miércoles, 7 de septiembre de 2011

Una Estrella de la Música


Horas cansadas en el trabajo, horas aburridas, un descanso y nuevamente a trabajar, volver a ver los gráficos, aquellas tablas que me hacen doler la cabeza. Un momento más y la concentración se apodera de mi, se acentúa el orden, las ideas vuelan vertiginosamente y se acomodan de a pocos, se instalan como ladrillos en la construcción de un edificio. Unos minutos de ausencia entre la obsesión de acabar y el descanso otra vez obligado y así otro día más se discurre por la ventana que se orienta al este, que visualiza aquella plaza territorial, sonada de voces, murmullos, tambores, quenas y una juventud que ensaya coreografías de danzas que se hacen hermosas imaginariamente para toda persona que nació por estos terruños.
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Un día más y Luisa se sentía mal, se había desmayado en las clases nocturnas y sus compañeritos la habían socorrido. Acá en casa, una vez más nadie le tomo importancia. La Luisa fue la niña casi mujer que nos atendía como mamá lo hacía, a veces con preocupación y paciencia a veces con irritación y jadeo. Los días que vinieron se atosigaron de encuentros familiares en casa, fiestas infantiles, fiestas de aniversario y fiestas populares. Es así nomás que entre el trabajo y el calendario anual de circunstancias que la Luisa murió y el patatús en casa fue general.
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Una de las reacciones espontaneas del jefe de turno había sido entendido como el berrinche del mes. Aquella reacción justificada en la mala operatividad del equipo de trabajo había generado una tensión en el ambiente y fue para mí una molestia más que afrontar, pues se entiende que por uno pagan todos.
Nadie asume la responsabilidad con hidalguía, nadie quiere ser la víctima, claro que, a veces el compañerismo es anotado como símbolo de apoyo y se agrupa el asistente, el profesional número uno, el número dos, el número tres, el técnico número uno y así va siguiendo sin tregua solo con flatulencia de asumir la responsabilidad, el honor está en juego y el nombre de la institución no puede ser mancillado, no señor, ni una mancha. Veinticinco años sin rasguños puede parecer el matrimonio ideal y el más esperado, sin embargo, eso no ocurrió en los intestinos de la otrora institución “bodas de plata”, habían sido veinticinco años codo a codo, hombro a hombro, cuerpo a cuerpo y así tenía que continuar, nada de escándalos ni pataletas de prensa amarilla o critica.
Así tenía que continuar y así debía ser asumido en la oficina del jefe, en aquella habitación que muchas veces había cambiado de forma, de posición, inclusive lo habían volteado, lo habían puesto en seis esquinas, en ¡siete creo!, inclusive se hacían reuniones de alto nivel con los documentos amontonados, con lenguas de papel de cientos de carpetas que necesitaban ser guardadas, de escritorios acongojados en miles de posiciones cuya posición inicial ya se había perdido en la crónica del primer empleado que lo pudo observar.
¡Qué tiempos aquellos¡ y ahora envejeciendo entre tanto desorden y tanta piltrafa de gente que no ha hecho otra cosa que esconder su incompetencia en las faldas de una jefa estúpida, ¡Ineficaces! ¡Estorbos del avance y el progreso! Y pues me levante en plena reunión y dije a voz en cuello: “Renuncio, estoy cansado de aguantar tanta ineptitud, siempre escondiendo la mano y diciendo hagámoslo por la institución, van a disculparme pero se van a la mierda todos..” y me aleje.
