miércoles, 7 de septiembre de 2011

LA PROMESA DEL SEÑOR


Una tarde alegre, bulliciosa, pasmada de gente, de catervas en movimiento, de tumultos vanagloriando a su Señor, a su Taytacha, dando muestras de gratitud, de fe; ¿A quién?…al Señor de Ccoyllority.
Lucio, adolescente con escrúpulos, con ideas tiernas. Ukuko enamorado de la vida, de su creencia y de su Hermelinda, iba bailando sin cansancio, con entusiasmo, con amor. Valoraba participar en este acto, sabía que era la segunda vez que venía y por lo tanto demostraba sabiduría, perfección, quería hacer lo mejor posible, amilanaba al grupo, al entorno, a lo natural, al Apu; en fin a todo lo que él considerase pureza. Jactabase de ser bueno, bondadoso y aunque el ampuloso cuerpo pertrechado en formas diáfanas figuraban belleza en su manera de bailar; sus brazos relativos, maniatados por el traje, por el cuero, por su rostro tapado, aligerado por el sudor, por el olor; mostraban siempre su alegría infinita. Su mirada perspicaz a cada paso que daba hacían que viajase en un esmero paternal, en lo que le habían enseñado, en lo que la familia le había inculcado…!Fe al Señor!. No cuestionaba la ley de la vida, ni ponía en duda la divinidad del Apu guardián. Él entendía cuando caminaba por montañas, por fríos amargos, por noches iluminadas, era por el Señor.
Lucio, Paucartambino por naturaleza, luchaba por ese cariño al Señor, por esa idolatría enraizada en su corazón. Estarían bien cojudos aquellos que intentasen cambiarlo. Él prefería la paz, la risa, la bulla, el escándalo; no tenía porque preguntar, él acataba su convicción, su realidad. Y cuando le tocó entrar por segunda vez al templo, en él se destapó el pasamontaña que tenía puesto, en él aprecio la mirada de su Señor y el palidecer de su conducta, de sus ojos negros que dilataban las cejas ralas, y las pestañas proclives al sol serrano; a aquella frente pálida y oscura, pintada de un color especial, enjuagado de sudor facial, de sudor puro, más sus labios rezaban y cantaban, mientras su epidermis morena en confusión con su nariz a la incaica se mezclaban en ríos de llanto placentero, ¡Mordaz!.
Lucio pedía en su mente al Señor, que no lo alejasen nunca de su Hermelinda y luego peticionaba vida, más vida, alegría en el pueblo al que pertenecía, paz y más paz, compasión y finalmente perdón. Los pasos muertos se fabricaban y las luces de las velas avisaban ser testigos de sus inquietudes, de sus miedos y de esas lágrimas mixtas, bióticas, llenas de energía, de pureza. Lucio caminaba de nuevo con pasión, con atisbo. Era perla negra en aguas de amor porque así lo entendía él, poco le importaba el foráneo, el metiche que irrumpía en su que hacer, en su pasión hacia el Señor. Cómo cuando apareció Luis Jiménez, joven estudiante de la ciudad, de la sociedad moderna, de aquella que se resigno y no pudo resistir el embiste occidental. Traía interrogantes por resolver, cuestionarios por desarrollar y un poquito de fe, de todas maneras sufriría su primera vez, su primer viaje, cansado, tragando polvo, caminando de madrugada y queriendo llegar pronto. Luis Jiménez participaba en un trabajo de investigación e ignoraba introspectivamente el verdadero valor de la visita, lo hacía por la Universidad, un poco por la tradición familiar y más por los amigos y el deseo de satisfacer su curiosidad. Trajino cuatro horas y para él ya era un infierno, llegó al templo y ni siquiera lloró, vio al Señor y le hizo entender que le sentía respeto, admiración y que había valido la pena peregrinar sin causa real, tan diferente al del ukuko. Buscó sus pecados, sus lamentos y malos actos, pero era tan grande el bolso en los que los traía que decidió enterrarlos en el Apu guardián con el consentimiento del Señor quién acepto la promesa a través de sus naciones, de su gente, de sus verdaderos feligreses:
- Corre no más hijo y ojalá te des cuenta de mi pueblo, vuestro pueblo.
