miércoles, 7 de septiembre de 2011

LOS DIOSES DE LUIS JIMÉNEZ



Un día Miércoles cuando las actividades laborales comenzaban a todo dar en el Cusco, y cuando Luis Jiménez iba tomando su pobre combi para desplazarse a la Universidad, las escenas conmovedoras de la comunidad proletaria y allegados se deslumbraban en la parte interna de un colectivo urbano con capacidad legal para once pasajeros pero donde realmente entraban veintidós.
¡Avenida de la Cultura!, ¡Universidad!, ¡Aeropuertuuu! Gritaban los boleros, la bulla era constante y todos los boleteros tenían pinta de cholos a punto de ser uno más del montón. Luis Jiménez abordo una de las combis y el bolero le dijo: “al fondito hay asiento”, “una arrinconadita señora”; donde la gente le iba contestando: “que tienes, no somos animales”, y el bolero contestaba: “adentrito entran cuatro”; obviamente que se estaba refiriendo al asiento de la parte posterior donde Luis Jiménez iba acomodándose a su manera entre pretextos y atolladeros. Logro sentarse y su humildad lo aterro al descubrir como la gente viajaba con estropajos y poses estrambóticas, tanto se imaginaba Luis Jiménez que su mente atrofiada por el espectáculo televisivo imagino como el señor Juan Galvez viajaba con un trasero en la cara, la señora Lucha con el tufo del borracho López, el fercho morboso afanado en poder agarrar con disimulos las piernas de su pasajera mientras manipulaba la caja de cambios, ¡Qué tal pendejo!
Luis Jiménez hacía realidad sus preconceptos, más aún, cuando en frente suyo observo a una niña con moco saliente, tan sucia, tan linda; sus cabellos desordenados jugaban con el fondo de su faz y aquellos tiernos ojos buscaban coyuntura con aquel zapatito destruido y embarrado de suciedad que no se sabe como conjugaban con su manito izquierda, tan apretada, tan inocente; observaba a todo el público y desde ya, sabía que ella era el espectáculo. La señora Lucha o sentía pena de ella o el tufo del señor López le hacía sentir pena de todo, y el señor Juan Galvez que al margen de las dos nalgas que empapaban su rostro y tan salado él porque eran las nalgas de un viejo mecánico, se daba su tiempito aún para ubicar a través de sus lentes a la niña con moco entrante, ora saliente ora entrante y de seguro le debió dar pena.
Luis Jiménez quiso desaparecer, sin embargo; los colores, la velocidad, las miradas acusadoras, cautivadoras, la bulla del bolero lo transfirieron a decirse: “hace dos años dude de Dios y me negué por cuenta propia, ahora pienso que tenía razón. ¿Porque Dios crearía semejante espectáculo? El señor Juan Galvez es empleado del Banco de Crédito y cada día viaja con dos nalgas en su cara, todo apretado en la combi, todo puntual, todo proletario, no se con que ganas va a trabajar. La señora Lucha es ama de casa y seguro que iba a un lugar donde no había otro significado que vivir por vivir, así todos tenía algo que hacer. Y cuando el borracho López despertó dijo: “¿Dónde estamos?” y por ahí un niño contesto: “en la combi”. El borracho López observo por la ventana más cercana atravesando su mirada por el rostro desviado de la señora Lucha y digo desviado por semejante caricatura de guarapero que mostraba y que con unos ojos de fondo rojo oscilaba en querer saber donde estaba ubicada la combi, al darse cuenta que no era su paradero continuo jateando.
No es que Luis Jiménez se escapase de la costumbre citadina, por el contrario formaba parte de ella, su figura debilucha mantenía su energúmeno pensamiento, punzante y sutil que lo embabosaba todo, el mismo interior de la combi, el tronar de la puerta corrediza, los hedores, el espectáculo de la niña del moco asustado; hacía aparecer explicaciones de cada mermuja pintada y configurada en el incentro del medio rural, urbano o transporte urbanístico, o como mierda lo llamen, total mierda era cuando las personas viajaban como animales. No se cansaba de ser el criticón, ni el conciliador de las manifestaciones que ocurrían, ni cuando subió el quelete de Lucas de su habitual paradero, el muy docto se sentó en un insignificante lugar que un niño escolero había dejado vacante, se acurruco y entre pedos y carajos, asintió a sacar su libro de excusas matemáticas, según el aprovechando el viaje, que cagón era, el critico humillador se dio cuenta y no critico, sino espero la subida de la Linda, quien subió después que bajo de la combi los rezagos del borracho López, puntal a la chamba, “borracho pero puntual que mierda” decía el conciliador, espero a la Linda pero no aguanto y vomito ideas hostigadoras acerca de Lucas el intelectual. “como va a estudiar en la combi o es que aprovecha todo el tiempo o es un trome/capo/ o ¡puta madre no sé!”.
