música chicha, tecnocumbia, botellas de cerveza en todo lugar, grupos de amigos y amigas en mesas diferentes, meseras que se parecían a la violentadora y que supuse si podían darme de comer, entonces quise quedarme a entender el aroma a caos y la negación de la felicidad aunque debo confesar que escuche palabras como: “oye diviértete”, y si esto es diversión porque Toga no podía divertirse, será porque no entendía el concepto práctico de diversión. Ese día me hice muchas preguntas que los deje en ese lugar semi oscuro, con música movida, donde se movían las gentes como estúpidos interiorizados gracias a neuronas que ya entendían que es eso, un pasito por acá, otro por allá, una mano mañosa, una sonrisa que aceptaba la mano mañosa, un beso comprometedor, unos cuasi amantes, caricias que seguían al beso comprometedor de los cuasi amantes que ese día recién se conocían, aquellos besos sabor a chela, unos murmullos en la oreja y luego una escapadita al apartado de atrás donde una cama inestable era testigo de violencias no denunciadas, donde hombre y mujer deshacían ilusiones y al rato se miraban las caras para preguntarse el nombre y apellido, que si tienes hijos, que si tienes tiempo el sábado en la tarde, de quién es ese gato que tanto nos observa; bueno señores y señoras, yo soy Toga un inocente observador de la diversión en su máxima expresión, y como vine me fui, volví al techo nocturno de mi ciudad, aquella plagada de sociedad o de suciedad, noctambule como estrella fugaz y como luna llena entre nubes, feline con paso erguido, mirada altiva entre vértigo y frío, entre whisky y bricheros; mi rumbo no era nostálgico sino conmovedor con mi vida, aceptar mi destino con la gente era irreal, pero no podía hacer nada para remediarlo, estaba en mis genes y estaría en los genes de los próximos togas, ni siquiera en la reunión de togas al cual asistí se acordó algo, sólo hablamos de fidelidad al amo, cazar con astucia y punto. Recuerdo que en aquella reunión conocí a un amigo egipcio, le decían egipcio, por aquellos orejas que se mandaba y por su color especial, también era medio peladito, lo cual no tenía importancia para mi, platicamos bastante como para decidir una salvajada, o sea, irnos al campo a cazar, y aunque no lo crean nos fuimos al campo a cazar, bosque aquél donde conocimos a un amigo negrito, que al tiempo que nos íbamos conociendo, nos iba contando que el logró cazar a un hombre y nosotros admirados escuchándolo y preguntando ¿Cómo?, y el continuaba explicándonos que fue sencillo, después que su carro atropello a su novia, él hizo todo lo posible por cruzarse en su camino y dejar la maldición de que si se te cruza un gato negro en el camino es señal de mala suerte y así lo hizo, se le cruzo en su camino cuando este hombre lo esquivo y fue a dar al barranco. Yo lo entendía perfectamente y el egipcio lo felicito pero lo que me pregunto es si realmente el hombre de ese auto no lo quiso atropellar porque ya había atropellado otro gato, es decir; la novia del amigo negrito y quien sabe si su corazón no estaba herido y con cierta culpa de responsabilidad, hasta creo que dijo en algún momento, ¡Qué pena carajo!, ¡Cómo lo pude hacer!, y en esta ocasión no quiso atropellar a un gato más, sino esquivarlo y parar en el barranco y así cumplir el dicho anteriormente mencionado. El egipcio y yo anduvimos por una semana más y volvimos a la ciudad, nos despedimos sin darnos dirección porque esa palabra no se entendía en nuestro lenguaje. Cada día presentía llegar a la casa de la calle Fierro, después de estar en una tienda, luego en un hostal y finalmente en un restaurante por fin pude encontrarme con “Lobo”, el perro de la casa de la calle Fierro, lo reconocí pero en vista que nos llevábamos mal, lo único que me