Luis Jiménez percibió los pasos defectuosos de las demás gentes, de sus compañeros de estudio, del atolladero de la puerta y del látigo del Celador, iba tomando experiencia real de lo que significaba y del papel que desempeñaba hasta que observo al ukuko más bailador, más entusiasta en una danza lejana, decidió seguirlo, fotografiarlo, mirarlo como niño a un juguete nuevo mientras que él continuaba danzando, atimorando con su látigo, con su voz delgada y chillona, con su soberbia al discurrirse en metódicas coreografías, era un dilipendista de actuaciones, que cuando subió a recoger su pedazo de hielo, siempre pensaba hacer llegar a casa un poquito de agua sagrada, imaginaba repartir a los suyos: a papá, a mamá, al tío, …a Hermelinda, porque era agua del Señor y como tal la promesa se haría un pacto de hegemonía, un tratado natural.
Lucio continuaba en su tiempo perdido, en lo atemporal que significaba peregrinar hasta estos linderos, rompía todo estrecho racional con lo mundano de las sociedades modernas.
- ¡Qué estupidez sería eso!.
Se decía a si mismo, cuando veía involucrarse a extraños en su territorio, cuando los presentía con otros atuendos que no eran como el de él. Intuía que eran ajenos, pero los comprendía porque el Señor era de todos y de todos siempre sería. Lucio aglutinaba sus movimientos con criterios de entendimiento, sin saber que Luis Jiménez lo observaba detenidamente; recordó cuando el abuelo Faustino, Celador de antaño le había contado: que cuando el estuvo de guardián en la capilla al lado del Señor, en aquellos tiempos, un hombre de aspecto Wiracocha, muy blanco, había llegado al templo y acercándose al Señor para rezar, otro individuo de características pobres en su andar, en su ropa, en su vida, más pobre que el pobre de los pobres también se acerco al Señor, se confundieron y empezaron a rezar juntos, sin confrontaciones, sin adulaciones. Sólo el reojo era menester de cuidado. Mientras que el hombre de tez blanca entraba en reflexión, el otro murmuraba con angustia sus pedidos; justo en aquel momento el hombre blanco paró de reflexionar y alcanzo un poco de dinero al otro que sólo lo recibía atónito entre sus manos…como quien alaba la honra del Señor. Pasado un tiempo, el abuelo Faustino logró encontrarlo en las afueras del templo y le pregunto a dicho hombre:
- ¿Porque le había dado dinero al pobre?
Y este contesto:
- Le di para que no me lo distrajese al Señor en mis pedidos.
Lucio rememoraba en su fatigues, en su cansancio sobrio, todo aquel recuerdo que el abuelo Faustino le había contado, seguía adelante con el que hacer melodioso de sus cantos que cuando tuvieron que partir, partió con mucha más alegría, con pretensiones de encontrarse de nuevo con la familia, con los amigos y con su Hermelinda.
Mientras Luis Jiménez ya quería regresar a casa, subió al nevado porque todos subían, jugó con el hielo porque no le encontró otro sentido más agradable, entrevisto a personas donde sus preguntas no hacían otra cosa que tratar de revelar el porque peregrinar, no se daba cuenta de las infinitas promesas que el Señor estaba sujetando en su Santuario, los cuales eran la verdadera esencia de su existir. Pensó en lo arraigado de la costumbre, en las formas y maneras de las danzas, en los cantos, en las lagrimas y no hacía otra cosa que conjeturar y sentir pena y admiración por tan elemental corpus de convicción, él se preguntaba ¿Porqué venimos a estructurar investigaciones sociales?, si sólo debemos contestarnos a la pregunta: ¿Si existe una verdadera promesa del Señor? Analizaba rápidamente, y encontraba las motivaciones de cada uno en este mar humano, sintetizando; que los que viven realmente son los menos influenciados por el atropello occidental… ¡Si la Universidad es un aporte occidental!.