Linda subió tan delicada, todo ella, y no subió sola, abordo con ella su amiga Yuliana, quien le gano la caseta, junto al chofer; otro día de suerte para este enclenque que junto con el quelete avisaban ser el espectáculo opuesto de la niña del moco aullante, que para entonces había utilizado su manito derecha para limpiar el símbolo y el actor de su pequeñuela vida, “que linda carajo, palabras me faltan” decía Luis Jiménez, /el critico/el humillador o el arribista social. Escucho decir a la Linda: “hay que tierna eres” y el no entendió, analizo por un instante y aseguro que le había contestado a Yuliana pero era una respuesta que de ternura no tenía nada, no encontró asiento y agacho su cuerpo apoyándose donde podía, no había quienes apresurados a su figura osculaban internamente y calateaban a la pobre con ojos eróticos, el humillador paso a la defensiva, de desvestirla con sus ojos a vestirla con sus pensamientos y contemplarla, “que lujo verte mamita” decía, cuando de pronto el frenazo de la combi asusto a todos, el mierda del chofer casi se pasa una luz roja, tuvo que retroceder y enfilarse con otra combi en cuya parte posterior decía “Señor tu eres mi guía” y más abajito los nombres: Katherine y Rocío.
El analista observo detenidamente y pensó resquebrajado que ese gil debía tener un Dios pero los nombres. ¿Qué son los nombres?. ¡Ah! debe ser los de su esposa e hija o hijas.
El criticón recordó cuando estuvo en la ciudad capital que en la parte posterior de una combi asesina llevaba el acertijo: “un año bien trabajadito y me quito”, y este día confirmo que el huevon de Lima tenía la chamba como a Dios y a su tierra natal como su nostalgia.
Luis Jiménez se desvelo en su letargo de reminiscencias y volvió en si cuando la combi continuo; la Linda que con sus cabellos castaños adormecían a todos, menos al quelete de Lucas. Ella seguía como foco central de las miradas.
- Banco de Credito.
- grito el “wigzazapa” del bolero.
Y el plebeyo del señor Juan Galvez amojonado en la parte posterior de la combi contesto:
- ¡Baja!
Felizmente el trasero del mecánico había girado y ya no lo tenía aturdido, las gentes se movían a como podían y querían ganchar asiento a como placían. Primero las damas pensó el criticón y no fue para tanto que Linda logro sentarse justo frente a la niña de huellas en la nariz, huellas de un moco serpeante y dulce. El criticón se volvió juez al darse cuenta que el zapatito hueco amenazaba con manchar el impecable Blue Jean de Linda; esos ojitos lindos de la niña trataban de manejar la situación pero Linda mostraba miedo y a veces asco. El criticón tomo entonces su carácter de humillador y humillo a la cojuda de Linda, “que tal raza ni siquiera me la felicitas a mi niña del moco sabroso y del zapatito guerrero” “que tal concha”, y entre frenazos y aceleradas de la combi, la niña del cabello más hermoso y desordenado cayo encima de Linda que de Linda paso a ser mierda de Linda y ¿Porque mierda de Linda?. Porque abuso brutalmente, arrincono, se amargo, la maldijo con su mirada y con su risita de pendeja; y la niñita del zapatito hueco volvió a su lugar con el miedo de un moco que quiere entrarse a su casa lo más rápido posible.
El humillador quiso intervenir, dos asientos atrás no significaban nada y las palabras: “disculpe señorita”, tan sublimes, tan cándidas destruyeron la bulla del momento, convirtieron al lugar en el dialogo de un ángel con el demonio que paralizo el movimiento de la combi, suspendiendo en el aire una respuesta o lo que venga; Linda no contesto, sólo atino a acomodarse y limpiarse a costa de sus ojos acusadores que no dejaban de pertrechar a la niña.