quedaba era seguirlo; la idea no prosperó, la razón fue que él se movilizaba de día y yo escogía la noche para los traslados, ante tal desilusión emprendí mi viaje nocturno por una noche más, por aquellos techos altos, cuajados de colegas peleadores, levantados al cielo estrellado donde me vi muchas veces, estaba en todo sitio que estoy seguro de que esta tierra era mía antes que estos hombres, yo era histórico, infinito, era cultural y era dios, no sé porque ahora soy mascota, más de una vez tuve que sortear mechas y discusiones, lluvias que me empapaban y me dejaban empelotado, otros días tuve que guarecerme en huecos de palomas. El día llegó cuando ubique al criminal caminando, por la acera de una calle, aquella calle era por fin la calle Fierro, porque el criminal pertenecía solamente a la calle Fierro, estaba yo en los techos del frente, del lado opuesto a la casa de la calle Fierro, así que empecé a maullar pensando que Venedicto o Luis me iban a escuchar por aquél balcón, así fue y así los vi desesperados por tratar de atraparme con palos grandes, la idea no tuvo buenos resultados, tampoco me atreví a dar un salto, pense quedarme observándolos una noche más, sino fuera porque Luis empezó a caminar por la calle en dirección sur y yo lo seguí, entró a una casa, luego salte y lo volví a ver, luego quise ir corriendo hacia él y me encontré con un perro de mierda que me corrió encima y me dejo colgado en los cables eléctricos, mientras Luis y Venedicto corrían por mi vida, y yo que sentía que mi vida se iba en el hocico de un perro, pero Luis alcanzó al perro y lo saco del lugar, me atrapó y fui feliz, fui inmensamente feliz, con cierto pánico, miedo de volver a casa y no acostumbrarme, de traerle ratones muertos a Venedicto y Luis pensando que son gatos viejos, tal como lo hacen todos los gatos de estos tiempos; me compraron un pollo al horno y dormí como en casa. Después de la felicidad que muy bien también lo sentían Luis y Venedicto, sentí que ya era un maltón de vida y caminaba de nuevo en el patio donde estaba la violentadora, aquella mujer que no cambio nada, todo seguía igual, ciertas diferencias, minúsculas por supuesto, como ver el televisor de la vecina en el cuarto del hijo de la dueña de casa, las casacas de Luis y Venedicto en el cuarto del hijo de la dueña de casa, sospeche que había cierta amistad, cierta preocupación por darle todo a este señor que no era otro que el ladrón que se estaba llevando todo a su cuarto y luego al baratillo y luego al bar, porque el era el borracho, el ladrón y el criminal que lo vi aquél día en el cuarto de la violentadora. Había entrado por comida, y lo había encontrado cerca a la filmadora que por casualidad lo encendí, ella me tomo del cuerpo y se puso a bailar conmigo frente a la cámara filmadora, momento en el cual entró el criminal y ella se asusto y le dijo: que mierda pasa, y el criminal lo arrimo al rincón, le empezó a pedir dinero y ella daba a entender que no tenía y que ya no lo aguantaba, así que se fueron a las manos mientras la filmación se hacía exquisita, los actores continuaban en escena y mi reina termino en el suelo echa añicos, sangraba por la boca y respiraba con problemas, el criminal se fue dándome patadas que me dejaron en condiciones nada buenas, motivo por el cual ahora escribo a través del zapatero, aquél que me lee el pensamiento y me acaricia y a quién le digo todo lo que me paso. La violentadora murió un viernes de Primavera y un lunes estaba yo agonizando, agarrándome de la sexta vida que ya la había dejada atrás, la filmación quedo y me lo traje en la boca para que pudieran ver Luis y Venedicto, ellos no lo vieron, lo sobre filmaron encima y la prueba se perdió en el olvido, mi reina se fue y mis esfuerzos fueron por las puras.