Consiguió difractarse entre todos y logró hablar con el Apu guardián quien le comunico que no se infiltrara tan torpemente con la benevolencia de su hipótesis, le dijo sospechosamente:
- Afirma lo que has captado y no hagas de este sublime peregrinar, mixtura hipócrita ni consolidaciones científicas, busca su esencia, su hipérbola de sabiduría, su enseñanza.
Horas después Lucio caminaba con más ansias que Luis Jiménez, como cuando tuvo que despedirse del Señor con la última mirada hacia su templo, hacia su pueblo, hacia su panorámica y portentosa significación, suspiro por convicción y le dijo: ¡Hasta pronto Señor!. Volteo la mirada y se le presento el camino hacia la casa, hacia el destino, continuaba con fe…que cuando llegó a casa tan enfeisado, las caras eran inciertas, los amigos se hacían los estúpidos, hasta mamá se hacía la tarada. ¿Qué había sucedido?. Y como los vientos se desplazan con facilidad así se desplazo la noticia de que Hermelinda había fallecido hace dos días y recién la habían acabado de enterrar, había agonizado algunas horas mientras él pedía en el templo la promesa al Señor de no separarla de su lado, todo era nefasto, incredulidad, ¡Estupor!.
Lucio corrió sin descanso a buscarla, a encontrarla, se atemorizo, no quiso creer, y a medida que llegaba al cementerio empezaba a sudar y ahora el sudor era de pánico, de pena, de duda. Entró en el campo santo y no lo podía creer, se resigno y empezó a llorar, a gritar. En su faz se mezclo el llanto del dolor y el sudor del sufrimiento, sus ojos negros pedían explicación, sus encorvadas fisuras de su piel morena no comprendían que sucedía y sólo sus manos agarraban sus cabellos mientras el agua sagrada que había traído del Santuario deshelaba en su tumba. No tenía pretensiones de culpa en su interior, sin embargo amenazaba su convicción, su fe.
- ¡Que mierda ha pasado!
Exclamaba sin justificación, y el silencio le insistía a volver al Santuario para que el Señor le explicase; ya que, aquí la gente ni siquiera le pudo hacer esperar viva a su Hermelinda. Salió disparado y no miró a sus coterráneos, empezó a caminar contra la voluntad de Hermelinda, no le importó la noche, ni sus padres, seguía caminando, pensando y recordando en los momentos en que Hermelinda y él habían planeado muchas cosas: en las tardes acaloradas a la orilla del río, en las cosechas de temporada, cuando el sólo la miraba y de mirada en mirada se enamoraron; cuando le siguió y le dio un beso a la carrera en el bosque y ella le sonrío tan llena de amor.
Seguía recordando, caminaba llorando y así fue llegando de nuevo a ver el horizonte del Santuario, ya no había gente, no había nadie, había caminado varios días y había descansado solamente para soñar con Hermelinda. Descendió al templo hecho mierda y con misericordia entre sus manos lloró y pidió explicaciones al Señor, siguió llorando mientras sus hermanos ya le estaban dando alcance, no consiguió parlar con el Taytacha y decidió subir al Apu guardián. Camino escondido, rápido, parecía escapar del mundo, del destino, se acerco a lo más alto de la montaña, donde sus fuerzas ya no daban y sólo pudo contemplar la inercia del cielo, ya no lloraba y con la mirada puesta en las nubes dibujo a su Hermelinda, a su amor, mientras se derrumbaba a un abismo, a un destino fijo, tal como el Señor se lo había prometido, nunca se separarían y tendría que morir para estar junto a su lado, pero en ese momento alguien le dio una mano, se la alcanzo pausadamente, sin fuerzas en sus brazos; era Luis Jiménez, estaba borracho, delirando, había buscado la verdad en exceso y termino siendo castigado por el Apu guardián. Los ukukos de diferentes naciones lo habían azotado cada día por sus terquedades, algunas señoras le habían alcanzado comida para sobrevivir y a nadie le interesaba sus conversaciones con el Apu guardián. Logro salvar la vida del ukuko a quien había admirado y ni se recordaba a que había venido al Santuario. Sentado en plena altura del Apu, Luis Jiménez acaricio la pena de Lucio, después de un largo tiempo tendido en la nieve al borde de un abismo, consiguieron intercambiar algunas palabras, Luis Jiménez le dijo:
- ¿Que ha pasado ukuko llorón?