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No es que hubiese desaparecido de la historia de la casa como había pasado con las demás chicas que alguna vez atendían a los papás y mamás, quizás ni tendría la importancia acordarse de ellas si no fuese por las anécdotas que hicieron historia en la casa o en la casa de los vecinos donde inclusive se llego a escuchar que los hijos se habían aprovechado de las chicas de servicio, las atrapaban en el pasillo, las metían a sus dormitorios y tras unos empujes y risas al principio, por lo general terminaban apretados bruscamente en la cama quizás con huidizos besos a siniestra o mañoseo por todo el cuerpo de ella lo que finalmente hacía ceder el ataque del macho, la furia del hombre que usualmente atrapaba a su mujer en una fiesta de carnaval y cargándola en el hombro sabía que ya le iba a pertenecer a dicho macho, pues, así habían cambiando los tiempos, ahora te atrapaban en el pasillo y se hacía mujer en la cama del hijo del patrón. Es de conocimiento del vecindario, del barrio más moralista, tradicional, ortodoxo, clásico e inclusive medieval que esta práctica ha sido el nuevo carnaval que no respetaba fechas sino que se maquinaba en el interior de la casa a cualquier hora del día. Entonces las nuevas aventuras que le sucedían a las chicas, ahora chicas de servicio, antes empleadas, chicachas, sirvientas, etc. ha sido siempre la prueba de fuego que con el tiempo ha pasado a ser tradición y más tarde degradación cuando la chica terminaba embarazada y ya no del hijo del patrón sino del mismo patrón, tamaño era el rumor, el zumbido, el qué dirán cuando desaparecía alguna chicacha, pues se suponía que regresaba a su tierra, a su población de origen, pues no regresaba, estaba embarazada, luego aparecía un niño al cual por lo general se le tildaba de “bastardo”. Este nunca fue el caso de Luisa, pues ella tuvo el amor de su vida, la respetaron y tuvo un hijo a quién adoro y amo hasta el día que ella falleció.
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Con todos los rumores y verdades hechas realidad, las muchachas empleadas de las familias importantes, de las familias con solvencia económica, de esas familias con apellido noble, de alcurnia, de barrio pituco, de gente con harta plata y harta cerveza en las neveras, simplemente de cualquier familia que se haya estancado en la ciudad urbana, pues estaba en su derecho de poder contar con una de esas muchachas, aprender a vivir en una ciudad con obligaciones que cumplir, con tareas por realizar, algunas veces aprendidas entre lagrimas y gritos y en muchas ocasiones sorprendidos por las nuevas reglas que se tenía que conocer. Es en esas circunstancias que Luisa llego a la casa.
Un día cualquiera se abrió la puerta y una figura pálida y tímida dibujaba el reflejo del Sol con aquella tez oxidiana de su piel que se imprimía en sus ojos un susto y emoción a la vez, aquellos cabellos negros se ondulaban por momentos y se acurrucaban en sus hombros delicados cuyos brazos alargados ajustaban tenazmente bolsas dispares posiblemente de un equipaje para varios años. Luisa avanzo cuidadosamente y mi madre se alegro al verla. “Ha llegado la chica”. La casa de varios vestíbulos y con dos patios inmensos sería en adelante el hogar de Luisa, se acostumbraría a las nuevas reglas, las nuevas obligaciones, tendría que atender a mis padres y como yo era el único hijo, pues tendría que cocinar las comidas que yo quisiera. Por mi parte me daba igual quien entre por la puerta, no estaba interesado en las cuestiones domesticas para eso estaba mamá que las lidiaba con más frecuencia. Yo estaba preocupado en mi futuro: la música, que me estaba atropellando y el futuro nuevamente y la música que me encantaba y el futuro por n-esima vez, la música tenía que esperar pues parece que a papá no le gustaba, ni que decir de mi madre que una noche escuche hablar con mi padre a quién le decía: “Voy a tener que esconder esos instrumentos musicales” y mi padre respondía: “Carajo, la semana pasada ya me dijiste lo mismo…”
Bueno la llegada de Luisa tenía que ser la ocasión para qué mi madre se olvidará por una semana más el asunto de la música.