Los policías llegaron el Martes, cuando una vecina denuncio que algo olía mal en el cuarto de la violentadora. El criminal no se apareció durante una semana, tiempo suficiente para inclinarnos por un sospechoso. La tarde de ese Martes se hacia oscura, amilanante con el sosegado clamor de la inocencia que se impartía en caras de vecinos asustados. La noche de ese Martes, me cayo como dedal al dedo, porqué tuve la oportunidad de conocer al zapatero Diego, y en vista que ya no podía aguantar el equilibrio de mi cuerpo caí en lo recóndito de sus cajas viejas, en aquellas cajas polvorientas y cúbicas, llenas de zapatos por reparar y por desprender dinero, fue ahí donde me encontró Don Diego y me recupero de la maldad establecida por el criminal, nuestras miradas se extrañaron y se reconocieron conduciéndonos a que ya nos conocíamos de antaño; posiblemente habíamos sido amigos en la Segunda Guerra Mundial, allá en el fallido intento de la toma de Montecasino o antes de la abdicación de la corona de Napoleón, eso sí, en algún lugar de Italia. Nosotros sabíamos que éramos amigos y como tal me dio una mano y yo le di una pluma para que relatase el homicidio de la violentadora; el escribía de noche, entre la diez y las doce era su momento de inspiración y entre las diez y las doce yo sufría de dolor, me parece que tenía un tumor donde me comenzaba la cola y otro en mi pecho, sin dejar de lado las cicatrices de mi quijada, yo sospechaba que se me estaba formando pus o materia en mi cuerpo, algo crecía dentro de mi y no era exactamente un toguita, si no algo blanco, así que me fui con las pocas fuerzas recuperadas al cuarto de Venedicto y Luis, quienes asustados trajeron medicamentos para animales, me atraparon y entre: “¿Qué mierda le han hecho?, seguro se ha peleado con una gata”, trataron de curarme, me extrajeron toda la materia habida y por haber, me hicieron chillar, me pusieron yodo, me introdujeron en la boca ampicilina como si fuera un soldado abatido por balas del siglo XX, me hicieron tantas cosas que yo caí desmayado y empece a soñar, soñaba como niño bueno, como si no tuviera heridas en el pecho ni en la cola; caminando en el techo principal de la casa de la calle Fierro, observando la luna blanca, blanquita como el rostro de la violentadora, señorona como ella, vivaz y llena de amor como aquella luna, estaba yo apretado entre el frío que no sentía y el viento que se iba de este a oeste, había vivido lo suficiente como para preguntarme si la vida terminaba así y en vista que estaba en un letargo sempiterno, las respuestas se fueron dando, ¿Qué si debo creer en mis amos? No debo creerle ni las mentiras; ¿Qué si debo ser mascota? No debo ser mascota a no ser que los genes ya hayan sufrido un proceso de domesticación y entonces ya no se puede hacer nada; ¿Qué si no debo ir a buscar comida a otro lado porque es posible que termine mal? Si. No debo ir a otro lado pero eso no se puede evitar ya que la comida se busca, así como el hombre lo hace cada vez que va a trabajar para luego convertir el trabajo en comida, él busca, es decir; busca comida. ¿Qué si no debo creerme Dios? Bueno, pienso que si debo creerme Dios, entendiendo por supuesto que dios puede creerse cualquiera, ya sea animal, ya sea persona, ya sea, no sé. Lo que yo debo entender es que Dios no es como el hombre lo entiende, el puede crear dioses, lo que yo hago es creerme Dios, no necesito crear, para qué, no tiene sentido, es mejor ser Dios, siempre y cuando dios sea un concepto de omnipotencia, ser supremo o algo por el estilo, es por ello que una vez trate de decirle a la violentadora “la diosa del bajo mundo” y fue en mi pensamiento donde quedo grabado, donde fue creada para mi, donde estará siempre ella, linda, prosada a mi ritmo, delineada por el ojo de un hombre, por ojos que yo no podré tener, porqué quién sabe podría convertirme en hombre o cojudo o tal vez un esclavo de aquella figura, de esos cabellos infernales, ensortijados a mi aire, a mi ambiente donde yo aprendí a decirle diosa. ¿Qué