Y Lucio contesto:
- Se murió mi…
Y comenzaba a sollozar. Luis Jiménez no entendía y le volvió a decir:
- ¿Quién se te ha muerto?
Y el contestaba llorando:
- Se murió mi Her-me-lin-da.
Así que Luis Jiménez empezó a intrigarle el mundo de aquel ukuko; le hizo entender que lo lamentaba y que lo sentía mucho, mientras Lucio consentía con la cabeza agachada y entre palabras cansadas le dijo:
- Me hubieras dejado morir.
Y Luis Jiménez asustado le contesto:
- Que te pasa waiqui, no confías en la vida y sus pruebas.
Entonces Lucio lo miró detenidamente y con ojos llorosos y a medio cerrar, lo examino, lo analizo y después de hacer una detallada equivalencia de sus prendas, estragos, diferencias y similitudes le confirió la siguiente pregunta:
- ¿Tu me podrías dar un ejemplo tan similar al que me esta sucediendo? … cuando de pronto se muere alguien a quien adoras, a quien la vida te presento y te enseño que serían felices por todos los tiempos.
Y Luis Jiménez contesto:
- Claro que tengo un ejemplo. ¡Porqué no! lo que te voy a contar no es un caso parecido, pero es suficiente para hacerte entender que yo también estoy en estos lugares por algo similar, y recién me di cuenta el día en que llegue.
Un día en el Cusco, cuando caminaba por un camino viguelado como alfombra árabe. Culebreado con censura ignominiosa, describía en mí desplazar mis penas, mis lágrimas, era el camino hacia el sufrimiento. Deseaba respuestas y no las encontraba; y fue así que llegue al mirador de San Cristóbal, en lo magnifico de su paredón, la busque, había momentos en que no se podía describir su magia, como aquella tarde sin celaje anaranjado, como aquel retoño de tristeza que yo iba dejando en ese espacio placido, tumbado a la deriva y a un costado de los muros del Colcanpata, eran mis recuerdos hermosos más el rencor del deteste, estaba flagelado por el tiempo, como lo estoy ahora, borrado por los amigos y amonestado por el retoño de mi imaginación, había hecho de mi caminar un cansancio obligado, perpetuo, como quien lleva la cruz a lo alto y desea dejarlo con reproches, estaba cansado y de mis maneras cobardes de respirar sólo se podía pensar en una pena, una lastima, un dilema; era yo que me había encontrado con mi reflexión, con mis preguntas y hacía de ellos un comienzo patético, un poema en vías de llorar, un retoño de tristeza en Agosto. En aquellos recovecos eximí mis suspiros frecuentes y me tocó descansar una vez que había llegado a mi lugar preferido, en el me desplome suavemente, tenía a mi lado derecho: la iglesia de San Cristóbal, lo conoces…!Verdad!.
Lucio asintió con la cabeza y seguía escuchando el relato de Luis Jiménez.