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El día que mande a la mierda a todos en el trabajo, recordé el día que tuve que guardar la guitarra, el piano, etc., fue el día en que mi padre había fallecido y dejo bien claro que le había hecho feliz la música y que siempre le gusto las melodías lástima que no viviese más tiempo para disfrutarlo. Aquél día conmovido por sus palabras entendí que mi padre siempre amaba lo que hacía y yo que lo tenía como enemigo, pues decidí encerrar todo, no dejaría vestigio alguno de la música que hacía, nada de nada, pues para que más si no lo disfrutaría mi padre…
Ahora después de tirar la puerta en el trabajo enfatizando a esos holgazanes que tenían que irse directo a la mierda…, me acerque a la habitación clausurada donde alguna vez deje la música y el cartel “Cuidado con abrir, atenerse a las consecuencias”, sin embargo Luisa, no sé cómo se las ingeniaba para entrar y limpiar de vez en cuando este lugar, de eso me di cuenta ese día, me arriesgue a abrirla y fue así en un momento que la nostalgia se apodero de mi, las lagrimas se desparramaron tal cual película dramática y en un esfuerzo por no suspirar, arranque la caja que contenía la guitarra y al acariciarla sentí nuevamente dentro de mí las últimas palabras de mi padre, intente tocar y paso a paso entonaba una melodía, otra vez por fin nos encontrábamos juntos, por fin sonaba y dejaba atrás varios años, casi una década y con ese ímpetu tome las maletas de viaje, mi guitarra, el charango, mi quena y zampoña, acomodé a como pude algunas prendas y al sosiego de la tarde salí sin que mi madre me descubriera, esta demás decir que alguien la cuidaba y no era Luisa, ella ya no estaba con nosotros, había fallecido varios años atrás.
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La colecta comenzó el día en que Luisa se derrumbo por tercera vez, algunos compañeros la habían auxiliado y en definitiva el terror de la muerte se había apoderado en el aula, pabellón y escuela nocturna. El profesor insistía en la desesperación auxiliar con sus inconsistentes conocimientos de medicina natural, sus compañeros murmullaban: “ay que le pasara a la Luisacha”, “ya son dos veces”, “ayuden pues”, algunos ojos desorbitaban y otros ojos se quedaban estáticos, las manos que sujetaban a Luisa se cansaban, los gritos de auxilio se disipaban, pues la Luisa una vez más volvía en sí y regresaba de ese viaje. “Que me ha pasado” decía. Y otra vez entre palabras mezcladas y difíciles de comprender se escuchaban en unísono: “nada, te has desmayado, nada, te has caído, nada, te has ido, nada,….”
En el aula la rutina regresaba con normalidad, los alumnos regresaban a sus carpetas de estudio y parecía ser que no hubiese pasado nada, excepto que alguien por ahí dijo “tenemos que hacer una colecta”. La colecta sería para Luisa, había que juntar algo de dinero para ver que decía el médico, para comprar medicinas para ya no desmayarse porque si no, ya no se podría avanzar con las lecciones, para poder aprender a leer y escribir.
Un letrero que el profesor escribió: “La colecta comienza mañana en la noche”… Al día siguiente todos los compañeros de Luisa, muchos de ellos de la misma condición, algunos apretados por el trabajo menos técnico posible acudían a clases, llevaban en el bolsillo un par de centavos para colaborar con la Luisacha… ella no fue a clases.
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Me fui al terminal de buses, busque el letrero de los buses que tenían un horario inmediato y me acerque al mostrador: “me da un boleto por favor” dije, y del otro lado, un joven, me contesto: “tenemos solamente un asiento en la parte final del bus”, yo dije: “no importa, me lo da”. Angustiado por el viaje y sobre todo por mi equipaje, sentí que mi corazón latía a un ritmo acelerado, más aún cuando el boleto llego a mis manos, estaba caminando hacia el embarque cuando al girar, pregunte al joven: “para donde va este bus” y él, empezó a reír. Bueno no me importo mucho, así que busque el número del Bus y ahí pude leer el destino.