si debo decir que es un gato? Yo les contestaría que ser un gato es ser un toga, o sea; un ente viviente que observa el mundo que para él es pequeño y que si quisiera vivir una vez más como gato él no lo aceptaría porqué tiene sus motivos de ente viviente, de animal supraracional, de ser que circunda en el élan natural de la naturaleza, en la inmortal FELIX domesticus City y en la novelesca carretera de la vida de una mascota, lo verídico sería no quejarme pero que puedo hacer si me encuentro en un sueño, y en el puedo hacer lo que quiera, en el puedo disfrutar de lo no trivial, de lo antisuperficial, de lo seco en palabras bonachonas. Mi sueño es el camino a la séptima vida, allá donde no entienden Venedicto ni Luis porque ellos después de que se dieron cuenta que me desmaye, se asustaron y se preocuparon más; a Luis se le ocurrió decir: “parece que no debimos darle ampicilina” y Venedicto contestando: “y para que le has suministrado, ya lo mataste”. Luis me agarraba entre sus chompas y Venedicto alzaba los medicamentos del suelo. Tomaron asiento en la cama y plantearon sus nuevas hipótesis acerca de mis golpes. ¿Qué si las heridas del TOGA tenían que ver con el crimen de la vez pasada? Y por qué no, imbéciles... Y yo empece a reaccionar como quién quiere avisar, afirmar lo que estaban sospechando, investigar y llegar con el criminal. Deje de soñar y sentí hambre; Venedicto me trajo algo de pollo estrujado como quién lee mi mente, como si fuera Don Diego, él que escribe estas líneas por mi, aquél zapatero que le dio pena verme y que dejo el martillo y el clavo para tomar la pluma y clavar letras en los zapatos de la vida, él si asumía mi defensa post mortem, en medio de su taller, en medio de sus zapatos que querían volver a los pies de sus dueños, zapatos de la violentadora, del viejo aburrido, del niño Perez, del criminal, ese zapato que me había creado heridas, ese zapato era mi verdugo, era el hacha del hombre, el revolver en manos inhiestas del criminal. Don Diego se deshizo de esos zapatos porque sabía la culpa que tenían, así como Venedicto y Luis se deshicieron de los prejuicios y las burlas, de la mentira y el drama de verme jodido, por eso fue que Venedicto levanto el video de ocho milímetros en cinta magnética y pensó unos segundos: “para que trajo este vídeo el toga”, los segundos se volvieron eternos y empezaron a alistar sus papeles, la computadora, el procesador de videos, se enlistaron para ir a la caza del criminal, para entrar en batalla y a través de circuitos y softwares buscar la respuesta, estuvieron discutiendo, negociando ideas y sabían que yo los observaba, que yo resistiría si fuera preciso hasta el final con el único fin de aportar, de indicarles como fue la primera patada, el primero puñetazo, yo les diría porqué el criminal no se llevó la filmadora y se fue como vino, yo sería el testigo más recalcitrante, defendería a mi diosa del bajo mundo a ultranza, es más, diría que el homicidio estaba premeditado, que ese mierda era un ladrón y que tenía pruebas, pero ellos estaban horas en el asunto de recuperar imagen, de arreglar los campos electromagnéticos de la cinta y ver las perturbaciones de la superposición hasta que lo lograron y al observar como la linda, o sea, la violentadora bailaba, y luego bailaba conmigo, veían como yo la llevaba de derecha a izquierda, como mi brazo apretaba el desliz del vestido azul, como mis bigotes jugaban con su rostro, como yo la alegraba y la entendía; Venedicto y Luis seguían observando, la tierna escena de unos eternos amantes en pensamiento, de aquellos amores no denunciados, porqué eso éramos, unos tiernos amantes no amantes, tiernos asesinos de la pena, éramos la pareja imperfecta pero casi perfecta si no fuera por el pequeño e insignificante detalle de que yo era un Toga, un devastado por el trajín del destino que nos suele tocar, es decir; desaparecer y volver a aparecer con mil aventuras en la espalda, esa pequeñisima diferencia hacía que no pueda ofrecerla nada a mi diosa; no le ofrecí