- …Pestañee un momento y de repente mis pensamientos se trasladaron a Wyñaywayna grupo arqueológico que pertenece al camino inka, a ese lugar imponente donde algún día entregue una botellita con siete piedritas en su interior, ¿No sabes a quién?; a ella, a mi esperanza de vivir. En ese lugar mimetizado con la naturaleza, con lo verde, con lo azul, con lo enigmático, mágico. Seguía viajando taciturnamente, expoliando mis palabras cada instante, como cuando le dije: te tengo un regalo y ella sólo me miro. Descubrí ante ella una cajita pequeña y era la botellita misteriosa. Que bello momento, ¡Qué lindo! Traslade de nuevo mis pensamientos e hice coincidir en mi fantasía el carácter imperfecto de su personalidad, tantos eran los pasajes que mis muecas y cambios interiores jugaban a los mórbidos deseos de disfrutar cada acto que recordaba; en los viajes, en la casa, en el día…allá en las caminatas de calle. ¡Qué melancolía! Respire profundamente y luego de un suspiro nostálgico cambie mi mirada para el lado izquierdo y mientras apreciaba las casas, mis ojos fueron desvaneciendo mis objetos de observación a un vacío, a un imitar de apasionado, a una cultura de enamorado en iniciación. Tuve que volver a reflexionar y así acudí a las siete promesas de aquellas siete piedritas en la botellita, cada una de ellas era diferente como el color que mostraban, cada uno era un paso para fortalecer ese amor. Recuerdo que cuando se las entregue nuestras caras se mezclaron en risas, en abrazos, en alegrías de eternidad; eran testigos: la naturaleza y la cultura, ¡Para que más! Me traslade en el tiempo y no se como llegue a aquel día en que había llorado por esa duda, por esa traición o por lo que fuera, no escatime preguntas ni respuestas forzadas, volví a suspirar y ahora era de tristeza. No aceptaba y de pronto llegaba el odio, jugaba un poco con el y luego la amaba. No quise inhibir en mis pensamientos el famoso olvido, el tan obligado olvido del pasado. Me retorcí de nuevo a otro costado en pleno césped pobre del mirador…
Luis Jiménez se detuvo un momento y tras una pausa le dijo al ukuko si se sentía bien y esté le insinúo sorpresa, admiración.
- Continúa no más.
Y le pidió un poco de su trago, quien empezó a tomar si control, todo estaba excelente y todo era hermoso desde esos lugares: panorama especial, vientos agradables, impresionante altura, el Apu guardián, el territorio del Señor, que más se podía pedir. Luis continúo con su relato.
- …Después empecé a llorar lentamente, gota a gota sin disturbios, en se llanto se perfilaba el amor y lo bello que habían sido esos momentos, me limpie la cara y sentí de repente un dolor en lo más profundo de mi pecho. ¡Qué sería! Pronuncie su nombre e hice en sus letras un viaje alegre en ese viento que me acompañaba, que giraba al lado mío, el viento era mi amigo como lo es en estos momentos para nosotros en este lugar; quien más te podría entender…!Bueno! Aparte del Taytacha y el Apu.
Entonces Lucio reacciono y le dijo:
- Para mi el Taytacha y el Apu no son amigos. Ellos son nuestras luces, nuestros dioses.
Luis Jiménez confundido le contesto:
- Espera un momento, todavía no termino y veras porque creo que para mi son mis amigos ahora y porque antes no lo eran.