Un sueño de reclamos y llamadas telefónicas agobian mi posición en el viaje, momentos de reflexión acudían a mí cual paloma mensajera huye de los halcones, es decir, a chispazos eléctricos. Al llegar a la ciudad destino, mi impresión fue diferente, “¡que interesante lugar!” camine por sus calles, busque una plaza, me senté en ella, un día entero, hice la música que quise y solo tuve que parar cuando la policía se acerco a mí, al explicarles que estaba tocando y que si la gente se acercaba a escuchar, ese no es problema, esta es una plaza pública enfatice, me dejaron, y al momento de sentir el frio, sentí hambre y sueño. Esta fue mi plaza por algunos días, música por ahí, gente por allá, y en la tarde de uno de esos días se me apareció no sé quién del gobierno de la ciudad, uhmmm! Escuche sus palabras, me dijo que los vecinos notables se habían quejado del escándalo… ¡Escándalo! No he traído un amplificador amigo. Le dije, que mañana me iría, y cumplí con mi palabra. Una ciudad más que estaba perdida en los andes, lugar en el cual si haces música se aterran los viejos y los jóvenes disfrutan. Me acerque al terminal de buses, aunque acá no había eso, sino una calle donde los buses se estacionan y de ahí me embarque para otra ciudad. La ciudad que dejaba estaba incrustada en un vallecito, había en la parte superior un lago impresionante, un verde apropiado, no tenía muchas calles y las que había corrían como hileras, en su conjunto esa era la ciudad, solo recuerdo que el nombre de laguna es: Pacucha.
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En el mes que Luisa llego, ya se sabía los nombres de todos los integrantes de la familia, se ubicaba fácilmente en la casa y tuvo que participar en la primera fiesta que se suele festejar por acá, algo mesclado entre cumpleaños y borrachera incluida. Ese día llego Felipe, el primo mayor que tenía, con el que compartía mis secretos y mis sueños de compositor, Felipe me escuchaba siempre, el no era igual que yo, tenía una mirada extraña, sus cabellos estaban con frecuencia ensortijados, sus hombros eran gruesos como el roble, el color de su piel era impar a los colores oscuros, su nariz aguileña heredada de mi tío, fue lo mejor que tenía creo, hacía de él un tipo diferente a mí. Ese día Felipe, se acerco a mí y me dijo en voz baja: “¿Quién es esa jovencita que atiende?”, y yo le observe frunciendo el ceño, y le dije, “ni te atrevas, mi mama te mataría”. El observaba y observaba y no dejo de observar por mucho tiempo hasta que la Luisa se dio cuenta. Ese día habrá sido uno de esos días en que la vida te regala los primeros temblores del amor, los momentos en que tienes que ir a cazar, capturar, conquistar, enamorar, porque después de eso, la Luisa quedo embarazada, de eso nos enteramos varios meses después, cuando Felipe regreso a casa y confirmo con la cabeza en alto que venía con frecuencia a la casa por lo general en la noche y que amaba a Luisa. ¡Boom! El sopor fue general, mi tía se doblo en dos, mi padre ni que decir, mi madre estaba en un llanto horroroso. Mi padre dijo: “Carajo, ahora vas a ver sinvergüenza” se acercaba a Felipe mientras volvía a decir “si tu padre estaría acá lo hubieses mandado nuevamente a la tumba”. Felipe ensimismado, dijo: “Tío usted no ganara nada metiéndome la mano” “Yo amo a esa mujer y la he escogido a ella, el resto no me importa, si me apoyan bienvenido, sino también”. Mi padre se hecho al mueble y tras suspirar dijo: “Tiene razón, el ha escogido, y creo que ya es hombrecito para que pueda decidir su futuro”. La Luisa, estupefacta por todo lo que pasaba, ahí paradita como una estatua, lloraba inconsolablemente, me acerque y le dije: “no llores, vas a ser mamá, tienes que estar feliz” y me dio un abrazo. “Perdóneme joven” me dijo. “Acá no hay perdón Luisa” “Mi primo te ama, eso es suficiente, deja de llorar, a los viejos ya se les va pasar”. Ese día mi tía, no quiso volver a venir a la casa so pretexto de que la Luisa estaba ahí, ese día también, Mi madre tuvo que asumir su papel de abuela, y qué decir de mi padre, estaba que me buscaba cada día para darme unos sermones de horas interminables mientras yo pensaba en ser una estrella de la música, solo prestaba atención, cuando decía: “Ni se te ocurra eso de ser una estrella de la música”.