nada y nosotros seguíamos en nuestra danza, en el reír y el deleite de sentir su cuerpo. Así me observaban Venedicto y Luis cuando escuche decirles: “está es la flaca que mancó”, y entonces sucedió lo que tenía que suceder, el mierda entró y el resto es historia, sólo que Luis dijo: “agarra ese vídeo Venedicto y vamos a buscar a ese mierda”; así que Venedicto me agarró y me llevó con el, volví a perder el conocimiento y fue en las manos de Don Diego cuando desperté y vi como Venedicto se acercaba a las habitaciones del criminal, el mierda salió fresco como una lechuga y yo deseaba que le dieran su merecido, deseaba arañarlo con mis pocas garras que me quedaban, como quería descudricularle ese cacharro de pobre diablo, sin embargo; Venedicto y Luis le dijeron que saliese porque en el patio habían preparado un televisor, así que el salió todo tranquilo porque no entendía, pero fue entendiendo cuando los vecinos se dieron cuenta que este era el criminal, el ladrón y el borracho que había acabado con mi violentadora; Don Diego tembló y yo estaba feliz porque podía morir tranquilo, muy a pesar de que no viera la sacada de mierda a este pichurriento; las voces empezaron a subir de tono, la dueña de casa dijo: “apaguen eso”, y el criminal dijo: “que huevada es esto, no jodan”, y fue cuando Venedicto se acerco y le dijo: “Oye jijuna y tu madre, vas a pagar lo que has hecho”, y le zampó un puñete en la cara y el otro contestó con una patada y Luis se arremetió entre los dos, el Dije que decía Cusco, llegó a parar en las manos del viejo aburrido, los botones de la camisa cayeron como perlas, los pantalones se entre mezclaron de polvo y sudor; y Luis dijo: “encima de matar a la flaca todavía pateas a mi gato”, “toma mierda”, “oigan yo no hice nada”, “no te creemos”, “saquenle la mierda”, “pisenlé la cara”, y la mamá del criminal decía; “auxilio”, “cual auxilio vieja de mierda, todo esta cerrado nadie te va ha escuchar, es más vamos a matar a tu hijo en tu delante porque eso es lo que se merece”, y ella dijo: “no, no por favor entiendan el dolor de una madre”, “cual madre vieja cojuda, este es un criminal, no solamente mato a la flaca sino a Eva, a Don Porfidio la noche del asalto, al extraño que vivía en San Blas, y para que te cuento”; los vecinos decían “debemos colgarlo de los huevos” y otros manifestaban, “mejor que se encargue la policía”, “que policía ni que ocho cuartos, le sacamos la mierda bien sacado y si aún vive, y quiere guerra, guerra tendrá”. Yo observé hasta donde la vista me ayudo, escuche lentamente las palabras, los gritos que ya no eran de Luis ni de Venedicto, ni tampoco de los vecinos, sino de Don Diego que reclamaba mis derechos de ciudadano, me tuvo en sus brazos hasta que el leve latido de mi corazón ya no dio más y senté la cabeza cómodamente, del resto no recuerdo nada, sólo sé que Don Diego, Luis y Venedicto me iban a dar un digna sepultura, eso sí esperando que no fuera al lado del criminal. Me fui un Domingo ocho de Diciembre a eso de las siete de la noche y sólo sé que viví un año y ochenta y cuatro días, los más felices que me tocó vivir, del resto sólo recuerdo mis andanzas por techos nocturnos, por bares intrigantes, por hostales donde pasaba de todo, por bosques que todavía uno puede ver allá en el Cusco, recuerdo también a mi amigo el egipcio, el negro, Fidel, Elizabeth, Venedicto, Luis, al primo Julio, Don Diego y a la Violentadora, la diosa del bajo mundo que me traía comida de lujo y que ahora nos encontraremos en otros tiempos pero ya no como tales sino como pareja perfecta, como amantes; recuerdo mi aires y mi ronquido, mi idea de Dios y el terco despertar de mis convicciones, pero lo que no recuerdo es cuando tuve la posibilidad de pensar, será desde el día que empece a jugar con el niño compadrito, el niño Marito, aquél amigo que se me apareció cuando cerré mis ojos para siempre, aquél que me dijo: “duerme tranquilo toga que Don Diego se esta encargando de todo”.


Willkanina 2000

No hay comentarios:

Publicar un comentario