…Luego continúe con tristeza, con mi pena, me empecé a deprimir, a buscar en la soledad un retoño de recuerdos, me decía a mismo: viviré un momento y un pequeño momento nada más para recordarla, pero que hago con mi vida después, ya no será como antes, nada será igual, me volveré estúpido, seguro siempre pensaré en ella. ¡Qué mierda voy hacer! Todo era indecisión, problema interno, problema sentimental, hasta pensé que era un problema mental. Pasaron los minutos y descubrí algo interesante, no quise recordarla más, decidí ponerle un alto a tan abrumadora percepción. Me senté y con las fuerzas de la pereza mire al horizonte, al cielo pacifico, busque a Dios y aunque la ciencia no lo crea y tu ukuko no me lo creas. ¡Lo hallé! Seguía hipnótico con la mirada puesta hacia el infinito, hacia el oleaje de sus puertas que Dios los había abierto, llegue a penetrar en su luz y bebí de su entender, confesé mi culpa, mi duda, seguía caminando en su casa blanca y por fin pude hablar con Dios, nos sentamos en asientos de piedras blancas, tan similar a este lugar. Tomamos chicha celestial con tragos de la comprensión, pasamos por las etapas clásicas del borracho de la ciudad moderna. Primero calentamos cuerpo, luego pasamos a los chistes, más tarde a la historia y a medida que el cáliz etílico se hacía preponderante llegamos a la etapa filosófica, pero nos dimos cuenta que los ángeles estaban al acecho y decidimos parar y pasar al tema del amor y para que llegamos a ese tema, nos pusimos a moquear, a llorar como niños extraviados, yo lo hacía por ella y él por el mundo entero. ¡Qué ironía! Dejamos de llorar y me dijo: de que continuase viviendo, para que hacerte hígado y propenso a los ataques cardiacos, continua con tu vida, has de ella una historia, un mito, algo que sea un reto para el mundo, que traspase los valores superfluos, que llegue más allá del bien y el mal, que censure el estúpido tiempo, que sea sonrisa para aquellos que te odian o te quieren, que sea alegría para aquella que te dejo o se fue sin decirte nada, no dudes de vivir, sólo vive y vive el momento así como un segundo hace un minuto después de tildar sesenta veces sin que nadie le joda…De pronto un ruido dulce, melódico; eran los silbidos de un par de tortolitos que habían estropeado mis conversaciones con Dios, los observe y para eso Dios ya se había marchado, supongo que tenía cosas que atender. Me esforcé por pararme y con tambaleadas y baladas me hice frente a las lecciones que había recibido. Las lagrimas ya habían secado y los vientos me avisaron que descendiese a la ciudad, miré nuevamente al horizonte y sólo pude encontrar frases como: ¡La frustración a la mierda!, la depresión ¿Qué es eso?, la soledad que se vaya a descansar. Quise buscar a Dios y no sé como volví a ver la botellita con las siete promesitas, ya no eran piedritas sino promesitas que tendría que hacerlas a la persona indicada, y cuando tuve que partir escuche una voz interna; algo así como: “oye cuando nos mandamos otros tragos”… y yo caminando conteste: “el próximo retoño”. Me pare un momento y dije: “¿Qué?” no sabía quien era, me confundí y ahora que estoy acá recién lo comprendo, ¿Sé quien es?
- ¿Qué piensas tu ukuko?
Y Lucio contesto:
- Pienso que estas loco, sólo un idiota puede pensar que Dios se emborracha y que esta dentro de uno, ¡Es una locura! Y no te lo digo porque estoy ebrio sino porque el Taytacha es suficiente, completo y extraordinario, él te comprendería, te aconsejaría y el Apu te estaría cuidando para que no hagas sandeces. Por eso es que lloró y me emborracho, porque sé que el Señor así lo quiere, espero su benevolencia, su decisión.
Un momento y ambos tuvieron que cansarse de discutir, dejaron de llevarse la contra, cedieron a la razón, a lo hipócrita que es la religión cuando hace de nosotros un suplicio de orden moral. Conversaron de la inconsistencia de sus vidas, de lo opuesto de sus pensamientos, de las coincidencias que la vida les había deparado a su edad, de aquellos amores que no podían ser, de los pueblos y al final la ebriedad los hacía reír, abrazarse, llorar. Luis Jiménez le decía: “Que su pasamontaña estaba sucia y que su color blanco era negro como su piel”, a lo que Lucio le increpaba con: “no molestes macta de la ciudad.”
El sol se iba ocultando entre los nevados y los vientos eran cada vez más fuerte, pero para ellos era indiferencia total. Luis Jiménez se puso de pie y explico al mundo entero el porque el Taytacha y el Apu guardián eran sus amigos, pero Lucio no le quiso escuchar y al levantarse resbalo precipitadamente cayendo al abismo, se fue como un silbido arrastrado, como una mirada de mujer inocente, su cuerpo iba rodando mientras Luis Jiménez descendía desesperado, rápido. Lucio seguía cayendo hasta que paro en un lugar muy lejano. Cuando Luis Jiménez llegó a su lado trato de auxiliarlo, lo abrazo fuerte hacia su pecho y le dijo:
- No te mueras ukuko.