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Había viajado por varias ciudades, en cada una de ellas ya iba comprando equipos de audición, micros, luces, cajas para guardar mis instrumentos, me hice crecer los cabellos, los pantalones se hacían más viejos que daba miedo ponérselos porque parecían que iban andar solos, encontré a un socio, otro perdido e iconoclasta amigo de ruta, muchacho que se empantanaba en la mariguana, pero que me acompañaba como parte del equipo, con el hicimos contacto en una ciudad con un calor infernal, mucha humedad, muchos moto taxis, las mujeres y los hombres caminaban con poca ropa, pues en ese pueblo hicimos nuestro primer concierto que es necesario explicárselos: Llegamos a la plaza pública en día de feria, nos sentamos unos minutos para ver cuál sería el lugar ideal para comenzar con el show “rock en los ríos del amazonas”, busque el lugar para ver de dónde obteníamos electricidad, que es vital en nuestros conciertos, luego de hacer trato con el suministrador de energía, acomodamos nuestras cajas, prendo el amplificador, voy poniendo una música suavecita, vamos instalando nuestros artefactos, las luces para estar preparados para la noche, los cabellos agarrados, las botas siempre relucientes porque todo entra por los ojos, instrumentos musicales fuera, prueba de sonido, maleta de CDs en nuestro mostrador de ventas, telares andinos por ahí, maletín abierto para las monedas que lluevan, y así nomás, que comience el show, la gente se iba acercando mientras tocábamos una entrada sutil, de ahí algo pegajoso, de ahí el pueblo era nuestro, cantamos, reímos, vendimos, enamoramos a las chicas, nuestras fans, bailamos, hicimos bailar, y como todo show tiene su final, teníamos que despedirnos, pues así era siempre, nos despedimos, y ya teníamos para vivir una semana más, en esta ocasión, se nos acerco un señor, invitándonos a tomar unos tragos y a proponernos que tocásemos en su bar, lo cual aceptamos y la historia ahí ya es otra…
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Felipe se había enamorado perdidamente de la Luisacha, que le había prometido el cielo, el oro del mundo, los ríos de las quebradas, el aire que respiraban, y las cuentas por pagar que vendrían con el bebe en camino, pues, no se quedo defraudado, su hijo era prioridad y como tal dijo: “Me voy a trabajar” entonces en la casa sonaron las campanas, los pájaros saltaron de árbol en árbol, la Luisacha se puso feliz y ya no tendría que servir platos y cocinar para mi madre, y dije también: “ahora otra vez, a buscar una chica, estoy jodido, me van a quitar mi guitarra”. Cada vez que se iba una chica, venia mi madre más seguido al patio y observaba como iba horas yo, volando en la melodía diáfana, en el contubernio y los gritos de la masa, ahí, cuando me gritaban “otro, otro, otro…” Y mi madre me gritaba, a qué hora vas dejar eso, y me traía al tiempo presente y me destruía el sueño de las estrellas, la cosa se ponía peor cuando aparecía por ahí mi papa y yo buscaba los recovecos para escabullir y dejar mis armas a salvo, de ahí venía el abrazo y la conversadera de varios minutos donde yo asumía mi papel de niño aplicado y posible medico de la familia con una brillante carrera, tenía que seguirle la cantaleta porque lo mío era la música, solo música y nada más que la música, mientras en la casa, Felipe y Luisa se amaban a morir, mientras en el pueblo, el golpe militar había hecho mella en la sociedad burguesa, y el sol moneda nacional, que cuando tenía más de tres monedas en el bolsillo ya se me iban cayendo los pantalones y decía soy rico, pero bueno, la conversación de padre a hijo creo que no era comunicativa porque prefería los temas míos y mi padre de eso era incapaz de hablar, “ese tema no se toca y punto” me dijo la vez que tome valor para decirle que me haría una estrella de la música, mi madre le seguía en el jueguito porque para ella los artistas se mueren de hambre, el arte no tiene precio, el arte es de artistas, quién la da valor al arte y cosas así que terminaron por definir mi decisión. Seré artista y punto.