Luis Jiménez penso segundos y obtusamente se estrello con la imagen del Señor de Ccoyllority, estampa cincelada que iba balanceándose en la parte superior de la ventana delantera, dejo las hazañas, dejo al criticón, al analista, al humillador y tomo muy en serio al Taytacha, se sumergió en el histórico viaje que hizo, en el peregrinaje de pecador que había hecho y en el interesante encuentro que había tenido con el Apu guardián, mezclo su incipiente concepto de Dios y fue cuando se dio con la sorpresa del “no Dios”.
Luis Jiménez atareado a cuatro paraderos de su final, de su encanto de viaje, de sus espectáculos satíricos, asomó por picapiedra al “no Dios”, dijo entre pensamientos: todos las gentes viven su destino, asumen su destino, niegan su destino, son actores de su destino y yo voy observando los destinos de estas gentes…”con que derecho”.
Arcaicamente estaba considerando la posibilidad de resignarse a un Dios que uno mismo creaba.
La fiel chamba para el señor Juan Galvez y el borracho López era su Dios, a él, ellos se arrodillaban, a él le cumplían, lo adoraban y no lo hacían por iniciativa, sino por necesidad, por los suyos, era sus destinos, su convicción aterradora de no morir y de vivir como asimilado citadino, su “no Dios” respectivamente eran las nalgas y el trago; mientras el Dios “saber más” para Lucas era su meta, su conciliación académica, su deseo de beber rigor y dejar atrás la fe, su “no Dios” era la cúspide de la intelectualidad, una cima muy en boga y avara. Para Linda su Dios era vivir como papacito y mamacita mandaban, toda liempiezita, toda finita, toda cojudita, cumplir con las exigencias que la sociedad brindaba, un “no Dios” tan similar a las “mejoras de nivel de vida” que los politiqueros gritan y pregonan. Linda no asumiría ni siquiera a dar una definición de un verdadero Dios. ¿Que gente tan insignificante?. La que merecía salvarse era la pulcra niña de los ojos inocentes, de la piel sucia y pura, del moco amigo, porque era el moco quien le entendía, era su Dios, su “no Dios” era toda la puta gente que lo observaba, puta porque afianzaban su vida a criterios que se venden y se venden como leyes sociales, leyes divinas, leyes cojudas que el sistema los desplaza para todos los variopintos, los del montón.
Luis Jiménez utilizaba al máximo los destinos ajenos para llegar a un Dios, a ese su Dios que era su mirada humilladora, su critica, su análisis; su Dios era una cagada mental que lo iba pudriendo en refinados toques psicológicos de observador, su “no Dios” era pensar en Dios como filosofo en quiebra, como fercho que grita al grifero serrano: “macta carajo a que hora vas a despachar” sólo por gritar y garantizar su autonomía.
Faltaban dos paraderos, y en el detente de la combi, mientras subía un tombo (espectáculo aparte) y bajaba el viejo mecánico; las combis se enfilaban, se clacsoneaban, se puta madreaban los ferchos. El arcaizador de dioses observo lunas afuera el mundo interno de otra combi, otras dudas, otros dioses y otros “no dioses”, sólo que la bulla cotorrera del vecino, era la música de la combis, música que era el himno de los empleados del transporte urbano, era su identificación, su vida, su “no Dios”, su Dios como todos ya saben: “el colque”. Por suerte en la combi de Luis Jiménez no había música, no había chicha, cumbia, salsa; otrora sería la feria de destinos, ni el Taytacha Ccoyllority estaría a gusto, trataría de buscar un “no Dios”, porque su Dios era, son y serán los elementos insignificantes que se desplazan en todas las combis urbanos, rurales, metropolitanas…
- Universidad
Grito el indígena protegido por indigenistas.
- ¡Baja!
Se escucho el parco delirio de Luis Jiménez, quien tomo su mochila y entre cansancio y pisadas, bajo, descendió, escalo un peldaño más y la niña de la manito “paspha” y las chapitas rosadas atendió a mirarla sorprendida y no porque fuera algo extravagante, sino porque el Patrón San Sebastián iba subiendo a su encuentro de rutina cada año, y el imbécil de Luis Jiménez iba tapando sus mejores ángulos.
- ¡Apúrese joven!
Una voz machacaba el ambiente y buscaba su “no Dios”.
Willkanina 1999

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