Trataba de aliviarlo, quería que hablase, pero él no reaccionaba. Continúo acariciándolo como si fuera su hermano de toda la vida, como si lo conociera de todo los tiempos, comenzó a llorar con fuerzas, con dolor y le dijo:
- Si supieras que la promesa del Señor fue para mi conversar con el Apu guardián hasta que llegase un ukuko alegre, bueno, sin ideas atrofiadas y no sabes que lo encontré, que eras tu…! Por favor no te mueras!
Cuando de pronto Lucio reacciono, llevaba el pulso lento, la respiración dificultosa, sabía que iba a morir y le dijo:
- No se tu nombre.
Y volvió a cerrar sus ojos. Luis Jiménez le contesto:
- Me llamo Luis.
Y sonrió con mucha felicidad de verlo vivir, de sentir su esencia, su credibilidad, a quien más podría confiar aquella duda de su Dios interno, de hacerle entender su promesa con el señor, de su juventud en pleno proceso de cambio, lo miro tan lleno de amor que le dijo:
- Y tu ukuko ¿Cómo te llamas?
Dejo que respirase y le tomo del rostro, confundió sus manos entre la desollada piel y el sentir de su promesa, y fue cuando Lucio le contesto difícilmente:
- Luis, yo me llamo Lucio y sabes: el Taytacha y el Apu guardián han fijado mi destino y yo sólo estoy cumpliendo con la promesa, así debe ser y así será, no cambies las cosas. Tu continua con tu vida y si algún día descubres al Dios interno entonces házmelo saber en este lugar, entiérrame aquí, déjame con el Apu guardián y llévate mi pasamontaña blanca, vuelve con el cada año… y ya no llores, no llores más…
Murió en sus brazos con amor sabiendo que Luis Jiménez lo había comprendido, dejo en sus pensamientos una tarea por cumplir y un deseo por realizar. Luis lloró y a cada lagrima le impregno pasión, lo enterró y empezó a explicarse el porque del Taytacha y el Apu, comprendió que Lucio no cuestionaba la ley de la vida y que él si lo hacia, se despidió de aquel lugar con respeto. Dejo atrás muchas enseñanzas que ahora se le ve a Luis Jiménez en las canciones de los ukukos, en las ceras de las velas, en las lagrimas de la gente ante el Señor; en el interior más profundo de una persona cuando busca a ese Dios interno que no es otra cosa que sus miedos, sus convicciones, su fe.
Por eso cada fecha que se celebra la peregrinación hacia el Señor de Ccoyllority, el Dios interno de Luis Jiménez se confunde con el no cuestionamiento de la ley de la vida de Lucio, son medallas opuestas del Señor, son estrellas equivalentes y son fuerzas andinas que los jóvenes buscan cada día y cada día lo van encontrando.
Un remanso de tiempo y el adiós de Luis Jiménez se hacía sempiterno, dulce, miro el Santuario desde muy lejos y grito: ¡Gracias Señor!, ¡Hasta pronto Señor! Y en ese paisaje hermoso las figuras de Lucio y Hermelinda corrían, reían y levantaban las manos despidiéndose de Luis Jiménez. Un adiós que se hacía natural. Volvió la mirada para su camino y en su alma llevaba la fe del Señor y la seguridad del Apu guardián simbolizado en aquel pasamontaña color blanco. Blanco porque iba a ser de un Capac Colla, un ukuko enamorado del Señor y sus convicciones; en su interior una voz le decía: “cuídate Luis, adiós, ya nos volveremos a ver…adiós.”
¡Era su Dios interno!.
Willkanina 1998

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