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El día que llegamos a la frontera de un país, tuvimos que tantear el tema para internacionalizarnos porque ahí estaba la oportunidad nuestra gira mundial, ya los pueblos de nuestra patria habían gozado de nuestra música, inclusive se escuchaba en radios y querían buscarnos para grabar discos y esas cosas, pero bueno, en nuestra filosofía estaba primero la gira mundial y después la gloria, aunque nuestro grupo no tenía nombre y estaba conformado ya por tres personas, dos de ellos hombres de drogas, mujeres y alcohol, mientras yo era el administrador y gerente del grupo, y llevando adelante la furgoneta la cual en muchas ocasiones era nuestra vivienda, hogar, central de energía, escondite de los que no estaban de acuerdo con nuestra música, era nuestro carro que tuvo que sortear muchas carreteras, quebradas con precipicios, atardeceres imperecederos, viajes al borde de los ríos más caudalosos, atravesaba montañas, valles inmensos, planicies donde la bulla del viento y el desplazar de la aves era la panorámica que nos inspiraba para los temas más lacónicos que producimos, nuestra carcocha muy querido por cierto aguanto la lluvias de la costa, sierra y selva, lluvias en ventarrones, lluvias horizontales, en diagonal, ahí donde nosotros luchábamos en un lodo hasta las rodillas, empujando, con palos, picos, sogas, ahí donde nuestro caballo de batalla no se rendían y al tropel de su motor ya exigido avanzaba por un barro interminable, por caminos que se convertían en ríos, por pueblos que nos recibían siempre con los brazos abiertos, por ciudades que nos observaban como banda de jipis o mariguaneros, pero daba igual, nosotros después de un buen baño y de una limpieza general de nuestra furgoneta, y esperando el día de feria donde las leyes son flexibles otra vez entrabamos en acción, buscando el mejor sitio, afinando los instrumentos, ya nuestra camioneta estaba detrás del escenario haciendo de telón, ahí donde preparábamos todo hasta que llegaba la hora y sonaba la música, el murmullo de la gente, de aquellas personas que vinieron a la feria dominical pero que se encontraron con tremendo grupo musical y se quedaban a bailar y lidiar y libar y a pelar y hacer el amor y un día más, ese lugar si mal no recuerdo se llamaba Pedro Ruiz creo… bueno en la frontera recapitule el tiempo que estuve fuera de casa por lo que tuve que hacer la llamada de rigor, seis meses después una voz al otro lado de la radio decía: “hijo por donde estas, porque me dejas llorando…”
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Y entonces Felipe se fue, y no supimos más de él, mi tía prácticamente se quedo en estado catatónico, mi madre no sabía qué hacer y mi padre había decidido ir a buscarlo porque se tenía el rumor de que había desaparecido. Entonces una vez más la Luisa, lloraba en el rincón de su cuarto, ese día no fue a clases y dejo al bebe en casa, salió desesperada a rezar, algo en su corazón no la dejaba vivir y era que el amor de Felipe había desaparecido, ¿Qué sería de él?, a nadie conto de sus tres desmayos, nadie sabía que moría de amor, algo se apagaba en ella y definitivamente era los recuerdos de Felipe y los ojos de sus bebe, que no comprendían que no vería a su padre y que la ley de Dios le había enseñado que tenían que estar los dos padres sino eso no se considera familia, no señor, entonces Luisa se aferraba a su fe eterna, suplicaba al señor por el regreso de Felipe y una vez más algo se apagaba en su corazón y en su ser, la complicidad de haber traído al mundo a un bebe que no estaba dentro de las reglas de la vida. La vida en la ciudad era diferente y acá tienes que estar en concordancia con lo que dice la gente, nada de meterse con los hijos de los patrones, o patrones o patronas, nada de tomarles cariño, si haces eso, serás castigado por el fuego del infierno y arderas en la caverna de la osadía, oh! Mujer porque pusiste tus ojos en él, porque te dejaste atrapar aquella noche en el patio, y dejaste que tus labios sientan el calor de Felipe, porque no controlaste tu posición y no mediste las consecuencias… ahora Felipe no aparece y parece ser que ha muerto… donde esta Felipe gritaba asustada y se acusaba de ser la culpable y entonces una mañana, Luisa no apareció en la cocina, yacía a lado del bebe muy entristecida y con las lagrimas frescas, una sonrisa de perdón y el olor del último beso a su bebe que lloraba la ausencia de su madre, había muerto de amor y de la ausencia de fe y de haber violado las reglas del lugar donde vivía. Ese día mi madre se desmayo y yo tuve que asumir el papel del hombre de la casa pues mi padre estaba de viaje buscando a Felipe… Regreso sin rastros de él.

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Todo comenzó el viernes, una lluvia de esas que aparece entre Enero y Marzo avisaba que no tendría que esperar demasiado y al fin la verdad llegaba a los oídos de mi Padre, Jose Luis el hijo de Felipe había desaparecido misteriosamente de la casa, pues, la madre de Felipe la había mandado a robar, secuestrar, bueno en la realidad no se tiene evidencias fehacientes del hurto pero se sospecha al cien por ciento. Mi padre soltó el berrinche del jefe a quién le fallan y las lagrimas que inundaron su rostro ya envejecido, apañado por el lunar cercano a su pómulo izquierdo, sus manos temblaron y mi madre por primera vez acudía con estupor a su lado, sentía que el mundo se nos iba. “Cómo me has podido ocultar eso mujer” decía entre gritos, llanto y golpes a la meza. No hay duda esa mujer se lo ha llevado y entre atajos y lamentaciones de mi madre salió enfurecido, quizás iba a buscar justicia, quizás iba a traer a “José Luis”, pues, fue lo primero, mis padres se metieron en un juicio de esos que nunca acaban por “José Luis”, sin la madre ni el padre, el robo, los papeles, se mezclo todo que la mamá de Felipe quería tenerlo a toda costa, y especialmente mi padre no se iba a dejar derrotar por sus cuñada, eso si no, las querellas comenzaron en Marzo, tuvo que pasar semanas para comprender que habíamos vuelto a perder a alguien en la casa, a cambio, aparecieron dos chicas más en nuestra cocina y patio, las dos cuidando de mis padres. Mi tiempo estaba sofocado por los estudios y la música y en otras ocasiones por la música y los estudios hasta que llego el día de la graduación y la alegría recorrió otra vez los jardines de la casa, los murales de las paredes brillaron, los portales se hicieron vivos, los amigos llegaron, el sol relucía a borbotones, los sonidos chillaron y la comida desfilaba al compas de los brindis, y la sonrisa de emoción de mis padres para ellos ya no sería “estrella de la música” o “músico estrellado” sería ingeniero, político, gobernador y no sé qué cosa más. Lo cierto es que ese día me deshice del título, grado y regrese a mis planes de canta autor, al lado mío estaba José Luis caminando y gritando, me decía: “Tío, haber toca tu guitarra…” y yo le decía: “Chussss, cierra el pico” “Tío puedo tocar yo” “Ni en sueños mocoso, lo tuyo será otra cosa…”
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La pesadilla de vivir en dependencia de un salario había pasado a la historia, nuestro grupo musical ya había adquirido un sintetizador de varios canales, accesorios de amplificación, dispositivos que hacían de nuestras presentaciones cada vez más profesionales, nos inspirábamos en el día a día y no tomábamos en cuenta el mañana, atravesamos la frontera y en el interior de un barco de vapor, viajamos por uno de aquellos ríos que solo se siente una vez y luego pasa a ser parte de ti, aquél río que conversa que atina a acariciar el pensamiento, que se desplaza tranquilo, sempiterno, que culebrea en kilómetros y agrupa miles de seres vivientes, pues, en el íbamos, desmontando nuestros pesares y reflexiones y nuestros equipos en la sala de baile y presentaciones, ahí tendríamos que hacer la música, ahí vendría el charloteo y el baileton, mientras las avispas volasen o los mosquitos acompañasen y el ritmo sea alegre para los viajeros, ahí estaba yo observando el azul, el rojo amarillo del atardecer, un suspiro y “boom” otra vez a tocar…
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El día que entre a trabajar en la otrora institución pública aún no tenía los veinticinco años cumplidos me había hecho la promesa de no estar más de tres meses, tiempo suficiente para terminar mi plan de viaje para ser una estrella de la música. No obstante, termine tres años ininterrumpidos con méritos y ascensos. Mis padres estaban felices y me permitían tocar con más libertad en la casa, siempre tolerando que lo mío fuera el progreso. Ya había cicatrizado las heridas del pasado solo que esta vez mi padre cayó en un malestar que no se detuvo y tuvimos que estar a su lado junto con mi madre y José Luis los días que podía. La luz que llegaba a su habitación le daba más vida, los cuadrantes de sus ventanas se hacían hilarantes cuando bromeábamos y nunca pretendíamos hablar del pasado excepto por el abuelo y aquél don que poseía: el de violinista. Yo decía ahí está el problema, el abuelo era el músico de la familia y mi padre siempre me hablaba de él con mucho cariño, llego así el día en que él nos dejo, mi padre en tono emocionado y sincero me dijo: “hijo siempre me ha gustado tu música, me hace recordar a las melodías de tu abuelo” y aquél momento entendí que la relación con mi padre siempre estaba ahí, aceptando mientras me aconsejaba que la vida de ahora es de retos pero estos retos tienen que estar acompañados por una profesión, algo que una vez que caigas te ayude a levantarte, recordé sus consejos en el jardín de casa, en el patio, en el comedor, en la sala. Fue un viernes el día que falleció mi padre, en una tarde donde el dolor me apachurro y me entrego a una depresión que solo el trabajo y la alegría de mi madre supo sostenerme en pie hasta que llego el problemón en las oficinas y esta se fue haciendo cada vez más patético. Una total tómbola de favores se habían puesto al descubierto y los favores siempre se fueron constantes y sonantes, fue quizás el día en que me encontré consigo mismo y tome la decisión de dejar todo esto.
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Así llegamos a tocar en puertas, en bares de esquina, en plazas impúdicas, en mercados adelgazados por el calor, en barrios aparcados a la sabana verde, nos atosigamos de alcohol y en otras ocasiones de las drogas que circulaban en especial de aquellos que eran naturales, desplazamos nuestra furgoneta a ciudades más grandes, mucho más modernas y nos encasillamos en una tienda de ropas de la avenida principal más concurrida, converse con la encargada de la misma y quedamos en utilizar su mostrador de ropas que se orienta a la avenida, íbamos a montar nuestra presentación dentro de una vitrina de ropa y así lo hicimos, comenzamos en una tarde inolvidable y todos se iban acercando, los que podían tomaban fotografías y nosotros por fin éramos estrellas de la música, tocamos un tema de un grupo que sonaba con fuerza en un país lejano, lo llamaban: Los Beatles y ahí la gente saltaba y lloraba y reían y nos adoraban, más allá entre el tumulto un rostro me observaba serenamente, seguía yo con la guitarra pero su mirada era intensa y de pronto mi voz se apagaba, mis ojos lloraban y en la emoción de todos los sentimientos juntos salí disparado por los vidrios, caí y me levante una vez más el tumulto seguía gritando, pensaban que era parte del espectáculo al tiempo que yo dejaba todo y me acercaba a esa persona, lo alcance y vi su rostro, me observo, toco mi rostro y las lagrimas sucumbieron de sus ojos, su mundo volvió a aparecer, su memoria se activo y en unos de esos abrazos que jamás uno puede olvidar había encontrado a Felipe en el jolgorio de una de mis presentaciones, en una ciudad que tiene un mar llamado Atlántico, ahí Felipe recordó todo y lloro junto conmigo, su emoción y tristeza fue saber que José Luis existe.

Willkanina. Diciembre 2009

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